La temporada de lluvias puso nuevamente de relieve el tema de que el centro comercial Adolfo López Mateos debe desaparecer y construir un centro mayorista de abasto en un sitio alejado del primer cuadro de la ciudad. Hoy mismo, los comerciantes se quejan por la edificación de nuevos locales en una pequeña parte de la explanada principal, de que hay filtraciones de agua… El tiempo no perdona.

El 27 de octubre de 1964, cuando don Emilio Rivapalacio Morales recientemente había tomado posesión de la gubernatura, los locatarios del viejo Mercado del Reloj que estaba en el primer cuadro de la ciudad se mudaron al centro comercial Adolfo López Mateos. Reacios al cambio, los comerciantes argumentaron que “estaba muy lejos” y les bajarían las ventas. De aquel acontecimiento que la cambió la vida a la gente de Cuernavaca se han cumplido más de seis décadas. Se recuerda que un ALM fue inaugurado el 7 de mayo de 1964, en los últimos días de Norberto López Avelar como gobernador, pero los locatarios permanecieron en la explanada de Degollado y Tepetates. Ahí resistieron cinco meses, hasta que el alcalde Valentín López González destechó el también llamado Mercado Municipal. En esos momentos, un grupo de locatarios se manifestaba en el centro de la ciudad cuando varios compa ñeros llegaron corriendo para avisarles que “el pinche alcalde” (Valentín López González) había comenzado la demolición del “mercado viejo” usando una “grúa con bola”. A regañadientes agarraron sus tiliches y se cambiaron al nuevo centro de abastos, “lejos”, calle abajo, en los terrenos que habían sido parte del Rancho Colorado de la familia Salinas Nubión, y en 1962 comprados por el Ayuntamiento para iniciar (increíble pero cierto) la que hasta el día de hoy es la obra pública más grande de Cuernavaca.

Proyectado para ochocientos locales, pocos años después ya estaba convertido en un tianguis caótico de tres mil comerciantes y el trajín de diez mil “marchantes”. Mercaderes, clientes y autoridades se acostumbraron al paso de los “diablitos”, y vieron como un “mal necesario” las viejas instalaciones eléctricas y de gas, deficientes, enmarañadas, contaminadas por materiales flamables…

Las cosas no han cambiado gran cosa en el ALM luego de más de medio siglo de problemas, de modo que habría que cambiarle hasta el modo de andar y realizar una serie de obras: levantar los pisos y tender nuevos, repellar y pintar el techo que protegía al que alguna vez fue presumido como el mural que sería el más grande del mundo, pues mediría mil metros cuadrados con el tema de los vendedores en mercados mexica nos que dejó inconcluso su autor, José Silverio Saiz Zorrilla, quien falleció el 17 de febrero de 2017 a los 79 años. Cinco años más tarde el mural fue consumido por un incendio. También hay que insta lar nuevas redes de agua potable y drenaje, dotarlo de una gran planta de tratamiento de aguas negras y, en fin, desplegar una serie de obras en prácticamente todas sus áreas. Para todo lo cual sólo alcanzaría un presupuesto multimillonario… El clientelismo político en el sistema corporativista opera en las centrales de abasto.

Ocurre en el ALM, donde eventualmente surgen líderes de asociaciones gremiales que generan relaciones mañosas con la autoridad. De éstos se mencionan tres tipos: independiente, tradicional y moderno. Al final, el asunto de la reubicación del ALM es más viejo que la costumbre de dormir acostado. Lo nuevo sería buscar una solución de fondo al problema del ambulan taje.

Uno: que el Gobierno Estatal compre o expropie por causas de utilidad pública el conjunto de edificios de la calle Clavijero, media cuadra abajo de la calle Guerrero. Y dos: derribar los edificios de ahí para tender un puente eleva do hacia la bajada de la avenida López Mateos, asignando al ambulantaje una hilera de pequeños locales. Algo difícil pero no imposible de materializar… (Me leen mañana).

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