Cuando cesaron los disparos, el aire que soplaba en la hacienda olía a pólvora. Guajardo salió con pistola en mano a ver el cuerpo de Zapata, el cual yacía en un charco de sangre. De una patada volteó el cadáver y al ver el rostro del caudillo agrarista expresó: “Esto es lo que querías Zapata, así se matan las liebres”. En seguida le ordenó a la guardia que hizo los honores, metiera el cuerpo a la hacienda y a rastras lo metieron, mientras los de Agustín Cortés y Jesús Delgado quedaron tirados afuera. Adentro, en el patio de la hacienda, Guajardo esculcó la ropa del cadáver de Zapata; sólo le encontró un reloj redondo marca American Waltham, que marcaba las 2 de la tarde y la pistola que no alcanzó a desenfundar marca Smith and Wesson. De esta forma, como se decía en el argot de los mandos revolucionarios, Guajardo le había madrugado a Zapata. 

En seguida, Guajardo se comunicó por teléfono con su jefe para informarle que Emiliano Zapata había muerto de acuerdo al plan acordado y que con esto cumplía su misión. Entonces, Pablo González le dijo que le llevara el cadáver a Cuautla. Sin perder tiempo, Guajardo preparó un contingente fuertemente armado para trasladar el cadáver al cuartel carrancista de Cuautla. El cuerpo de Zapata lo envolvieron en un poncho y lo amarraron boca abajo en el lomo de una mula o macho prieto; sus piernas y su cabeza iban colgando en los costados de la bestia y las gotas de su sangre marcarían la ruta del camino. El cortejo fúnebre partió a las 4 de la tarde. Cuando trasladaban el cuerpo de Zapata, ninguna fuerza armada zapatista se atrevió a rescatar el cadáver, porque todos estaban conmocionados. El pavor cundió por todos los poblados circunvecinos. En esos momentos la gente tenía miedo. El contingente carrancista pasó por Villa de Ayala a las 7:30, donde le avisaron por teléfono a Pablo González que ya iban a medio camino. Durante el trayecto de la caravana fúnebre, la gente se acercaba al camino para ver pasar al difunto caudillo agrarista y comentaban: “Pobrecito Zapata, ya se lo llevan muerto, lo mataron los carrancistas”. Finalmente, a las 9:30 de la noche llegaron a Cuautla. El general González ya esperaba la caravana fúnebre y salió al encuentro de Guajardo, acompañado de su escolta; llevaba una linterna para ver con claridad el cadáver. Se acercó a la mula para observarlo y se convenció de que sí era Zapata. Acto seguido, ordenó que el cuerpo lo colocaran en la planta baja del palacio municipal. González quería asegurarse de que el muerto si era Zapata, y para confirmarlo y quedar conforme con la identidad del difunto, quiso que alguien que lo había conocido perfectamente bien, lo identificara. Entonces sacó de la cárcel a Eusebio Jáuregui, quien había militado bajo las órdenes de Zapata y lo había conocido desde que eran jóvenes. Jáuregui al ver el cuerpo de su ex jefe le expresó a Pablo González: “Si mi general, este es el cadáver de Emiliano Zapata”. 

Muchos zapatistas no estuvieron de acuerdo en que Zapata hiciera alianza con Guajardo. Este pacto lo interpretaron como si Zapata se estuviera pasando al bando carrancista, y pensaban que era una traición que el jefe del Ejército Libertador hiciera alianza con el peor y más peligroso enemigo de los zapatistas. A principios de 1919, los zapatistas inconformes con la decisión de Zapata, andaban preocupados por el destino que les esperaba con esa alianza. Nadie se atrevió a reclamarle a Zapata. Nadie se atrevió a decirle en su cara que estaba equivocado, porque todos estaban acostumbrados a obedecer lo que él ordenaba. Y cuando le advirtieron que se cuidara, fue demasiado tarde. Por este motivo, a partir de la muerte de Zapata, muchos elementos de tropas zapatistas, para seguir con vida desertaron de la lucha armada, otros se retiraron a la vida privada y gran cantidad se acogieron a la amnistía concedida por el gobierno federal. 

Zapata si fue el que murió en Chinameca, como lo confirma el siguiente fragmento del parte oficial que anunció su muerte: “El clarín tocó tres veces llamada de honor y al apagarse la última nota, al llegar el general al dintel de la puerta, de la manera más alevosa, más cobarde, más villana, a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados que presentaban armas, descargaron dos veces sus fusiles, y nuestro general Zapata cayó para no levantarse más”. 

Por: Juan José Landa Ávila 

jjlanda.cronica@gmail.com

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