Aunque la información se filtró y se trató, al más puro estilo del “Gabo” Gabriel García Márquez de la “crónica de una muerte anunciada”, no dejó de ser noticia el hecho de que las Águilas del América ficharan a Giovani Dos Santos para el torneo que está a punto de iniciar.
Escapa a mi entendimiento que, de inmediato, los eternos sembradores de veneno se le hayan tirado desde la tercera cuerda a Gio, haciendo escarnio del mal momento balompédico que vive y mofa de la supuesta afición del ariete a la noche.
Qué lejanos parecen aquellos tiempos en que “el respetable” lo vitoreaba cuando en 2005 colaboró generosamente para el resonante triunfo de la Selección Mexicana en Perú, cuando en un hecho sin precedentes se ciñeron la corona en aquel 2 de octubre, que no se olvida.
Todavía se me estremece la piel al recordar la emotiva narración de mi gran amigo Raúl Orvañanos, pronunciando aquellas inolvidables palabras, que creí que no iba a tener la dicha de escuchar en toda mi vida, luego del silbatazo final: ¡México… campeón del mundo!
Del mismo modo, parece que fue ayer cuando el equipo tricolor, que tiene mucho corazón, contra todos los pronósticos subió al pódium para colgarse al cuello la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres, de la mano de Gio, quien, si bien es cierto que no participó en la gran Final contra Brasil, se destapó con tres goles, que en mucho ayudaron a conseguir la hazaña, durante la competencia.
También es cierto que su carrera futbolística a nivel de clubes ha sido con muchos altibajos y no ha dado el estirón definitivo en ninguna de las oncenas en las que ha militado, negándose a echarse al equipo al hombro; aunque, calidad en los botines la tiene y de sobra.
Me parece que “el consorte de la liendre” tiene la varita mágica para sacarle el mejor de los provechos. Nada me gustaría más que Giovani Dos Santos la rompiera en el América y que les callara la boca a sus detractores, que curiosamente ahora se cuentan por cientos.
Pero qué le vamos a hacer, aquí nos tocó vivir, en un país sin memoria, en donde no hay mesura (ni para la crítica; ni para el elogio), en donde nadie es profeta en su tierra, en donde se valora más a lo foráneo que lo nuestro… en una canasta de cangrejos.

Eduardo Brizio
ebrizio@hotmail.com

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