Recién visité un pueblo de Morelos en el mero dia de su fiesta patronal, justo despues de la pandemia cuando los pobladores retoman sus tradiciones. 

Regresan las mayordomías, la entrega de la vara de mando, las corridas y el toro de once, el palo encebado, por la tarde la mogiganga con la banda de viento y las multitudes bailando y brincoteando por las calles; y por la noche el torito y el castillo. Vuelven las bodas, los bautismos con moles, tamales nejos y de frijol; tambien los velorios y los novenarios con café y piquete, y “hacer las once”. La paradoja, es que en estos dias de muertos, la poblacion regresa a la vida.

Conocí al cronista de ese lugar cuando bajo la sombra de una parota platicaba en la plaza a un grupo de oriundos, me acerqué a escuchar, hablaba de sus tradiciones.   

En cuanto terminó, le pregunté: 

-Usted es el cronista del pueblo.

-Así es, trato de serlo.

-¿Qué es un cronista?-

-Mire usted… es algo muy fácil de responder, pero, difícil de desempeñar, es el que más sabe del pueblo, pero tambien es indispensable que lo escriba, implica una enorme responsabilidad ante la comunidad porque es una carta del pasado y del presente al futuro. 

Sobre esto, el arqueólogo Eduardo Matos, que en días pasados recibió el Premio Princesa de Asturias, en su discurso mencionó que “La historia la hacen los pueblos”. 

John Womack me comentó en un largo intercambio epistolar que tuve con él, que: “Los cronistas son esenciales, pues están en medio de las historias orales, que a veces conducen a los archivos locales, aún familiares, que de repente echan luz maravillosa que abre aquellas relaciones hasta entonces perdidas en la oscuridad; además, son una institución prácticamente inmortal de la historia local”.

En Madrid abrevé de las tertulias a las que asistí semanalmente entre historiadores y cronistas en el restaurante “El sobrino de Botín”, el más antiguo del mundo, ubicado en el mismo lugar desde 1725 al lado del Arco de Cuchilleros, atrás de Plaza Real, su horno de leña para el lechón y el cabrito, nunca se ha apagado. Otras veces fue “En Chicote un agasajo postinero con la crema de la intelectualidad” como cantaba Agustín Lara al histórico bar de ese nombre en la Gran Vía inaugurado en 1931, al que hoy canta Joaquín Sabina; “Enseñando las garras de astracán (guantes), reclinada en la barra de “Chicote”, la “bien pagá” (meretriz) derrite con su escote, la crema de la intelectualidad”, lugar de encuentro de los más famosos, escritores, líderes, artistas plásticos y de cine, cantantes, y no solo de España; bar, que durante mi larga estadía en esa ciudad dejó de existir por un pleito legal, soy testigo del momento justo en que le retiraban las letras de bronce de su fachada de mármol veteado, quedando la marca del tiempo negándose a desaparecer, años después, en el mismo lugar se abrió el Museo Chicote.  

Recorriendo España. Italia, Marruecos y el Caribe, fui descubriendo indicios de temas inéditos, que enlazan el objeto mismo con mi ciudad, desde una perspectiva opuesta que denota el origen, lo que desde aquí no se lograría percibir. Así encontré reveladores datos que me arrojaron hipótesis, para luego ir investigando y confirmando su veracidad, lo que resultó ser la metodología científica, en este sentido, la imaginación, como bien se sabe, está muy por encima del conocimiento y de la lógica, decía Einstein que: “La lógica te lleva de A hasta B, pero la imaginación te lleva a cualquier parte”.  

Decía Gabriel García Márquez que “La crónica es un cuento que es verdad” por tanto, debe depertar emociones y transportar al mundo de lo narrado, y no es para nada, solo un reportaje de datos frios, ni tampoco una historia pirateada. 

El Cronista es ademas, y desde siempre, coleccionista de libros, cosas y fotografías antiguas, es un promotor cultural, y a través de su trabajo es defensor constante del patrimonio histórico, arquitectónico, artístico, natural y cultural; crítico y copartícipe del desarrollo actual de su ciudad, goza su trabajo y así lo trasmite cuando es capaz de narrar lo que no es común, cuando dice algo nuevo de lo viejo, o distinto de lo nuevo, pero lo dice bien. Decía Guillermo Tovar y de Teresa que “El cronista debe ser el que mejor escribe”.

El cronista nace, no se hace, porque desde que tiene uso de razón, se va interesando y recopilando datos en la memoria, sin ningún fin, mas que por el placer de saber, hasta que el destino lo hace escribir para que los demas lo sepan. 

Simone de Beauvoir decía que “Escribir es un oficio que se aprende escribiendo” y el gran Gabo expresaba que “Escribir, es explicar a otros lo que uno mismo no se explica”. 

Son ya14 años entregando a mis lectores: artículos, crónicas e investigaciones principalmente sobre la historia de mi ciudad, son testimonios personales e inéditos, publicados de manera continua en periódicos, semanarios y revistas locales y nacionales, varios en la Revista de la Real Asociacion Española de Cronistas, algunos traducidos al francés y al portugués; he realizado 60 corto videos sobre la historia de Cuernavaca y continúan. He participado en convenciones nacionales e internacionales, y falta, porque constantemente me asaltan ideas y dudas que investigar, los temas sobran, el trabajo es arduo pero apasionante, y sigue.

Y se debe ser autentico porque la vida cobra cuando se dice ser lo que no se es y te pone en tu lugar, y hay que disfrutar lo que se hace, porque, para ser feliz, hay que amar lo que se vive.

Autor, Carlos Lavin Figueroa

https://www.youtube.com/watch?v=7ghLFgMH5mg

Invitacion. Tres pianistas, tres generaciones comparten el amor por la música de los grandes maestros Chopin, Rolón, Poulanc, Ravel, Kapustin. En su gira por Cuernavaca ofrecen un concierto de piano para el proximo viernes 11 en la Galería Papillon, a las 19 hrs.  

¡Hasta la próxima!

Por: Carlos Lavín Figueroa  / carlos_lavin_mx@yahoo.com.mx

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