Extraño la cascada de Tlaltenango, localizada entre la calle Compositores y el callejón de El Salto Chico, actualmente apropiada por particulares. Esta cascada de 15 metros de altura, se forma de una súbita caída de agua del río Chalchihuapan; con el chorro de la caída de agua se forma una poza y al pie del acantilado brota un manantial. En septiembre era un agradable paseo visitar este paraje barranqueño, después de acudir al santuario de la virgen y recorrer la feria. Antaño era un lugar de recreo para los tlaltenanguenses.

Extraño El Salto Chico de la barranca La Leona, cuya cascada de 20 metros de altura da forma a una gran poza o laguna, que durante siglos fue balneario para infinidad de niños, jóvenes y adultos que se arriesgaban a bajar por esa escarpada hondonada. Esta cascada también se forma de una caída del río Chalchihuapan. Este paraje lo describe en su libro el escritor y nadador Francisco Javier Arenas. Otro atractivo de esta cascada son sus acantilados formados por prismas basálticos. En 1995 el alcalde Alfonso Sandoval hizo un rescate y restauración de este bello paraje, actualmente fuera de servicio.

Extraño el Río del Pollo, en el tramo del camino a la loma de La Lagunilla, donde infinidad de niños, jóvenes y adultos disfrutaban zambulléndose en el agua cristalina y nadando en las pozas del arroyo. En la temporada de lluvias llegaba más gente, pero nunca faltaban las palomillas todo el año. Antes de nadar aquí, pasábamos a las guayabas, para cortarlas en las huertas de San Antón, donde los dueños no se dieran cuenta o las cortábamos en guayabos silvestres de las laderas y las comíamos después de disfrutar de las bondades del Río del Pollo.

Extraño los paseos al ejido de Acapantzingo, donde admirábamos los arrozales y a los campesinos cultivándolos. Varios apantles de agua atravesaban estos campos de cultivo donde además crecían milpas y hortalizas y muchos caballos iban y venían con sus jinetes. Pero lo más asombroso de este ejido eran los vuelos en bandada de centenares de tordos; pájaros negros que volaban sincronizadamente haciendo espectaculares formaciones abstractas en el aire y luego aterrizaban en las siembras buscando su comida. Actualmente este ejido se ha urbanizado y ya queda poca área verde.

Extraño la plazuela del Morelotes, donde se localiza la gigantesca estatua de José María Morelos, hoy de vuelta en este lugar pero que estuvo más de 20 años en la plaza de armas. Era una hermosa terraza construida al costado sur del Palacio de Cortés, rodeada de pilastras y barandales. Había jardineras donde crecían varios laureles, bancas de fierro y mampostería. La inauguró en 1946 el gobernador Jesús Castillo López. Mucha gente frecuentaba esta plazuela y era un lugar de paso de transeúntes. Tenía vistas panorámicas: del lado de la calle Leyva se apreciaban los cerros de Chalchi, las Tetillas y Barriga de Plata y los volcanes Popo e Ixta y del lado del boulevard Juárez se apreciaban los crepúsculos y la torre de catedral. Actualmente este jardín está invadido por artesanos que desde hace tres décadas se apropiaron de esta plazuela.
Extraño el Jardín Pacheco, localizado antaño en la glorieta frente al Palacio de Cortés. Era un bello jardín redondo donde crecía un gigantesco Laurel y bajo su sombre estaba la estatua del gobernador Carlos Pacheco. Había dos fuentecillas y bancas para que se sentaran los transeúntes y turistas, desde donde admiraban el paisaje citadino y veían circular los automóviles en torno a la glorieta. Lo malo de sentarse en este jardín, es que la persona que lo hacía podía ser blanco de una caquita de las urracas que se posaban en el laurel.
Extraño la quinta “Las Palmas”, ubicada antaño en la avenida Morelos, donde vivió uno de los políticos más poderosos de México: Plutarco Elías Calles. Cuando yo era niño mi papá me llevó a conocerla y me dijo que varias veces vio entrar o salir al expresidente Calles, quien eligió Cuernavaca para construir esta bella residencia rodeada de bellos jardines y en su planta alta tenía un mirador con techo de tejas, típico de las casas antiguas de Cuernavaca. Esta casona nunca debieron demolerla porque era un inmueble histórico, lamentablemente la destruyeron para construir el supermercado Comercial Mexicana.
Extraño el mercado Benito Juárez, ubicado entre las calles Clavijero y Guerrero; por ambos lados tenía entradas. Recuerdo que estaba construido de tabiques y estructuras metálicas y los comerciantes vendían todos los productos orgánicos e inorgánicos para consumo humano; frutas y verduras de cada temporada se encontraban aquí. Este mercado fue inaugurado por el gobernador Alarcón en 1910 y demolido en 1965. Sería un gran atractivo si existiera, porque a dos cuadras se conserva el edificio Moctezuma, construido también con idénticos tabiques. Extraño a los lecheros que vendían leche pura. Se presentaban con sus clientes montados a caballo y sus botes lecheros los llevaban amarrados en la montura. La leche que vendían hacía una rica nata que las amas de casa guardaban, para después comerla en tortas; yo la comía endulzada con miel de abeja. En el barrio del Pilancón había establos y potreros donde ordeñaban vacas; de allí salían los lecheros a repartir su producto. Algunos jinetes de la leche vendían queso y requesón.
Extraño las lluvias torrenciales que hace 60 años se precipitaban en Cuernavaca. Cuando llegaba a llover de día a muchos niños y jóvenes nos gustaba mojarnos bajo la lluvia, pero era en la noche cuando más llovía y eran lluvias torrenciales que duraban más de una o dos horas sin cesar. Siendo un niño le pregunté a mi papá el motivo de esos torrentes de agua y me contestó: “Es que alrededor de Cuernavaca hay muchísimos bosques y selvas que atraen las lluvias”. Cuando dejaba de llover refrescaba la noche y corría un aire fresco y era cuando ya podía uno dormir placenteramente y al amanecer las calles amanecían limpias y toda el agua iba a dar a las barrancas.
Extraño las luciérnagas que antaño abundaban en Cuernavaca. En los paseos por los cercanos campos veíamos volar estos brillantes insectos; sus intermitentes luces destellaban en las tardes noches de otoño.
Extraño las ruinas del ingenio azucarero de Axomulco, localizado en una hondonada de la colonia Rancho Cortés, hoy en día propiedad privada de un condominio, pero antaño estaba abandonado y rodeado de abundante vegetación; se podía visitar hasta llegar al pie del chacuaco del siglo XVI.
Extraño el Ocampo, uno de los cines más hermosos de todo México, localizado frente al Jardín Juárez. Recuerdo su telón de cortinas corredizas, sus asientos acojinados, sus esculturas, pinturas, sus baños de lujo y su tienda de dulces, palomitas y refrescos. Estimados lectores, Cuernavaca en verdad fue un auténtico paraíso que muchos cuernavacenses extrañamos.   

 El Salto Chico en la barranca “La Leona” es una cascada de 20 metros de altura que da forma a una gran poza o laguna.

 El mercado Benito Juárez, fue inaugurado en 1910, con motivo del primer centenario de la independencia de México y fue demolido en 1965, al ser sustituido por el ALM.

Por: Juan José Landa Ávila / local@diariodemorelos.com

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