El último minuto también tiene sesenta segundos

La semana pasada, estimados lectores, me tomé el atrevimiento de contarles una anécdota de cuando ya me había retirado del arbitraje y constantemente me invitaban en sector aficionado a pitar, cuestión que agradecía, pero que rechazaba, hasta el día en que me propusieron a pitar “un partido con causa”, para niños con cáncer y de plano, ya no me pude negar.

Pues bien, en virtud de que en estos días de contingencia las noticias y acontecimientos deportivos brillan por su ausencia en el mundo entero, me tomaré la libertad de platicarles otra vivencia similar.

Un buen día, mi gran amigo Ramiro Palacios (QDEP), me invitó a la inauguración de un centro deportivo, en el municipio de Garza García, Nuevo León.

Me solicitó que silbara el encuentro estelar, en donde se enfrentarían un equipo del Ejército Mexicano contra otro del Municipio. Acordamos que, únicamente emitiría el silbatazo inicial y permanecería unos cuantos minutos en la cancha, para luego, ser relevado por otro nazareno que llevaría la responsabilidad de conducir el encuentro… y así fue.

Resulta que, el Presidente Municipal, en aquel entonces, de Garza García era nada más y nada menos que el “Bronco” Jaime Rodríguez, quien años más tarde contendería como candidato independiente a la Presidencia de la República y fue él quien me hizo el favor de entregarme personalmente un reconocimiento.

Por cierto, por ahí también andaba Blue Demon, luchador de fama internacional, oriundo e hijo predilecto precisamente de dicho municipio, quien era otro de los invitados de honor, con el que tuve el gusto de compartir “la cortada del listón”.

Para no hacer el cuento largo, que empieza el partido. Yo me encontraba ataviado con unos pants negros y no portaba uniforme de colegiado. Casi en la primera jugada, se produjo un tiro de esquina, vino el cobro y… el balón entró limpiamente en la portería adversaria, sin que nadie lo tocara ¡Gol olímpico!

Un par de minutos después “pedí mi cambio”, en la banda a la altura de la línea medianera se efectuó la sustitución, mientras recibía una generosa e inmerecida ovación de parte del respetable, el nazareno designado ingresó al terreno de juego.

Echando a volar la sinceridad, me gustó muchísimo la experiencia que les acabo de relatar, entre otras cosas, porque en toda mi carrera no me había ocurrido, pero el destino me reservó “un partido más”, para tener la dicha de presenciar, en vivo y a todo color, portando un silbato en la boca: ¡Un gol olímpico!… el último minuto también tiene sesenta segundos.

 

Eduardo Brizio

ebrizio@hotmail.com

 

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