Los candidatos dicen obviedades, carecen de imaginación, no tienen asesores y si los tienen no se notan. Con las excepciones de la regla, resultan lo mismo los que aspiran a alcaldes o diputados; los ignorantes son más que los medianamente cultos. Los candidatos del hoy hacen las mismas promesas que los candidatos del pasado. Por allá, uno de ellos se compromete realizar un programa de obras públicas emergente y atender las necesidades más urgentes de las zonas marginadas de la ciudad. Otro del que a leguas se nota no tiene idea de lo que dice, descubre el agua tibia del alumbrado, la policía equipada y la coordinación entre fuerzas federales, estatales y municipales. Otro más anuncia un gobierno de soluciones a problemas urgentes en zonas marginadas de la ciudad. Lo suyo son perogrulladas, afirmaciones que resultan superfluas, verdades evidentes. Y la sociedad, que contra lo que podrían pensar los candidatos no es tonta y sí inteligente, les da una dosis de ironía recetándoles aquella canción ochentera de Daniela Romo que dice: “Prometes y prometes y luego me prometes y nada”. No rima, pero sí aplica… EN los tiempos en que había seguridad y la pandemia del Covid-19 era inimaginable, los de Cuernavaca y más los de Cuautla nos descolgábamos a Puebla para las fiestas por la batalla del 5 de mayo. Recordábamos que en 1867, cinco años después de aquel célebre 5 de mayo y de la muerte de Ignacio Zaragoza, un grupo de mexicanos celebró en el poblado de Bahía del Espíritu Santo (entonces del todavía estado mexicano de Texas) el triunfo del ejército mexicano sobre los invasores franceses. Esa primera celebración en aquel pueblito no fue casual: ahí nació el general Zaragoza, el héroe inolvidable de la Batalla de Puebla. Esa conmemoración, de gran significado para los mexicanos de Texas, fue el punto de arranque de las celebraciones que hasta la actualidad tienen lugar en todas las ciudades norteamericanas con comunidades de mexicanos. Desde esos primeros festejos, el 5 de mayo significó para los paisanos nacidos y residentes en Estados Unidos un día en que su país de origen se liberó de la opresión de los extranjeros, vinieran de donde vinieran, y adquirió incluso un significado más fuerte que el 16 de septiembre de 1810, fecha del inicio de la guerra de independencia mexicana en contra del imperio español. Así que no es gratuita ni fortuita dicha celebración, debida a la preeminencia de la comunidad mexicana en Estados Unidos y por el hecho de que, antes de que Texas se anexara a la unión americana, vio la luz primera el héroe de la Batalla de Puebla. Zaragoza, el chinaco fronterizo, representaba al rebelde del siglo XIX. Entonces se llamaba “chinaco” al liberal de tez morena que optaba por defender las causas del pueblo en contra de los hacendados, la iglesia y los catrines, es decir, los ricos. También chinacos fueron mexicanos que combatieron contra los invasores franceses. Decía una famosa canción de aquellos tiempos: “Los chinacos bravos, se batieron inundando de gloria la nación”. En los primeros festejos del 5 de mayo en Texas, los mexicanos mostraban su deseo de libertad y autodeterminación; fueron fiestas de obreros, de migrantes pobres y en muchos casos de revolucionarios... Hoy, los migrantes mexicanos son una suerte de héroes. Sus envíos de dinero a México en marzo rebasaron los 4.100 millones de dólares, la mayor cifra mensual de remesas desde 1995 cuando iniciaron los registros del banco central… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 

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