No existe, en el planeta azul, un ser humano cuya existencia no haya sido gestada en el vientre de una mujer. Por ello y muchísimas razones más, me considero un furibundo feminista.

Convencido estoy de que, si este (anárquico) mundo en que vivimos, no hubiera sido “gobernado” por la testosterona; sino que, hubiera sido conducido por los estrógenos... otro gallo cantaría.

Cuando pienso en mi mamá, con su absoluta integridad, sembrando en nosotros la semilla, que aún germina, de los valores que nos ayudarían a potencializar los sueños las ilusiones y las fantasías.

Cuando encuentro en mi esposa a una estoica compañera incondicional, cuyas virtudes hacen palidecer a las mías, enseñándome al correr de los años que el afecto suma; pero que, la solidaridad conyugal sustentada en el genuino amor... multiplica.

Cuando veo en mis hijas: combativas, entregadas, preparadas, comprometidas con sus convicciones, dispuestas a dejar un mundo mejor del que encontraron, rompiendo los paradigmas.

Cuando imagino a tantas y tantas mujeres “echándose al hombro al equipo”, plurifuncionales (haciendo de papá y de mamá)): recuperando balones, repartiendo el juego, filtrando pases para gol, disciplinadas, con sacrificio, haciendo el gasto, trabajando en equipo, portando el gafete de capitán.

Cuando recuerdo que, de las 69 medallas olímpicas que ha cosechado México, 15 se las debemos a ellas.

Cuando me entero de la violencia y el abuso que se ejerce en contra del ser más supremo de la creación, de las garantes de perpetuar la especie, no puedo más que, solidariamente, indignarme.

Y es que, en mi experiencia, las hormonas masculinas responden a la pasión (sin mencionar al abuso de la fuerza); mientras que, las femeninas lo hacen con más apego a la razón.

No me puedo imaginar, “estando embarazada o en plena menstruación”, ir a trabajar para colaborar al sustento familiar, para regresando tener que ayudar a los hijos “con las tareas”, preparar la comida, multiplicarse en los quehaceres hogareños para que todo marche bien.

Al tiempo que reconozco que el respeto debe ser universal, no solamente hacia ellas; sino, hacia todos y cada uno de los seres que compartimos este mundo en que vivimos. Sin olvidar que lo deseable sería que la violencia no sea el pan de cada día, perpetuándose en el acontecer nacional, como si se tratara de lo más natural y cotidiano, para el próximo 9 de marzo, no puedo dejar ahogado en mi garganta el solidario grito de... ¡Vivan las mujeres!

Eduardo Brizio
ebrizio@hotmail.com

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