A Gobi Stromberg

El pasado viernes tuve el privilegio de ser invitado por la Asociación Civil Tonaltzintli a comentar el Libro “Artificios, plata y diseño en México 1880-2015” editado por Fomento Cultural Banamex. El marco fue el Museo de Arte Indígena Contemporáneo que dirige Wilfrido Ávila García y compartí la mesa con un esplendido panel: Cándida Fernández de Calderón, Gobi Stromberg, Karen Cordero Reiman, Deborah Dorotinsky, Carmen Tapia y Pepe Valtierra.

Mi intervención versó sobre la presencia de Cuernavaca en la ruta de la plata en la Nueva España y la particular y entrañable relación entre Cuernavaca y Taxco, la cual nos da muestra una vez más que las divisiones territoriales, políticas o administrativas no siempre corresponden a los lazos históricos, culturales y sociales. Cuernavaca a pesar de su destacado pasado que se remonta al Tamoanchan mitológico, a la próspera Cuauhnahuac y al poderoso Marquesado del Valle de Oaxaca fue a lo largo del virreinato una apacible villa, ajena a los trajines que vivieron ciudades como Veracruz, Puebla o Valladolid. Sin embargo, su estratégica ubicación como un punto en el camino a Acapulco, trastocó la vida cotidiana de la eterna primavera. Por Cuernavaca pasaron personajes como San Felipe de Jesús, cuyo martirio en Nagasaki esta plasmado en los murales de la nave mayor de Catedral, el Samurai Hasekura quien en 1613 lideró una misión diplomática a España y Roma, y el Barón von Humboldt quien visito Taxco dando cuenta de su esplendor minero y Cuernavaca en 1803 y a quien se atribuye haber bautizado a nuestra ciudad como el lugar donde : ”La primavera es eterna”.

A la par de tantos personajes también circularon por Cuernavaca entre 1565 y 1815 todas las mercaderías que se comerciaron a través del Galeón de Acapulco, más conocido como La Nao de China o el Galeón de Manila. De todas estas mercaderías, tuvo la mayor demanda la plata novohispana proveniente de los magníficos yacimientos de Zacatecas y Taxco. A lo largo del desarrollo de esta ruta comercial, que unió a Madrid con oriente y que en su momento fue la más importante de la humanidad, se comerciaron 400 millones de pesos de plata novohispana.

En este periplo, surge la figura del mayor capitán de empresa que ha conocido Cuernavaca, el próspero minero de origen franco español Don José de la Borda, dueño de grandes minas en Zacatecas y Taxco, donde es sin duda la figura central de la memoria histórica local, Don José quien llegó a ser el hombre más rico de la Nueva España, fue también reconocido por su talante altruista, no en vano su lema fue “Dios da a Borda y Borda da a Dios”, este talante se reflejó en la imponente Iglesia de Santa Prisca, obra cumbre del barroco churrigueresco en México y que legó a su entrañable Taxco.

En sus viajes a Taxco, Borda hizo de Cuernavaca un “pied á terre” construyendo el magnifico Jardín Borda, su residencia, hoy uno de los principales monumentos de nuestra Ciudad, la relación de Don José con Cuernavaca fue tan estrecha que aquí murió en 1778. Su hijo el clérigo Manuel de la Borda y Verdugo también tomó afecto y arraigo por Cuernavaca y mandó erigir la iglesia de Guadalupe anexa a la entonces propiedad familiar.

Manuel de la Borda, hombre piadoso y sin duda de influencia, obtuvo el favor del Papa Pio VI para traer a Cuernavaca los restos de momificados de los mártires romanos de los primeros tiempos de la cristiandad, San Vicente y San Justino para la depositarlos en la iglesia que construía en Cuernavaca, así como un sinfín más de reliquias para Santa Prisca. Después de muchas dificultades los restos momificados y las reliquias llegaron a Veracruz en la fragata Nuestra Señora del Carmen, apodada “La Nueva Liebre” pocos días antes de la muerte de Manuel, cosas del destino, por lo que su albacea Doña María Matiana Velázquez se vio en la necesidad de escribir al 28 Arzobispo Primado de México Alonso Núñez de Haro y Peralta, solicitando se le entregaran las reliquias, lo cual el Arzobispo autorizo el 5 de marzo de 1792.

Los restos de San Vicente y San Justino tenían como ya se mencionó el destino final en la iglesia de Guadalupe, sin embargo, esta aun no se concluía y se dispuso que se custodiaran en la iglesia de la Asunción de María, hoy catedral, donde quedaron en el olvido en los sótanos hasta finales del siglo pasado cuando fueron rescatadas y restauradas, hoy se exhiben en el sotocoro de la catedral a un lado de la pila bautismal.

Existe otra versión, aun más emocionante, que contaba el Ingeniero Juan Dubernard, la cual sostenía que las momias de los mártires romanos estaban destinadas a Santa Prisca, pero que al pasar por Cuernavaca rumbo a Taxco, el pueblo se amotinó al correrse la voz de que eran reliquias milagrosas, entonces las quisieron para sí. Los clérigos locales decidieron esconderlas en tanto se calmaban las aguas, pero lo hicieron tan bien que así permanecieron hasta fines del siglo XX.

Al final podemos concluir, que la ruta de la plata no solo enriqueció la memoria histórica de Cuernavaca, sino también nos vinculo a personajes de la talla de José y Manuel de la Borda, y nos legó las reliquias de dos mártires romanos, las cuales robustecen el extraordinario acervo histórico de la Catedral de Cuernavaca.

Por Roberto Abe Camíl / opinion@diariodemorelos.com

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