Después de 25 años de defender con gallardía el arco de seis clubes diferentes (Cruz Azul, Tigres, Chiapas, Necaxa, San Luis y Pachuca) Óscar “El Conejo” Pérez le dirá adiós al futbol esta tarde, en el Coloso de Santa Úrsula, cuando la Máquina Celeste, el equipo de sus amores, reciba la visita de los Diablos Rojos del Toluca.
Es tanto lo que se puede decir del personaje que hoy nos ocupa, que la verdad sea dicha no sé por dónde empezar. Bueno sería recordar que en su palmarés se suma el hecho de haber colaborado para conseguir dos títulos de Liga: el primero con los de La Noria en aquel lejano 1997 y el segundo bajo los palos de los Tuzos del Pachuca en el 2016.
Participó en tres Copas del Mundo; aunque en Francia 1998 se quedó en la banca, porque el titular indiscutible era el ‘Brody’ Jorge Campos: para Corea/Japón 2002 y Sudáfrica 2010, fue el cancerbero indiscutible del equipo de todos, actuando en los cuatro partidos que se diputaron en cada uno de los mencionados mundiales.
A pesar de ser portero, logró en tres ocasiones horadar la meta enemiga: la primera vez jugando para la Selección Sub 23 contra Corea, la segunda ante Estudiantes Tecos y la tercera, ya enfundado con los colores de la bella airosa, al grito de “para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo” enfrentando al Cruz Azul, para dejarlos fuera de la Liguilla.
Fueron muchas las veces que tuve la dicha de compartir con él la cancha, en donde pude constatar que sus virtudes como futbolista palidecen a las que posee como ser humano, siempre respetuoso, siempre educado, siempre deportista.
‘Aplaudo con las dos manos’ la decisión de la directiva celeste de rendirle un merecido homenaje a la trayectoria de un jugador ejemplar; tanto, dentro como fuera del terreno de juego.
A sus 46 años colgará los botines (mejor dicho, los guantes). En mi opinión, se tenía que haber ido antes. Quizá el día en que colaboró con su talento para que el Pachuca lograra el sexto título de su historia contra los Rayados en el Clausura 2016, era el momento adecuado; sin embargo, se quedó y terminó sus días de gloria “calentando el ocote”.
Es mejor irte cuando todos te piden que te quedes; que quedarte, cuando todos te piden que te vayas.
Por: Eduardo Brizio
ebrizio@hotmail.com