En el bullicio constante de la Central de Autobuses de Puebla (CAPU), un rincón silencioso albergó durante tres años la historia de María de Jesús Mundo, conocida cariñosamente como Doña Mari. Su vida, marcada por la esperanza y el abandono, llegó a su fin el 24 de julio de 2025, cuando fue encontrada sin vida en una de las bancas de la sala de espera, a una edad aproximada de 80 años. E
Un hogar Improvisado en la CAPU
Doña Mari, originaria de Tehuacán, Puebla, llegó a la CAPU en 2022 tras ser desalojada de su vivienda por dificultades económicas, incapacitada para pagar la renta. Antes de esto, había vivido en diferentes lugares, incluyendo una casa en la Unidad San Andrés, pero la falta de recursos la llevó a refugiarse en la terminal de autobuses. Allí, transformó las frías bancas de aluminio en su hogar, un espacio donde, día tras día, aguardaba el regreso de su hija Alma, una espera que, trágicamente, nunca tendría fin. Desconocía que Alma había fallecido años atrás al intentar cruzar la frontera hacia Estados Unidos, un detalle que añade una capa de dolor a su historia.
Además de Alma, Doña Mari tenía otros dos hijos: Víctor Manuel, quien residía en EU., y Marina Guadalupe, supuestamente en Cuautlancingo, Puebla.
Sin embargo, ninguno de ellos se puso en contacto con ella, dejando un vacío que ni la caridad de los transeúntes pudo llenar. Vida en la Espera: Una Rutina de SupervivenciaDurante su estancia en la CAPU, Doña Mari vivía de la bondad de desconocidos.
Por las mañanas, se sentaba en las bancas, observando el flujo constante de viajeros, con la mirada perdida en la esperanza de un reencuentro. Para ganarse algunas monedas, cantaba en los pasillos, su voz resonando como un eco de su soledad. Al mediodía, caminaba para tomar baños de sol, un intento de mantener su frágil salud.
Por las noches, volvía a las bancas, durmiendo con lo poco que poseía: un sarape, un cartón y, a veces, pañales y refrescos donados por quienes se compadecían de su situación. Su salud, sin embargo, se deterioraba con el tiempo. Padecía problemas en una pierna, hinchazón y dificultades para moverse, además de otras condiciones que la obligaban a usar pañales.
A pesar de las ofertas de ayuda del Sistema Estatal DIF y otras organizaciones, Doña Mari rechazaba cualquier asistencia, aferrada a la promesa de que su familia regresaría. En julio de 2024, el DIF lanzó una campaña para localizar a sus hijos, difundiendo una ficha con su fotografía, pero los esfuerzos fueron en vano; ningún familiar apareció.
Un final silencioso y trágico
Este viernes 24 de julio de 2025, usuarios de la CAPU notaron que Doña Mari no respondía. Su inmovilidad alertó al personal, quien llamó a los paramédicos de la Cruz Roja. Al llegar, confirmaron lo inevitable: había fallecido, probablemente por causas naturales, según los reportes preliminares. La escena, descrita como conmovedora por quienes la presenciaron, mostraba a una mujer mayor, sola, sentada en una banca, como si simplemente hubiera decidido descansar un poco.
La Fiscalía General del Estado (FGE) y el Servicio Médico Forense (Semefo) realizaron el levantamiento del cuerpo, que fue trasladado al anfiteatro municipal. Hasta el momento, ningún familiar ha reclamado sus restos, y si nadie lo hace, será registrada como no identificada, un final que refleja la profundidad de su abandono.
Videos difundidos en redes sociales, muestran el momento en que cuatro hombres, sosteniendo las esquinas de una manta blanca, trasladan su cuerpo, una imagen que ha generado tristeza e indignación en la comunidad.
Controversias, impacto social y reflexión
La historia de Doña Mari ha resonado profundamente en redes sociales y medios locales, con publicaciones describiéndola como "la más triste historia que verás hoy". Su caso no es aislado; refleja una realidad dolorosa para muchos adultos mayores abandonados, especialmente en contextos de migración, donde la distancia y la falta de comunicación pueden romper lazos familiares.
Su vida en la CAPU, sostenida por la caridad de desconocidos, contrasta con la ausencia de sus hijos, un contraste que ha generado debates sobre la responsabilidad familiar y el papel del Estado en proteger a los vulnerables. Doña Mari se convirtió en "un recordatorio silencioso y constante de una promesa rota", un símbolo de la lucha silenciosa de quienes, en su vejez, enfrentan soledad y olvido. Su muerte no sólo marca el fin de su espera, sino que invita a la sociedad a reflexionar sobre cómo cuidamos a nuestros mayores, cómo enfrentamos el abandono y cómo construimos redes de apoyo que eviten tragedias como esta.
