En las profundidades del océano habita una de las criaturas más fascinantes y enigmáticas del planeta: el pulpo, o octópodo, un animal que parece salido de una historia de ciencia ficción. Con tres corazones, sangre azul y una inteligencia distribuida entre sus brazos, los pulpos han desconcertado a científicos y biólogos durante décadas, convirtiéndose en uno de los mayores prodigios evolutivos del reino animal.

 

Tres corazones, una vida bajo presión

 

El cuerpo del pulpo funciona de una manera única. Posee dos corazones branquiales, encargados de bombear sangre hacia las branquias para oxigenarla, y un corazón sistémico, que distribuye esa sangre oxigenada por todo el cuerpo. Sin embargo, cuando el animal nada, este último corazón deja de latir temporalmente, lo que explica por qué los pulpos prefieren arrastrarse o caminar sobre el fondo marino antes que nadar largas distancias: nadar literalmente los agota.

 

 Sangre azul: una ventaja en el frío

 

A diferencia de los humanos, cuya sangre es roja por el hierro de la hemoglobina, los pulpos tienen sangre azul debido a la hemocianina, una proteína que utiliza cobre para transportar oxígeno. Esta característica, lejos de ser un capricho de la naturaleza, les permite sobrevivir en aguas frías o con poco oxígeno, donde otros animales no podrían resistir. Sin embargo, este sistema también los hace más sensibles a los cambios de temperatura.

 

Cada brazo, una mente

 

El sistema nervioso del pulpo es tan complejo que dos tercios de sus neuronas no están en su cerebro, sino en sus ocho brazos. Esto les otorga una autonomía sorprendente: cada brazo puede explorar, manipular objetos y reaccionar de forma independiente. Es como si cada extremidad tuviera su propia “mini inteligencia”.

Estudios recientes han demostrado que los pulpos pueden abrir frascos, resolver laberintos y recordar soluciones, comportamientos que los colocan entre los invertebrados más inteligentes del planeta.

 

Maestros del camuflaje y la adaptación

 

Además de su cerebro distribuido, los pulpos poseen la capacidad de cambiar de color y textura en segundos, gracias a millones de células pigmentarias llamadas cromatóforos. Este mecanismo les permite confundirse perfectamente con rocas, corales o arena, escapar de depredadores o incluso comunicarse entre ellos mediante patrones de color.

Algunas especies, como el pulpo mimo, pueden imitar el aspecto y los movimientos de otros animales marinos, como peces león, serpientes marinas o medusas, demostrando un nivel de inteligencia y adaptación pocas veces visto en la naturaleza.

 

Un prodigio de la evolución

 

Los registros fósiles indican que los ancestros del pulpo existen desde hace más de 330 millones de años, anteriores incluso a los dinosaurios. Su estructura biológica desafía lo que entendemos por un organismo “común”: una criatura con múltiples corazones, sangre azul y una mente descentralizada que, sin embargo, funciona con precisión.

 

El pulpo nos recuerda que la inteligencia no es exclusiva del ser humano ni de los mamíferos. Es la prueba viva de que la naturaleza puede crear sistemas tan extraños como eficaces, organismos que desafían toda lógica y que, en las profundidades del océano, siguen demostrando que la vida puede pensar de muchas formas.

 

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