Manifestarse en las calles para expresar una exigencia es típico de las democracias. Los ciudadanos se hacen visibles ante la autoridad o la opinión pública cuando no encuentran las vías institucionales o los partidos políticos no cumplen con su función. Deben ser la conexión entre la gente y la autoridad.
Los partidos políticos son la correa de transmisión entre la gente y la autoridad, salen a las calles como medida de presión. Hasta allí se entiende.
En México, llegó al poder un movimiento que se hizo patente en la tomas de las calles. Les funcionó bien. La inercia de esa manera de expresarse continuó a pesar de haber ganado la voluntad popular. La convirtió en el modo para gobernar. Las conferencias matutinas y las calles les permitió estar cerca del pueblo. Hay que agregar la explosión de las redes sociales, que han surgido como un espacio crucial para captar la atención y la voluntad popular, como forma para movilizar a la gente. El efecto se reproduce como un eco infinito por el espacio digital. Las elecciones de este año en EUA y México, son buenos ejemplos.
Lo que estamos viviendo posterior a las elecciones, es la continuación de “tomar la calle” de los tiempos de campaña. Se esperaría que los recién llegados a gobernar se dedicaran a gobernar. Los medios de difusión, las redes sociales y la prensa escrita, dan testimonio de que la campaña continúa. Es comprensible. Los líderes populistas ganan el apoyo de la gente gracias a discursos emotivos y promesas a los problemas sociales. Así fortalecen sus bases; se crea una relación directa y personal con sus seguidores. Por eso el populismo de hoy prefiere gobernar en la calle.
Los resultados de esa forma de gobernar están a la vista de los mexicanos. La mano alzada en las calles llevó a la destrucción de los proyectos más importantes para el desarrollo del país: la cancelación del Aeropuerto (NAIM), construir Dos Bocas, la eliminación de la SCJN y de los organismos autónomos.
El populismo a menudo prefiere gobernar “en la calle” porque busca el aval “directo”a sus proyectos conectar directamente con el pueblo, evitando intermediarios como los partidos políticos tradicionales, los expertos o las élites. Esta estrategia permite a los líderes populistas presentarse como los verdaderos representantes del “pueblo” y sus necesidades., aunque nada tengan que ver con las necesidades reales de la gente.
Los gobiernos que inician, han caído en la inercia de gobernar en la calle. Las democracias llevan al poder a aquellos que logran convencer de las virtudes de su proyecto. Lo que esperamos los ciudadanos, es que una vez en el gobierno, propongan sus estrategias para gobernar y gobiernen. ¡Se acabó la campaña!
Gobernar en las calles y por ocurrencias, enormes desventajas. Las decisiones se toman sin ser avaladas por el análisis, investigaciones, consultas ni verdadera participación ciudadana. Los acarreados a los mítines callejeros , no saben ni a que van. Tampoco los legisladores.
Al gobernar con políticas públicas debidamente construidas, se evitan despilfarro, al ser diseñadas y fundamentadas en estudios serios y con la participación de ciudadanos, organizaciones, academia y expertos, permite la generación de consensos y auténtica participación social.
Diseñar políticas públicas democráticas y sólidas,va de la mano con la transparencia y la rendición de cuentas. Lleva implícita la evaluación de los avances y la manera de distribución y ejecución de los programas y obras que se requieren. Lograr consensos y la cooperación de la gente demanda entender que se requiere tiempo para el diseño y su aplicación. A la larga demuestran ser la mejor estrategia para reducir eficientemente las desigualdades sociales
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