Pocos estados se hallan tan bien comunicados como el nuestro. Carreteras tenemos de norte a sur y de poniente a oriente, gratis y de cuota, directas o tomando atajos. De Yautepec a la zona cañera de Jojutla pasando por Ticumán hasta llegar a Tlaltizapán, Tlaquiltenango, Jojutla y Zacatepec; de Chiverías hacia Puente de Ixtla para conectar con la libre a Acapulco y la Autopista del Sol; de Tepoztlán se sale a Cuautla y de ahí a los municipios próximos al Popo, colindantes con Puebla y el estado de México. La Siglo XXI enlaza Puebla y el oriente de Morelos, por cierto, viejas ya las promesas de conclusión de las obras que la conectará con la Del Sol y, entonces sí, después de un cuarto de siglo de que fue anunciado el proyectado, cerrar la pinza del Golfo al Pacífico. En cualquier punto del territorio morelense que esté el automovilista encuentra opciones para enfilar al sitio que desee o necesite. Pero para los cuernavacences que poco salen al interior del estado no es lo mismo escuchar sobre vías que años ha fueron ampliadas que transitarlas personalmente. No es exageración decir que a docenas de miles de personas les cambiaron la vida los ensanchamientos a cuatro carriles de los tramos Acatlipa-Alpuyeca, en la carretera federal a Acapulco, y Cuautla-Amayuca, de la libre Cuautla-Izúcar. Pero otra es la movilidad en la autopista La Pera-Cuautla, suspendida hace cinco años la ampliación del trecho de Tepoztlán y luego reemprendida por necesaria aunque antiecológica, aplaudida por muchos y rechazada por otros la bandera del movimiento tepozteco que al cabo no evitó la depredación de miles de árboles. Siendo gravísimos los daños a nivel planeta, si en este caso la encrucijada consistió en dar seguridad a los usuarios o atentar contra la naturaleza, fue y sigue siendo subestimada la opción, acaso “fantasiosa”, de los segundos pisos en carreteras. Los expertos sabrán si es posible, pero según ve la gente común sí se puede. En el Distrito Federal llevan años tendiendo pisos elevados en vialidades congestionadas, y un par de años atrás levantaban el segundo nivel que entroncó en la caseta de Tlalpan. En otros puntos de la capital y el país sigue sucediendo. “Clavan” en el piso columnas enormes (“ballenas”) y sobre éstas tienden planchas de concreto pre armado, con rectas, curvas y desniveles, previstos los desagües y la resistencia a los temblores. Con este método las obras resultan rápidas, y por lo tanto menores los períodos de afectaciones al tráfico vehicular y peatonal. Hacerlo así resulta más económico que construir a la antigüita, con concreto vaciado en el sitio de la obra. Los segundos pisos salvan árboles y fauna, cancelan afectaciones cuando la tala arbórea abre espacio para carriles adicionales. Viniendo de la administración anterior, en Morelos los contratiempos empezaron cuando llegaron al límite de Tepoztlán con Yautepec. Una crónica anunciada que los funcionarios que se habían ido no pudieron impedir, y un círculo cuya cuadratura tardaron en hallar los técnicos que luego llegaron a la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas. El segundo piso en la autopista La Pera-Cuautla les pareció cosa de locos. ¿Pero no acaso decían que Andrés Manuel López Obrador estaba chiflado por añadirle otro al periférico? Y conste: no descubrió el agua tibia; hacía un titipuchal de tiempo que plataformas elevadas en carreteras y distribuidores viales había en muchas ciudades del mundo que como Cuernavaca ya no es inteligente continúe creciendo horizontalmente. Los que aquí hemos estado lo notamos menos que quienes regresan tras años de ausencia. Una gran parte de lo que ven ha cambiado radicalmente, plagado el panorama de construcciones en sitios aparentemente inaccesibles donde hace sólo cinco o diez años no había sino vegetación y soledad. De las faldas del Popocatépetl a la barranca de Alta Vista, de los bosques de Huitzilac al río Amacuzac la construcción informal ha sido incesante. Casas donde no las había y anuncios ofertando “lotes” ejidales delatan un mercado de bienes raíces que opera en la irregularidad. No son solamente construcciones modestas que avanzan poco a poco, también mansiones de dos o tres pisos y bardas altas levantadas de un día a otro en sitios prohibidos. Ejemplo: el Cañón de Lobos, que está dejando de ser la barrera natural al crecimiento anárquico. Sin embargo, visiones cortas de gobierno  “tapan” el problema. Creciente la extensión caótica en pueblos y ciudades de Morelos, ello nos lo reclamarán las generaciones venideras… (Me leen después). 

Por: José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com 

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