Pasado el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es una fecha que nos recuerda la lucha histórica de las mujeres por la igualdad de derechos y oportunidades en todo el mundo. Gracias a una gran organización es que en ese día se organizan diversas manifestaciones y marchas para hacerle ver a la sociedad el tamaño de discriminación y violencia que siguen padeciendo muchas mujeres en pleno siglo XXI.
Como hombre, creo que es importante reflexionar sobre la posición privilegiada que durante mucho tiempo y todavía en la actualidad tenemos en la sociedad; también es cierto que, como hombres, no podemos ni debemos hablar en nombre de las mujeres, ya que somos totalmente ajenos a la desigualdad que sufren muchas de ellas. Sin embargo, el papel que podemos desempeñar para apoyar la lucha feminista siempre será conducirnos en un marco de respeto para con su movimiento.
En este sentido, creo que una de las principales tareas que tenemos, tanto hombres como mujeres, es educarnos y deconstruir las actitudes machistas y patriarcales que, debido al orden social en el que crecimos, hemos internalizado desde nuestra infancia. Ser conscientes de que nuestras acciones y palabras pueden perpetuar la discriminación, la desigualdad y la violencia hacia las mujeres, incluso de manera involuntaria. Por ello, es importante que estemos dispuestos a escuchar, aprender y romper todos esos paradigmas erróneos que nos fueron inculcados.
En definitiva, el 8M es una lucha no de un día, sino de todos los días, tanto en el ámbito personal como el profesional, que nuestra generación y las que vienen deben seguir velando. Si bien es cierto que, poco a poco se ha ido avanzando, la realidad es que para garantizar esa tan anhelada igualdad entre personas y tener una sociedad más justa, aún queda mucho por hacer.
No está de más decir que esto es a título personal.
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