De enorme personalidad y gran amor por Cue-navaca, don Leopoldo Corral León, abrió en 1944 la primera armería formal en Morelos, con el permiso número 11 de la Secretaría de Guerra a nivel nacional, llamada “La Armería”, la que en 1968, cambió de nombre por “Deportes Corral”, al prohibirse la venta de armas en todo el País.
 
Dirigente de causas sociales dentro de la comunidad, enamorado de la cacería, hombre honesto y de arraigados principios, sus compromisos los hacía de palabra, la cual para él era más importante que cualquier contrato firmado.
 
Leopoldo Corral nació en la Ciudad de México el 25 de mar-zo de 1916, donde cursó sus estudios hasta el bachillerato en la preparatoria Justo Sierra de la UNAM, dejando la escuela para comenzar a trabajar.
 
Laboró en la paraestatal Petróleos Mexicanos y nos contó como fue el tiempo de la nacionaliza-ción del Petróleo, en la cual él entregó casi todo lo que había ahorrado para pagarles a las compañías que lo explotaban.
 
 Ahí estuvo desde 1936 hasta 1942, ese año contrajo nupcias con Paquita Ortíz, con quien tuvo tres hijos: Leopoldo (Polo), Alma y Laura.
 
 El señor Corral fue Presidente de la Cámara Nacional de Comercio de Cuer-navaca durante dos períodos, en uno de los cuales dirigió una multitudinaria protesta en contra del gobierno de López Avelar, por dejar tan abando-nada la capital del Estado; los mercados, las calles y los demás servicios de Cuernavaca y de casi todos los municipios del Estado, siendo respaldado por la mayoría de los comerciantes y por el resto de la población donde mostró su regionalismo y su absoluta entrega a la ciu-dad y al Estado de Morelos.
 
El señor Corral era un enamorado de la cacería.
 
 Tenía toda clase de armas, al grado de que se convirtió en experto en la reparación de todo tipo de armamento, por lo que en 1944, cuando tuvo la ocasión de adquirir un local en el Pasaje Tajonar, abrió una tienda la cual llamó “La Armería” en el local 32-C.
 
 Don Leopoldo no tenía dinero para comprar mercancía para su negocio, por lo que tuvo que comenzar la exhibición y luego la venta con las mismas armas y cartuchos que tenía para cuando salía con sus amigos de cacería.
 
 Por cierto que en 1968 se publicó una ley que prohibía la compra-venta de armas de fuego, por lo que el señor Corral se retiró del negocio y transformó su local para vender artículos deportivos, cambiando de nombre por el de “Deportes Corral”.
 
 Desde entonces ya no se aceptan ar-mas de fuego ni para su venta o su reparación.
 
 En una ocasión un personaje importante en la vida de la ciudad y supuesta-mente su amigo, llegó a dejarle un arma para que se la repa-rara, entregándole una buena cantidad de dinero por su trabajo.
 
 Ante la insistencia del tipo, don Leopoldo se molestó y le regresó su dinero y por la terquedad del cliente lo sacó a empellones de su negocio sin darle mayores explicaciones.
 
 Durante más de 40 años vivió en su casa de la calle 20 de Noviembre.
 
 Tenía de vecino a su amigo el licenciado don Francisco Cabrera, quien fuera un famoso maestro de derecho en la Universidad de Morelos y durante muchos años, un prominente Juez en el Juzgado de Tetecala, Morelos, con quien llevaba una especial amistad, pues era el único amigo con quien hablaba de política.
 
 Decía que gracias al licenciado Cabrera, estaba al tanto de lo que pasaba en la política inter-nacional y cómo repercutía en la situación de México y de casi todo el mundo.
 
Aunque se decía apolítico, gracias a su experiencia y a las pláticas con su amigo, don Leopoldo aprendió a manejar la Cámara de Comercio de manera más benéfica para el resto de sus agremiados, en cuanto a sus relaciones municipales, gubernamentales y federales.
 
 El señor Corral era muy serio en sus relaciones con los comerciantes dentro de la Cámara, al igual que con sus clientes y con el público en general; se llevaba muy bien con su familia, pero aún así era un poco tosco, en especial por su hijo Polo a quien quería en-trañablemente y el muchacho hacía lo que quería a espaldas de don Leopoldo.
 
 Uno de los más grandes placeres del señor Corral, era tocar guitarra clásica, la cual practicaba en sus escasos pero preciados momentos de asue-to.
 
 Cuentan que era una delicia escucharlo tocar.
 
 “Lo malo del caso, era que sólo dejaba que su familia se deleitara, aunque a veces lo hacía para sus amigos más cercanos, pero jamás en público, más cuando estaba sólo sus vecinos lo escuchaban desde la ventana de su casa y casi siempre tocaba para sí mismo”, se quejaban quienes sabían de su habilidad artística.
 
Siendo Presidente de la Cámara de Comercio, fue invitado a una reunión de alta investidura.
 
 Ahí conoció al se-ñor presidente Miguel Alemán Valdés y al ser presentado platicaron un rato sobre la cacería.
 
 Al presidente le inte-resó el saber que a él también le gustaba la cacería.
 
 El señor Corral le comentó al Presidente Alemán, que Morelos era uno de los estados que no tenía una fábrica de cartuchos, a lo cual el presidente le dijo que no era una mala idea y que ese sería un asunto para ser resuelto de inmediato y Morelos contara con una fábrica de cartuchos.
 
 Al poco tiempo, Don Agustín Legorreta, quien era el dueño del Banco Nacional de Méxi-co, llamó a don Leopoldo y le dijo que lo habían citado a la presidencia de la república para que construyera una fábrica de cartuchos y que quería que lo acompañara.
 
 Don Agustín era dueño de un terreno en la carretera a Tepozlán, donde construyó la fábrica y un campo de tiro en Ahuatepec que se llamaría “Cartuchos Deportivos” y al costado de la fábrica abrió un campo de tiro: llamado por su forma “La Herradura”, los que hasta la fecha siguen funcionando.
 
 Don Polo decía que era una simple coincidencia, pero la gente si-gue compartiendo que el señor Legorreta sí tomó en cuenta aquella ponencia, pues además de ser su amigo, igual que él era cazador.
 
El señor Corral iba de cacería con el señor Valdez, Luis de la Cruz, Xavier Aguilar, el señor Olvera y muchos más.
 
 Contaba que al que se traía más piezas lo festejaban.
 
 Desde entonces pulularon los cazado-res y los tiradores.
 
 Recordaba que viajaban hasta Guerrero, a acampar al Río Balsas, donde tendían sus casas de campaña y se iban por el monte a la caza del venado durante el mes de noviembre o de febrero y en el verano se la pasaban todas las tardes de cacería por el norte de Morelos a cazar huilotas y codornices y por la noche salían por la carretera federal a “lam-perear” conejos y liebres hasta Huitzilac.
 
 Don Leopoldo Corral León, dejó de existir a los 81 años, el 15 de agosto de 1995, dejándo-le a su familia, las bases de ho-nestidad, de buenos principios, y un indeleble recuerdo a la comunidad cuernavacense.
 

Por: RAFAEL BENABIB / rafaelbenabib@hotmail.com

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