Tengo el presentimiento de que esta noche será la más feliz de mi vida. Bailé el vals con Javier y me abrazó de una manera tan dulce y amorosa que pude ver en sus ojos lindos y sus labios temblorosos la promesa de la tan esperada declaración de amor.
Sé que me ama porque yo lo amo con todas las fuerzas de mi corazón y ese sentimiento no podría existir si no recibiera a cada instante la vibración del corazón de Javier. Por lo tanto tengo la certeza de que él siente lo mismo que yo y eso me basta para acomodar todas mis sueños con los de él.
No me importa lo demás.
Estoy segura que ambos sentimos el revolotear de las mariposas en el estómago y estoy seguro que ellas también están locas de felicidad.
Eso es lo que sienten los enamorados, me lo dicen mis amigas que ven en Javier y en mí una pareja linda que está destinada a amarse. También se ríen burlonas de que él y yo somos muy bobos, pues pasamos toda la secundaria coqueteándonos y por timidez nunca fuimos capaces de darnos un beso al menos. Sólo nos tomábamos la mano y nos pasábamos horas platicando como esperando que el otro cambiara el tema de la charla y entrar con regocijo al terreno de las confidencias. Pero no nos atrevimos y así se nos fue el tiempo en esa rutina de lunes a viernes en que me acompañaba a tomar el carro urbano y platicábamos de la escuela, las tareas y los chismes de moda entre los compañeros.
Nos vemos mañana, Chuchita, me decía al despedirse y se iba contento pero con un dejo de nostalgia en la mirada. Yo me quedaba igual o peor.
Sólo a Javier le permito que me llame así porque lo dice con ternura y le sale muy bonito, pero mis amigas me dicen María de Jesús y me gusta mucho porque, además de que es mi nombre de pila, lo prefiero a Santa, que es como me dicen mis papás y la familia. No sé por qué lo hacen pero no me gusta aunque sé que es algo amoroso.
Hoy me gradúo con mis compañeros y estamos felices por esta noche que será la última en que estemos juntos como grupo. Nuestra generación será la primera del modelo mixto que se graduará y que me dio la hermosa oportunidad de conocer a Javier. Gracias a Dios son otros tiempos y los enfoques educativos ya cambiaron.
Pero lo más importante es saber que hoy Javier se me va a declarar.
Tiene que ser así, pues antes del viaje de fin de cursos las chamacas me juraron que él les dijo que la noche de la graduación finalmente me iba a pedir ser su novia, que por fin había encontrado el valor para hacerlo.
También les dijo que si yo aceptaba iría con sus padres a mi casa a pedirle permiso a los míos para formalizar y que ellos vieran que él me quería bien. ¡Qué emoción, Dios mío!
Es curioso y raro, pero siento que esta noche la he vivido miles de veces, como en sueños en los que fluyo entre las emociones del baile con Javier y los abrazos con los compañeros, las despedidas de los maestros y la emoción de mis padres. Incluso tengo la sensación de haber llorado de alegría ante la posibilidad de mi primer beso, pero la experiencia es confusa, como un conflicto interno de felicidad y miedo que no alcanzo a descifrar.
Como sea, aunque no entiendo qué cosa es y me desconcierta, lo que más lamento es no sentir ni recordar el beso de Javier. Ojalá hoy me lo dé para llenar ese vacío que me confunde y me pone melancólica. Si yo pudiera le daría mil besos con tal de que al menos me quede con el recuerdo de uno.
Javier es muy lindo pero algo tímido. No sé qué le pasó pero hoy lo vi demacrado y con una extraña cicatriz atrás de la oreja derecha. Él tampoco sabe qué pasó, pero ambos recordamos que el día del viaje no tenía ninguna herida.
Después nos dimos cuenta que aunque faltaban varios compañeros del grupo y un maestro, todos los demás tenían alguna cicatriz o cojeaban. Incluso mis padres que vinieron desde muy lejos para estar conmigo se veían envejecidos y demacrados. Supuse que era por el viaje.
En algún momento de nuestro vals le hice la observación a Javier sobre la apariencia de mis padres, pero me sorprendió que él me dijera que su padre se veía igual y que lamentó mucho que su madre no hubiera podido viajar. -Todavía no le toca-, le dijo su papá a Javier y él no supo entender a qué se refería.
Como nuestro momento era muy hermoso no le dimos importancia y yo olvidé decirle algo que me dijo mi mamá, que tampoco supe entender, y me pareció absurdo y tenebroso.
Según mi madre ella ya estaba muerta. Y recalcaba que de hecho acababa de morir. - Yo morí este año, Santita, tu papá murió hace 20 y por lo que veo sigue igual de necio y lleno de manías. Él dice que todavía está vivo, pero el pobrecito creé que estamos en 1999 y yo le digo que no, que estamos en 2019, pero él no me hace caso a pesar de que me ve ya tan vieja y toda chueca por la embolia...
No quise discutir con mi mamá y la dejé que se entendiera con mi padre, yo estaba en mi celebración y preferí no distraerme con ellos ni sus pleitos, pero me dio pena verlos tan seniles y diciendo disparates.
Aunque estoy decidida a disfrutar mi noche la charla con mis papás me hizo pensar en tantas cosas extrañas que están ocurriendo precisamente hoy. Es una atmósfera rara como de tiempo detenido en la que percibo sensaciones de certeza y duda a la vez. Unas cosas son diáfanas y me llegan a la consciencia en forma de conocimientos, como si yo fuera un espíritu antiguo con la sabiduría de muchas vidas. Otras son dolorosas y las siento en las entrañas como golpes bajos que me hacen rumiar una profunda rebeldía y mucha frustración. La sensación de estar ciega frente a un barranco me atenaza pero no me acobarda, sólo me hace sentir furia y el deseo de volar ante el vacío. Pero pienso en Javier y una caricia suya llega a través del gemido del viento helado y me detiene.
Siento que ha sido una noche larga y hasta me parece que mi ropa se hizo vieja. Veo mis manos y me sorprende ver que tengo los dedos pálidos, muy delgados, y las uñas llenas de tierra.
En el salón ya hay una pocas parejas bailando con melancólica parsimonia, como fantasmas, y yo sigo esperando a Javier en esta noche incomprensible.
Pero, ahora que lo pienso, de todo el montón de cosas raras que estoy viviendo, lo que me parece más extraño es que yo no pueda recordar cómo terminó el viaje de fin cursos.
Levemente recuerdo que veníamos muy contentos en el autobús y varios de los muchachos platicaban con el chofer sobre lo peligrosa que se veía la carretera en esa zona de cumbres. Voladeros horribles cubiertos de niebla como nubes bajas arrancadas al cielo. Una escena sobrecogedora que hacía bromear de puros nervios a los chicos.
Las mujeres preferimos orar en silencio confiando en nuestra buena suerte de jóvenes invencibles a punto de cumplir un sueño para ser mejores en un mundo que está cambiando y rompiendo viejos paradigmas.
Como probablemente me quedé dormida ya no recuerdo nada más. Ahora que llegue Javier le voy a pedir que me cuente cómo terminó de bajar la cumbre el autobús.
Tengo que saberlo pues es un viaje inolvidable, el de la generación 1961-1963, en la que conocí a Javier.
Le voy a pedir que me lo cuente, pero antes le voy a dar un beso.
