Cuenta añeja leyenda sobre el puente de piedra más antiguo, construido en la villa de Cuernavaca, el cual por escasez de reconocidos artífices fue encomendado al industrioso fray Francisco Gamboa, quien a pesar de sus múltiples ocupaciones en el convento de San Francisco en la ciudad de México, dirige y supervisa la mano de obra indígena logrando concluir sin percances el trabajo los primeros días del mes de septiembre. Para la época, los cerros circunvecinos se encontraban plagados de un delicado tallo coronado por vistosa flor amarilla conocida como “Yauhtli” o Pericón, tarde a tarde era cortada por los moradores y transportada a sus chozas; con natural curiosidad el fraile decide investigar el destino dado a la preciada florecilla, la cual se ligaba con añoso ritual ofrendado a “Xilonen”, diosa del maíz tierno, descubriendo su uso como ingrediente en el cocimiento de elotes tiernos y remedio casero, a sano juicio del ilustre religioso no hubo reprimenda, al contrario vería la oportunidad de orientar el ajeno rito hacía la doctrina cristiana. Así, en días sucesivos explicaría a los pobladores la cercana celebración de San Miguel Arcángel, vencedor del ángel apóstata, haciendo hincapié en los oyentes la necesidad de ayudar al defensor de los cielos en la interminable lucha contra el Diablo, quien después de permanecer cautivo por mil años saldría del encierro; según narraba, la fecha estaba próxima en que el mal causará infinidad de desgracias por tanto correspondía proteger casas, edificios, caminos y veredas con vistosas cruces que había elaborado al unir dos manojos de tallos de la aromática flor.

Se cuenta que al caer la tarde del 28 de septiembre de 1528, el aura nocturna vendría acompañada por negros y amenazantes nubarrones importunando a centenares de maceguales que de inmediato buscarían resguardo en humildes casuchas ante la inminente tempestad, la cual descargaría toda su furia sobre la modesta barriada, angustiosos fueron aquellos momentos para los aldeanos que jamás habían presenciado suceso igual. Pasada la media noche y con el repicar del cercano campanario de San José numeraba la tétrica hora nona, llenos de inquietud un grupo de vecinos armados de antorchas saldrían de sus chozas entre temerosos murmullos asegurando el ídolo de Tepochhuehueco aquella madrugada clamaba venganza; la incertidumbre sería esclarecida por el cacique José Santiago Cortés de Sandoval, arengando a sus vasallos les recordaba que contaban con la protección de la nueva fe, los vecinos por un momento desconfiaron afirmando que el recién construido puente había desaparecido, pero para sorpresa de todos, la construcción se encontraba intacta. Con gran extrañeza a la distancia escucharon el inconfundible chasquido de acerados cascos anunciando la presencia de enjuto caballo, montado por un anciano que avanzaba hacia ellos con lento y jadeante trote, asombrados no dejaba de contemplar al solitario jinete mientras recorría el camino hasta finalmente detenerse al borde de la estructura pétrea; de pronto el lugar quedaría envuelto por espesa bruma impidiendo distinguir la debilitada estampa, la cual en un santiamén ensancharía sus carnes tornándose en magnifico ejemplar equino, mostrando indocilidad encumbrando en sus cuartos delanteros golpearía frenéticamente los pedruscos de la rústica vereda, desencadenando a cada respingo millares de centellas, cautivando las temerosas miradas de los presentes que hallaron refugio al final de la barandilla del puente, al tiempo el poderoso animal relinchaba ejecutando violentas cabriolas, impulsando por los aires la revuelta y gruesa crin, flagelando en cada salto la negra y sensible piel incitando la inestabilidad de la cada vez más grotesca bestia; a la brevedad enronquecida voz detendría la violenta exhibición. El agitado bruto quedo inmóvil, y lentamente asomaría la fornida figura del centauro ataviado en elegante y fino ropaje escarlata, luciendo en pecho, mangas y cuello enlazados hilos dorados, así como gruesas cadenas de oro, el metálico brillo a pesar de la oscuridad salpicaba destellos en el satírico rostro, resaltando recortada y acicalada barba rematada por enrizado mostacho el cual apenas libraba el curvilíneo remate labial dejando asomar alineada hilera dental, el desconocido personaje con derrochada gallardía y orgullosamente pregonó a los cuatro vientos la derrota del héroe de los ejércitos celestiales, victoria capital que le concedería asentar sus reales en la vía por toda una eternidad, al terminar su cometido el jinete montaría nuevamente el nervioso penco, no sin antes dejar escuchar tras de sí sonora y burlesca carcajada reverberando en el abismo inquietante eco, encajando las espuelas tomaría al galope para desaparecer en la bruma, provocando nuevamente la impavidez del puñado de espectadores.  
“El Diablo”, conforme al trabajo literario de fray Bernardino de Sahagún titulado: “Libro de los Colloquios” previene severamente en el Capítulo XI, quinteto 1540 la presencia demoníaca en la idolatría nahua precisando la representación y lugares en que habría de exhibirse el Señor de las tinieblas. El verso reza:
                                           
Vosotros os manifestaréis a ellos,
Les hablaréis en figura humana,
En lugares como la cumbre de los montes, las barrancas,
En las llanuras, en las cuevas,
Así podréis desatinarlos.

   El acontecimiento sería divulgado y conocido por los lugareños, siendo factor determinante a partir de las primeras décadas del siglo XVI, hasta nuestros días en extraordinarias narraciones orales dando diversas versiones a la leyenda. Ejemplo de ello fue lo declarado por fray Andrés de Olmos, testimonio recopilado por fray Jerónimo de Mendieta en la obra titulada: “Historia Eclesiástica Indiana” que a la letra dice:
“Morando el santo varón Fr. Andrés de Olmos en el convento de Cuernavaca, se averiguó haber el demonio aparecido a un indio en figura de señor o cacique, vestido y compuesto con joyas de oro, y esto fue por la mañana, y le llamó en un campo y le dijo: “Ven acá, fulano, ve y di a tal principal que como me ha olvidado y dejado tanto tiempo; que digan a su gente me vaya a hacer fiesta al pie del monte, porque no puedo entrar ahí donde vosotros estáis, que está ahí esa cruz” y dicho esto desapareció. El indio hizo el mensaje que el demonio le mandó, y el principal que se decía D. Juan, con gente que llamo fueron a hacer la dicha fiesta y allá se sacrificaron e hizo su ofrenda. Y cierto discípulo criado entre los frailes los descubrió, y fueron presos y castigados, aunque con misericordia por ser nuevos en la fe, y el dicho Fr. Andrés preguntó al mismo indio a quien el demonio había aparecido, lo que con él paso, y halló que por ser falto de fe y hacer oración a sus dioses o ídolos antiguos, le había tomado por ministro y mensajero para engañar a otros, y escribió el dicho padre la oración o palabras con que había orado; y en suma era que pedía a su dios ser llevado de esta vida, pues ya eran esclavos, y les era tomada su tierra, y no estaban en libertad ni a su placer de vivir. Y esta imprecación muy usada ha sido de los indios afligidos”

    Desde entonces el lugar se ha caracterizado por ser un sitio saturado de insólitas crónicas que han pasado de generación en generación vinculadas con misteriosos cultos, desatando la popular creencia que durante las noches de plenilunio la prosaica figura del temido, perverso y sinvergüenza ángel caído, hace presencia y se dice que de tiempo en tiempo cumple los desesperados y ambiciosos deseos terrenales de almas vacías que al cabo del tiempo han gozado de una vida colmada de riquezas y comodidad, para finalmente sufrir eternamente las penalidades del infierno.   
El puente del diablo o telpochhuehueco en Cuernavaca ha dado lugar a múltiples leyendas.

Por:  Heberto González de Matos / opinion@diariodemorelos.com

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