1.Otra vez España. Y México. Dos espacios unidos indefectiblemente. Inseparables desde el barroquismo en que coinciden sus almas (aunque se quiera de mal gusto la palabra Barroco hoy en día). O mejor dicho, dos países enlazados simbióticamente, por más que de tiempo atrás se les venga separando en el terreno de las ideologías: por un lado lo prehispánico idealizado, por el otro lo español vilipendiado. Así la conquista, las colonializaciones.
Luis Rius, crítico e historiador del arte -va junto con pegado, pero no es lo mismo-, escribió “El espía de Franco” (Alfaguara, 2019), un libro sobre la España asentada en México en los años cincuenta, con el pretexto de la muerte de un tal José Gallostra, al que le traía ganas más de un individuo: los franquistas, los republicanos, los anarquistas y los maridos de las mujeres que le gustaban.
No podía faltar en su historia, sumamente gozable desde varios puntos de vista, la historia de un tal Domingo, de oficio pintor, que enfrenta el reto de componer un mural en el que aparecen el asesinado, los posibles autores intelectuales del crimen y otros asuntos del medio siglo mexicano que hoy miramos con nostalgia. Nuestra fibra patriótica se cimbra -y se completa-, cuando nos vemos recordando con añoranza los lugares a los que hemos ido a dar cuenta de sabrosas piernas de jamón serrano, tortillas de patata, fabes cocidas con chorizo o los pasteles de la vasca. Aparecen nombrados con frecuencia El Danubio, El Hórreo de “Mundo”, El Casino Español, el Centro Asturiano, el Club España, el Café Tupinamba, el Café París y otros lugares que le servirán a Rius para co-crear en nuestra imaginación el ambiente del Rincón Manchego, espacio central de la novela en el que sucederán, durante su segunda mitad, los hechos importantes.

2.
Resultado de una investigación de diez años, Rius, sale exitoso del reto de incluir detalles de la vida real en la novela, como cuando cuenta que el Padre Maciel fue erigido canónicamente como líder de los Legionarios de Cristo en Cuernavaca, ciudad que valga la pena decir, aparece reiteradamente como destacado escenario de los hechos, entre otras cosas, porque aquí muchos tienen una casa con piscina, en donde se viven “weekends con grandes partidas de baraja”.
Pero lo más gozable, querido lector, es cuando el autor aprovecha para comentar los murales de José Renau en el Casino de la Selva; un retrato inspirado en La Maja desnuda de Goya; las casas de Diego y Frida “templo funcionalista de San Ángel Inn”; o la gran pintura dedicada a una tarde de domingo en la Alameda Central, hoy ubicado en el Museo Mural Diego Rivera, espacio que le tocara dirigir a Rius como funcionario público hasta hace muy poco tiempo. Esto desde luego me lleva a pensar en la frecuencia con la que incide la pulsión lúdica en la literatura. 
Por otro lado transita la línea narrativa que nos propone ir saboreando el proceso creativo del mural que creará Domingo, casado con Anel, quien le es infiel con el propio Gallostra. El pintor se enfrenta a un conflicto que resuelve por la vía creativa, convirtiendo a su objeto de odio en objeto pictórico. Qué interesante abordaje desde el punto de vista psicoanalítico. Deconstruido, destripado de otro modo el ofensor. Comprendido y rearmado con el pincel. Brillante, querido Luis.  
Acompañando la melodía del alma desgarrada, aparece en el texto la delicia de la poesía de León Felipe.

3.
Entre los personajes que dan cuerpo a la novela no podían faltar los señores Pepe Alameda, Ángel Urraza, Don José Gaos y Don Manuel Suárez y Suárez, propietario del Casino de la Selva y padre del recientemente desaparecido Manuel Suárez Ruiz apreciado político morelense, porque como sabemos, Don Manuel Suárez fue personaje fundamental del patrocinio de las artes en nuestro país y como lo dice Rius, fue factor importante en la integración de los españoles de todas las tendencias, en la rica sociedad mexicana, misma que incluye espacios fundamentales de la cultura como el Ateneo de la Juventud y el Colegio de México.
Enriquecen el listado de entrañables seres sensibles y pensantes Diego Rivera, José Moreno Villa, Antonio Rodríguez Luna, Celerino Palencia, Julio Antonio Mella, Octavio Paz y Margarita Nelken, entre otros. 
¿Y sabe qué me llamó la atención, querido lector? La casi ausencia (porque de todos modos aparece) en la novela de nuestro querido amigo antropólogo y escritor Santiago Genovés, súper amigo de Luis Rius padre.
Avecindado en Cuernavaca, Genovés me inoculó siempre dándole el crédito de la autoría de la frase a su “amiguito del alma” aquello de que “No se puede vivir como si la belleza no existiera”, que tanto le agradezco. FIN

Por María Helena González / helenagonzalezcultura@gmail.com

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