La deuda del Ayuntamiento de Cuernavaca, que ronda los dos mil 300 millones de pesos, aplica el dicho de que a José Luis Urióstegui Salgado le tocó bailar con la más fea, literalmente. Y porque ya sabía la que le esperaba, no llora; nomás se acuerda.
La “droga” del Sistema de Agua Potable y Alcantarillado de Cuernavaca (SAPAC), es sólo una parte del problema; una danza de números que confirma la irresponsabilidad de al menos las últimas cinco administraciones.
El desglose da escalofrío: a la Comisión Federal de Electricidad la Comuna le debe unos 300 millones de pesos, y como sólo paga mensualmente 10 millones para el suministro de luz y el manejo de agua residuales, el adeudo sigue in crescendo. Cortada la luz en las oficinas centrales, trabajan con una planta cuyo contrato de renta (sospechoso de corrupción) cuesta 89 mil pesos cada mes. Al IMSS le debe 400 millones más 47 millones por “adicionales” y juicios perdidos. Una “piscacha” de la deuda histórica es con la empresa basurera PASA, sentenciado el Ayuntamiento por un Juzgado Segundo Civil a cumplir un pago pendiente de 38 millones de pesos. Y así por el estilo hasta exclamar como el pasajero mareado del camión guajolotero: ¡basta, me quiero bajar!
Con tal de jalar recursos, el cabildo y el alcalde hacen acopio de imaginación. Subirá el impuesto predial, anunciado ya el primer paso mediante la actualización de las tasas catastrales para cobrarlo en colonias asentadas en tierra de régimen ejidal donde nunca lo han pagado. Con febrero los policías de tránsito empezarán a aplicar infracciones (¿y también a “morder”?), y que ya comiencen a pagar los comerciantes ambulantes del centro igualmente yace en el plan recaudatorio, pero falta que se vuelvan a amparar. Todo lo cual da para la pegunta de si el plan “b” del edil Urióstegui no puede ser otro más que un crédito bancario que de forma inevitable endeude aún más a Cuernavaca…
MIENTRAS tanto, este retazo de la rutina cuernavacense: El taxista se puso al volante a las seis de la mañana, pero son las cuatro de la tarde y aún no ha juntado para “la cuenta” del patrón. A este paso le darán las diez de la noche y apenas habrá sacado para la gasolina, otra vez quedará a deber “la cuenta” y llegará a su casa sin un peso para el sustento de la familia. Presionado por el tiempo, se arriesga a pasarse un “alto”. Pero la mala suerte llega de donde menos se espera, no vio al patrullero y éste sí lo vio. Sabe que el cazador emboscado ha visto sus placas, e incluso escapándose no tardarían en agarrarlo en otro lugar. No alega; sabe que será en vano. Discreto, desliza un billete de doscientos pesos en la mano enguantada del policía y reanuda la marcha, mascullando mentadas de madre, pensando que “estos cabrones son unos inhumanos, no les importa que hay días que los taxistas no ganamos ni para comer, en lo único que piensan es en el dinero”.
Pardeando la tarde, en el lado opuesto de la ciudad que linda con Jiutepec, la imagen cada día menos común de un campesino regresando a casa montado a caballo. Hace a diario el mismo viaje, cabalgando sobre el acotamiento para no ser atropellado, trotando en sentido contrario a la circulación para ver las “rutas”, autos particulares y camiones cargueros que pasan como bólidos. De pronto, no lo puede creer; el motociclista que le ha dado alcance lo quiere extorsionar. El pretexto del polizonte resulta de antología: ciertamente el reglamento no dice que los caballos deben traer placas de circulación, pero como no deben transitar por las carreteras el jinete se “pone a mano” o el uniformado con cara de pocos amigos se llevará el jamelgo al corralón. Sucedió efectivamente. Llegando a casa el campesino se sienta a hojear “El Extra”... (Me leen después).
Por: José Manuel Pérez Durán
