Estás con tu esposa en un restaurante, acompañado de amigos o compañeros de trabajo, para el caso da lo mismo. Prolongada la sobre mesa por un par de horas, hace un rato largo que tú y sus amigos llegaron al restaurante de su preferencia. Desde la mesa que ocupas al fondo del local dominas el panorama, ves a los que van llegando y a los que se van. En tu mesa empezaron por los aperitivos, como debe ser. Diligente, el mesero se granjea una buena propina, el amigo que presume comer sano pide una ensalada, pero llegado el momento se relamerá los bigotes con un postre no apto para diabéticos. Toman digestivo y café, según dictan los cánones del buen comer. 

Tres de cada dos mesas están ocupadas, de manera que hay unos cincuenta comensales. Las conversaciones giran en torno al mundial de fútbol que se juega en un lejano país del que los mexicanos sólo sabemos que es muy rico. Y además que “allá no ‘chupan’ como nosotros”. Pasan unos minutos y ni cuenta te das cuándo aparecen tres sujetos. Uno ya se encuentra parado junto a la puerta mientras los otros recorren el salón. Amenazan con pistolas y uno blande un cuchillo “cebollero”, para asustar aún más. Los clientes evitan mirarlos a la cara. Son mal hablados, amenazan, ordenan que nadie se mueva, repiten palabras altisonantes, recorren las mesas, exigen carteras, celulares y efectivo. Los meseros y el encargado del negocio han sido arrinconados cerca del área de los sanitarios. El más joven de los malandros brinca el mostrador donde está la caja, saca los billetes y los echa en una mochila en la que poco tardará para meter el resto del botín. Desde el momento en que llegaron los ladrones hasta que abandonaron el establecimiento no pasaron ni cinco minutos. Han sido muy rápidos. Deduces que no es la primera vez que cometen un asalto, que son profesionales. Con el susto mordiéndoles el alma, los clientes se empiezan a retirar. ¿Esperar a que llegue la policía? ¿Para qué? No recuperarán ni el dinero ni las cosas que les quitaron. Lo dices tú y lo dicen los demás. Mañana cuando lean en los periódicos que hubo un asalto en el restaurante donde comieron esto ya se habrá sabido por las redes sociales, el jefe de la policía declarará que el caso está siendo investigado… y a los dos o tres días otro restaurante será asaltado.

Hace años que los asaltos en los restaurantes se volvieron comunes, que no hay semana en que no atraquen en uno. Como el de anteanoche en La Pradera habrá más, perpetrados de la misma manera, por sujetos armados que amenazan, maltratan, insultan y huyen. Protegidos por la impunidad, harán daño una y otra vez, y se repetirán los testimonios de las víctimas, como este relatado por una joven en redes sociales que consignó el Diario de Morelos de ayer: “Fue horrible sentir impotencia, ver a un mesero lastimado, ver a las chicas llorando y llenas de miedo, escuchar a un empresario decir: se llevaron 3 años de mi trabajo; nos quitaron celulares, bolsas, todo lo que pudieron se lo llevaron”.

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LAS personas buenas no deberían morir; son insustituibles. El fallecimiento del trovador cubano Pablo Milanés estremeció a América, y su breve espacio se volvió eterno: “Todavía quedan restos de humedad

Sus olores llenan ya mi soledad/ En la cama su silueta/ 

Se dibuja cual promesa/ De llenar el breve espacio/

En que no está”... 

Una tarde habanera de hace treinta años lo vi caminando cerca del hotel “Capri”. Frisaba los cincuenta, montados los lentes en la punta de la nariz. Pregunté al taxista que contestó, orgulloso de su paisano: “Es el maestro Milanés”…. (Me leen mañana).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 


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