El oficial de la Policía Morelos (PM) que desenfundó su arma de cargo para amagar a manifestantes de la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA) en la gira de trabajo del presidente Andrés Manuel López Obrador, el lunes en Anenecuilco, no es de Morelos, y consecuentemente ignorante del modo de ser de los morelenses, en este caso los de la zona oriente. Según se publicó el día siguiente, pertenece a la agrupación de Cuernavaca de la PM y llegó de Veracruz por invitación del titular de la Comisión Estatal de Seguridad, José Antonio Ortiz Guarneros. Sin embargo, ello no justifica la imprudencia, y menos, si de acuerdo a una versión de la propia institución, los elementos designados para cubrir el evento de Anenecuilco recibieron la orden de ir desarmados. El incidente que por fortuna no pasó a mayores, por un lado muestra la incapacidad y al mismo tiempo la buena suerte del almirante Ortiz, de quien dicho sea de paso es público y notorio no ha podido o carece de personal y equipo suficientes para al menos poder mitigar los niveles altos de inseguridad en Morelos, y por otro, hace recordar una historia parecida que metió en un problema gravísimo al Gobierno del Estado. El 10 de abril de 1996 un grupo del movimiento opuesto al proyecto del Club de Golf Tepozteco fue topado por elementos de la Policía Preventiva Estatal, en Tlaltizapán. Pretendían entregarle una carta al entonces presidente Ernesto Zedillo, se armó la gresca, uno o más policías dispararon, una bala mató al comunero Marcos Olmedo Gutiérrez y fue detenido el director de la corporación, Juan Manuel Ariño. Aquel fue un acto de represión. Los tepoztecos protestaron y continuaron su lucha hasta que lograron derribar el dicho proyecto… El contexto: un año más tarde, el 4 de julio de 1997 “moriría” Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”, operado para una cirugía facial por un grupo de médicos que pocos días después fueron asesinados y sus cadáveres hallados en el puente Mezcala de la Autopista del Sol. El capo del narcotráfico Carrillo tenía propiedades en Morelos –la ex hacienda La Luz de Tetecala– y habitaba una quinta cercana a la Casa de Gobierno, en la colonia Reforma... En la misma época, otro vecino “distinguido” de la Ciudad de la Eterna Primavera fue el secuestrador Daniel Arizmendi López, “El Mochaorejas”. Tenía una casa de fin de semana en el fraccionamiento residencial Bello Horizonte donde, cateada por policías estatales y federales, hallaron un montón de dinero y dólares “como del tamaño de un Volkswagen”, dijo un policía. Detenido por agentes judiciales del Estado de México el 17 de agosto de 1998, Arizmendi fue recluido en el penal de máxima seguridad de Almoloya… Famoso entonces como ahora y antes, Morelos era escenario de noticias de alcance nacional, no siempre positivas y muy seguido negativas. Corría la mitad del sexenio 1970-76 del gobernador Felipe Rivera Crespo cuando la CTM rompió el desfile del uno de mayo. Los cetemistas catapultaron una pala mecánica contra el contingente de la Federación Auténtica del Trabajo (FAT), integrada por obreros de sindicatos independientes, entre ellos los de la planta de Nissan Mexicana en la Ciudad Industrial del Valle de Cuernavaca (CIVAC). Dirigidos por Jesús Adame Giles, el dirigente del sindicato cetemista de albañiles años más tarde convertido en obispo de una secta religiosa, catapultaron una pala mecánica para disolver a los trabajadores independientes enfrente del restaurant La Universal. Hubo lesionados, entre muchos otros Rafael Velarde Díaz, el líder de los sindicalistas de la factoría de Industria Automotriz de Cuernavaca (IACSA) que estaba ubicada enfrente de la actual Plaza Galerías. Los obreros denunciaron la acción represiva, pero no lloriquearon. Al columnista lo preparaban doctores y enfermeras para una operación en la clínica del IMSS del boulevard Juárez (no había otra), y una afanadora le avisó que en el segundo nivel estaban varios obreros encamados. Velarde tenía un brazo enyesado, fracturado por los golpeadores. Narró cómo los hombres de Adame llegaron a la planta de IACSA brincando la barda perimetral, blandiendo machetes y palos para disolver la huelga. Contó sin haber soltado ni una lágrima: “Así estuvo la onda, vale”. Por buena suerte no hubo muertos… Aquel día de julio del 97 cuando el “topón” en Tlaltizapán, al comandante Ariño o a uno de sus hombres se le fue un tiro y hubo un muerto. El lunes pudo haber sucedido otro tanto en Anenecuilco, con el mismísimo presidente de México como testigo involuntario. Por fortuna no ocurrió así, de lo contrario ahora mismo se estaría hablando de la caída del comisionado de seguridad Ortiz. Cuestión de buena o mala suerte… (Me leen después).

 

José Manuel Pérez Durán
jmperezduran@hotmail.com 

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