The Beatles fueron para nuestra generación como un nuevo mundo, abrieron un camino que los jóvenes de aquellos años teníamos cerrado, y ellos disolvieron el grupo, pero continuamos escuchando las protestas musicales de John Lennon.
Eran los inicios de la década de los años setenta y alrededor del mundo nos enterábamos de las críticas que él hacía al presidente Richard M. Nixon, porque persistía la guerra criminal emprendida en contra de Vietnam. Nixon enfureció e intentó deportar a Lennon, pero la situación no se lo permitió a pesar de su poder, y, al ser el ocupante de la Casa Blanca de Washington, buscó la manera de callarlo, pero a pesar de sus esfuerzos no lo logró, sin embargo un tiempo después John Lennon fue asesinado.
El 8 de diciembre de 1980, John Lennon se levantó tranquilo, despreocupado. Por la tarde llegaría a su departamento Annie Leibowitz para realizar una sesión de fotografías para la revista Rolling Stone. La sesión comenzó de manera individual, retratarlo era un placer, él quería fotos con su mujer y a nadie le interesaba la imagen de él junto a Yoko Ono para la portada, pero Lennon era un poco necio e insistió en que los fotografiaran juntos.
Después de posar y posar ante la cámara, el músico británico concedió una entrevista al DJ de San Francisco, Dave Sholin. Al terminar, se trasladó acompañado de Ono hacia el Record Plant Studio. Antes de subir a la limusina, John saludó a sus seguidores, entre los cuales estaba Mark David Chapman, un guardia de seguridad de 25 años de edad, proveniente de Honolulu, Hawaii, quien en silencio le extendió la funda del disco Double Fantasy.
Lennon, después de obsequiarle su autógrafo, le preguntó: “¿Esto es todo lo que quieres?”. Chapman asintió sonriente, él había esperado el encuentro desde la mañana, inclusive ya se había acercado a Sean, el pequeño hijo de John y Yoko, cuando el niño regresaba de un paseo por el Parque Central de Nueva York, acompañado de su nana Helen Seaman.
La pareja permaneció en el estudio de grabación hasta cerca de las once de la noche. John no quiso ir a cenar, sino hasta después de volver a casa para darle las buenas noches a su hijo Sean, de cinco años. Al llegar a la entrada del Edificio Dakota, donde vivía, bajó apresuradamente del vehículo, sin esperar a que el chofer lo introdujera al estacionamiento, quería besar a su niño antes de que se durmiera.
Mark David Chapman, un “Cristiano Renacido”, permanecía oculto en las sombras y, cuando John lo pasó de largo, el asesino le apuntó por la espalda con un revólver calibre .38 Super. La primera bala pasó arriba de la cabeza de Lennon, estrellándose contra una ventana, pero los siguientes proyectiles sí lo alcanzaron. Dos se incrustaron en el lado izquierdo de su espalda y otros dos se alojaron en su hombro.
Los disparos hirieron mortalmente el siempre frágil cuerpo del pacifista; según el parte médico, dos resultaron fatales, una bala se alojó en su pulmón izquierdo y la otra violó la aorta.
John Lennon, letalmente desgarrado y arrojando sangre por la boca, tuvo fuerzas para subir cinco escalones hasta llegar al escritorio de recepción, donde desparramó los casetes que había grabado en el estudio. El conserje Jay Hastings, en su desesperación, trató de hacerle un torniquete para aminorar la hemorragia, pero al abrirle la camisa empapada se dio cuenta de la gravedad de las heridas. Resignado, se despojó del saco de su uniforme para cubrir a su agonizante inquilino y, después de quitarle sus anteojos salpicados de sangre, llamó a la policía.
Mientras tanto, afuera del Dakota Building, el portero José Sanjenis Perdomo ya le había arrebatado la pistola a Chapman; el asesino se entregó al mostrar que no portaba otras armas ocultas, se quitó su abrigo y sombrero, y esperó el inminente arribo de la policía, a la cual aguardó sentado sobre la banqueta.
Los oficiales Bill Gamble y James Morán, al llegar al sitio inmediatamente subieron a John Lennon al asiento posterior de la patrulla para trasladarlo velozmente al sanatorio. James Morán le preguntó: ¿Sabes quién eres? El herido meneó su cabeza en señal afirmativa y trató de hablar, pero sólo se escucharon indescifrables gorgoteos, después perdió el conocimiento.
Al llegar al Hospital Roosevelt, el moribundo ya no respiraba ni tenía pulso, el médico Stephan Lynn y otros dos más le abrieron el pecho para darle masaje manual al corazón; se esforzaron durante más de veinte minutos, pero no pudieron traerlo de vuelta a la vida. John Winston Lennon, de apenas cuarenta años de edad, fue declarado muerto a las 11:15 de la noche del 8 de diciembre de 1980, había perdido el 80 por ciento del volumen de su sangre.
Sin duda alguna, su asesinato desgarró el optimismo de muchos.
Lennon es el pacifista de nuestros tiempos, el rebelde que fue ejemplo de una juventud que quería un cambio; él, junto con Mandela, son los hombres que trasformaron las generaciones de finales del siglo veinte. ¿No cree usted?

Por: Teodoro Lavín León / lavinleon@gmail.com / Twitter: @teolavin

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