México.- Antonio Ambrosio y su familia han desarrollado y buscan expandir la Zega-Cola, un refresco artesanal, alternativo y orgánico de indí­genas zapotecas, que busca hacer competencia a las sodas comerciales. El proyecto inició hace tres años y desde entonces ha ido ganando popularidad. Por lo pronto, el restaurante denominado Los Danzantes emitió un comunicado en el que anuncia que a partir de marzo sólo ofrecerán a sus comensales Zega-Cola, de tal manera que no venderán bebidas pertenecientes a la empresa Coca-Cola

Zegache es un municipio de la región Valles Centrales, a 30 kilómetros al sur de la capital, donde está el taller de esta familia que, entre limitaciones, continúa ofreciendo su producto y sueña con imponerse a los gigantes refresqueros.

El proyecto inició en los talleres comunitarios de Zegache, promovidos por la Fundación Alfredo Harp Helú y el extinto pintor Rodolfo Morales. Primero ofrecían clases de oficios entre la comunidad y luego se sumó un colectivo europeo que llevó las clases para elaborar refresco de cola. La convocatoria fue emitida a toda la población, pero sólo 16 personas se unieron al proyecto que dio vida a Zega-Cola.

Quienes participaron en el taller elaboraban el refresco para consumo familiar, sin ganancias y sin dinero para invertir en hacer crecer el proyecto; los demás ex alumnos del taller abandonaron la pequeña iniciativa, dejando todo en manos de Antonio y su familia.

El proceso. Eufemia Cruz Benito, esposa de Antonio, se encarga de la mezcla y el proceso de elaboración del producto. Para crear una Zega-Cola se requieren aceites: de canela, de naranja, lima, limón, nuez moscada, lavanda y cilantro.

La mezcla requiere de la combinación de ácido cítrico, goma arábica y cafeína. A la hora de integrar los ingredientes, hay un paso peculiar: la familia ideó empotrar un batidor a un taladro, el mismo que usan en el taller de carpintería, para integrar apropiadamente todos los ingredientes, pues una batidora no alcanza a general las revoluciones necesarias.

Una vez hecha la mezcla, se obtiene un concentrado amargo que se revuelve con un jarabe elaborado con un kilo y medio de azúcar caramelizado; así se obtiene el jarabe que deberá mezclarse con dos litros de agua mineral. Mientras prepara la fórmula, Eufemia admite que es un proceso exhaustivo y complicado que su familia lleva a cabo cada dos meses para producir dos cajas con 24 botellas de jarabe de 250 mililitros, cada una.

Sin ganancias

"No vivimos de eso. Hacemos otras cosas, yo tengo un taller de madera o hago trabajos de albañilería y restauración", comenta Antonio, y añade que la máxima producción mensual ha alcanzado cuatro cajas de jarabe al mes.

Regularmente, el jarabe de Zega-Cola es elaborado cada dos meses, puesto que es complicado para la familia conseguir los ingredientes que les son enviados desde Europa. "Lo hacemos por gusto", sostiene Antonio y reconoce que no les ha ido bien porque hasta el momento los gastos en adquirir los aceites, las botellas y demás insumos es una inversión con ganancias escasas.

Una botella de jarabe Zega-Cola, de 250 mililitros, cuesta 30 pesos en el establecimiento familiar ubicado en Santa Ana Zegache, mientras que en el centro de la ciudad, cuesta 35 pesos. "Lo seguimos produciendo porque la gente de Europa nos ha ayudado, pero estamos valorando si será redituable seguir invirtiendo a futuro", lamenta.

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