La riña –o ejecución– de la mañana del martes en el penal de Atlacholohaya culminó con un prisionero asesinado. Pero si ya era delicada la situación, tanto en el interior como en el exterior del centro de reclusión ningún funcionario tuvo la capacidad de prever que el miércoles continuaría la violencia, esta vez con el saldo de seis muertos, incluida en las primeras horas de los trascendidos la imagen en redes sociales de un decapitado del que luego no hubo confirmación oficial. Pero si cierto es que nadie es adivino para conocer el futuro, también lo es que faltó trabajo de inteligencia, digamos, la típica figura del interno que hace de espía e informa al funcionario respectivo. Evidentes las ineptitudes en niveles de gobierno medianos y superiores, y circunstancialmente ausente el comisionado estatal de Seguridad Pública, José Antonio Ortiz Guarneros, de quien el martes se publicó se encontraba en la “Reunión Internacional de Jefes de Policía” realizada en la ciudad de Chicago Illinois, EUA, dadas las características del acontecimiento su presencia en las horas críticas hubiese sido tan innecesaria como irrelevante. Resumiendo: la violencia que superó las aptitudes trae a cuenta dos historias. Una: estrenado en el año 2000, el Cereso de Atlacholohaya sustituyó a la antigua Penitenciaria de Atlacomulco que había funcionado por siete décadas, durante las cuales fue escenario de al menos dos fugas memorables, sin violencia, maldad al fin pero mera inteligencia. Los relatos son verdaderos, pero no los nombres, cambiados por otros en pro de la ética periodística. Guerrerense de origen y dedicado por años al robo de establecimientos comerciales, Juan Radilla cavó pacientemente desde su celda. Apuntaló un “túnel” con tablas de unos treinta centímetros que obtenía subrepticiamente en la carpintería, esparcía puños de tierra que sacaba de los bolsillos del pantalón mientras cada mañana daba largas caminatas en el patio del penal e ideó un “extractor de aire” usando las aspas de una licuadora con los polos invertidos. Una vez que terminó el túnel, aprovechó que una tarde llovía a cántaros para escapar. Alcanzó la libertad saliendo de un “boquete” pegado a la barda, al cual tuvo la precaución de tapar con una piedra, para que no fuera visto. Fue hasta la mañana del día siguiente, en el primer pase de lista que los custodios se dieron cuenta de que Juan ya no estaba. Pasados unos meses, la portada del periódico “La Prensa” dio cuenta del asesinato de un policía mexiquense. Juan se vengó, lo “cazó” cuando llegaba o salía de su casa, le roció el rostro con una ráfaga de metralleta, lo dejó irreconocible. Mas como quien mal anda, mal acaba, un día Juan fue muerto en una ciudad del Bajío. Le ganó un modesto policía de barrio al que se le hizo sospechoso cuando caminaba en una calle cualquiera, disparándole antes de que el delincuente irredento alcanzara a reaccionar… Y dos: Heladio Godínez alias, “El Guacho”, comandó una de las bandas más peligrosas en la época negra del secuestro que a lo largo del cuatrienio 1994-1998 golpeó al estado de Morelos. Escogía a puros ricos, y protagonizó una de las escapadas más audaces, limpia, sin sangre, utilizando el escondite de un coche (“clavo”) que fue metido y sacado para su reparación en el pequeño taller que había dentro del “la peni”. El 15 de septiembre de 1999, en pleno acto oficial por la entrega de boletas de libertad a reos bien portados, al mismo tiempo que el entonces gobernador Jorge Morales Barud presidía la ceremonia en la que es tradición excarcelar anticipadamente a los presos que a este beneficio tienen derecho, “El Guacho” dejaba la prisión, oculto en un compartimiento para ello habilitado entre la cajuela y la parte posterior del asiento trasero de un “Taurus”. Años más tarde, estando recluido en el penal de Acapulco concedería una entrevista a cierto colega. Hizo la revelación de haberle entregado 180 mil pesos al ex director de la prisión de Atlacomulco, con la condición de que le facilitara la huida. Declaró que anteriormente pagó 150 mil a una funcionaria que era la encargada de los reclusorios de Morelos, para que lo “moviera” de las cárceles distritales de Jonacatepec y Cuautla a la de Atlacomulco. Inaugurada el 17 de abril de 1934 en último día como gobernador de Morelos de don Vicente Estrada Cajigal, en el predio que ocupó la desaparecida prisión está desde hace catorce años el Parque Ecológico San Miguel Acapantzingo, construido en 2005 por el gobernador Sergio Estrada Cajigal, nieto de don Vicente… (Me leen el lunes). 

 

José Manuel Pérez Durán
jmperezduran@hotmail.com 

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