Aún cuando a nivel mundial se ha avanzado en la atención de la enfermedad vascular cerebral (EVC), mejor conocida como infarto cerebral, embolia o derrame, cada seis segundos una persona fallece.
En México este padecimiento neurológico afecta a 230 casos por cada 100 mil habitantes mayores de 35 años de edad, de ahí que sea la cuarta causa de muerte, la segunda de demencia y el principal motivo de discapacidad en adultos.
Los infartos cerebrales se dividen en: isquémicos, cuando un vaso sanguíneo que riega el encéfalo se obstruye o se cierra impidiendo el flujo de sangre.
En este caso, las células y tejidos empiezan a morir al cabo de pocos minutos por falta de oxígeno y de nutrientes. La zona del tejido muerto se llama infarto. Y los hemorrágicos son cuando el vaso sanguíneo que riega el encéfalo se rompe y sangra.
En un infarto isquémico cada minuto que se interrumpe el suministro de sangre al cerebro se pierden cerca de 1.9 millones de células cerebrales; esto se asocia con secuelas neurológicas graves e irreversibles que afectan la calidad de vida del paciente y representan un gasto catastrófico para él y su familia.
De hecho, más de la mitad de quienes sobreviven quedan con alguna discapacidad y un tercio precisa de ayuda de cuidadores para realizar sus actividades cotidianas.
Nadie está a salvo de presentar un evento así. Si bien es más habitual entre adultos mayores, ha aumentado el número de casos en menores de 45 años debido a factores de riesgo prevenibles como tabaquismo, diabetes mal controlada, hipertensión arterial, colesterol alto y obesidad, entre otros.
Los infartos cerebrales pueden prevenirse a través de cuidados indicados por el médico y un estilo de vida saludable: realizando ejercicio, llevando una alimentación saludable, evitando fumar y reduciendo el estrés. i
Fuente: Boehringer Ingelheim