La masacre del 2 de octubre ocurrió una tarde de hace 54 años. Por la tarde-noche, la hermana del columnista subió a su departamento de Tlatelolco, justo en el edificio Chihuahua, en un costado de la Plaza de las Tres Culturas. Ya estaba oscuro, la masacre de estudiantes acababa de suceder y ella vio sangre en el piso de la escalera. Después contaría, estremecido el cuerpo por el recuerdo atroz: “sentí que olía como a muerte”. Y se preguntaba a sí misma: “¿la muerte huele?”. Las crónicas de la infamia tardaron para  comenzar a aparecer: “A las cinco y media del miércoles 2 de octubre de 1968, aproximadamente diez mil personas se congregaron en la explanada de la Plaza de las Tres Culturas para escuchar a los oradores estudiantiles del Consejo Nacional de Huelga (CNH), los que desde el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua se dirigían a la multitud compuesta en su gran mayoría por estudiantes, hombres y mujeres, niños y ancianos sentados en el suelo, vendedores ambulantes, amas de casa con niños en brazos, habitantes de la Unidad, transeúntes que se detuvieron a curiosear, los habituales mirones y muchas personas que vinieron a darse una asomadita...”. 

A Cuernavaca el eco de la masacre del 2 de octubre del 68 llegó como un rumor ominoso traído por el viento frío desde más allá de Tres Marías. La Universidad Autónoma del Estado de Morelos entró en huelga, duró un año sin clases y el rector Teodoro Lavín González encabezó una manifestación de estudiantes. Días después de la represión brutal en la explanada de Tlatelolco, los universitarios morelenses realizaron una marcha de protesta. Caminaron de la glorieta de Buenavista al Zócalo, enarbolaron las banderas del CNDH integrado por representantes de escuelas y facultades del Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Escuela Superior Normal de Maestros, la Universidad Autónoma de Chapingo, la Universidad Iberoamericana y otras instituciones. Exigieron la derogación del artículo 145 bis del Código Penal, así como la destitución de los jefes policíacos, los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea, y el teniente coronel Armando Frías. Tipificado el delito de “disolución social”, el gobierno represor de Díaz Ordaz se hizo con el pretexto para encarcelar a voces disidentes… 

El 8 de julio anterior murió el ex presidente Luis Echeverría Álvarez; seis meses antes alcanzó a cumplir cien años de vida. Un siglo. Se le supo rumiando sus últimos días en su casa de San Jerónimo Lídice, de la Ciudad de México. Fue el último sobreviviente de los gobernantes involucrados en la matanza del 2 de octubre de1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Los demás ya habían fallecido: Gustavo Díaz Ordaz Bolaños, presidente de la República; Alfonso Jesús Corona del Rosal, regente del Departamento del Distrito Federal; Raúl Mendiolea Cerecero, subjefe de la policía del Distrito Federal; Fernando Gutiérrez Barrios, director de Seguridad Federal, y Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional y abuelo, por cierto, de Omar García Harfuch, el actual secretario de Seguridad Ciudadana de la CDMX.

Señalado como el principal responsable de las masacres de estudiantes del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco y del 10 de junio de 1971 en calles de la Ciudad de México, Luis Echeverría murió en su casa de la calle Manuel Ávila Camacho de Cuernavaca, una mansión ostentosa que insultaba a los pobres. Pero no era la única; tuvo otras en Guanajuato, Guerrero, D.F. Junto con Díaz Ordaz y más alimañas, Echeverría está en la lista de asesinos impunes… (Me leen mañana).

Por: José Manuel Pérez Durán /  jmperezduran@hotmail.com 


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