En 1720 la Villa de Cuernavaca estaba atravesada a la mitad por el camino real Acapulco - ciudad de México, cuya longitud era de 500 kilómetros. El tramo que pasaba por Cuernavaca era de 15 kilómetros, comprendido entre los poblados de Chipitlán y Sta. Ma. Ahuacatitlán. De sur a norte el citado camino se internaba a la población y continuaba su trayecto por la hoy avenida Morelos sur, calle Galeana, plazuela del Zacate, calle Matamoros, barrio del Calvario, avenida Morelos norte y avenida Zapata. Justo en esta última avenida el camino real atravesaba por la mitad el poblado de Tlaltenango; del lado poniente se localizaba el barrio de Cocotzingo, donde se ubicaba la ex finca del conquistador Hernán Cortés y del lado oriente se localizaba el barrio de Caltenco, donde se ubica desde el siglo XVI la capilla de San José. Frente a esta capilla, al borde del camino se encontraban dos gigantescos ahuehuetes y cerca de ellos estaba la fuente de la finca de Cortés, que servía para que los viajeros que se detenían allí, bebieran agua para refrescarse. A un lado del camino fluía un arroyo, donde los animales de carga calmaban su sed. En este paraje provinciano, el último día del mes de mayo de 1720, detuvieron su camino dos jóvenes viajeros de atlética figura, quienes venían viajando a pie desde la tierra caliente del sur. Ambos se intercambiaban una caja de madera que cargaban a cuestas. Cuando anochecía los dos se pararon bajo la fronda de los dos ahuehuetes. Fue entonces que preguntaron a unos niños donde había un albergue para pasar la noche. Los chamacos les recomendaron el mesón de doña Agustina Andrade, situado al interior de la antigua finca de Cortés y hasta este lugar fueron conducidos los jóvenes. La presencia de estos viajeros causó expectación y curiosidad de la gente que los observaban. Doña Agustina, hospitalaria como siempre, recibió a los jóvenes, quienes le solicitaron un cuarto para pasar la noche. Ella los llevó a la habitación y se despidió de ellos. De esta forma se dispusieron a descansar para luego dormir. La caja la pusieron sobre una mesa de tablas y ellos se acostaron en camas hechas de otates y petates con almohadas de algodón. Así concluyó esta jornada en Tlaltenango.

 

A la siguiente mañana, doña Agustina preparó el desayuno y fue a tocar la puerta del cuarto donde estaban los jóvenes, pero nadie contestó; abrió la puerta y vio que ya no estaban los huéspedes. Solo encontró la caja. Cerró la habitación en espera de que regresaran. Pasó un mes, dos meses y no volvieron. En la segunda quincena de agosto se suscitó un suceso portentoso en la habitación donde estaba la caja. A la media noche doña Agustina escuchó ruidos; puso atención y se percató que de la habitación salía una música celestial, entonces entró al cuarto y vio que el sonido salía de la caja. Sorprendida despertó a sus hijos y ellos también oyeron la música. La siguiente noche, sin poder dormir, doña Agustina presenció un nuevo fenómeno; de los resquicios de la caja salían destellos de luz. Toda la familia fue testigo de este portento. La tercera noche, otro fenómeno los sorprendió: percibieron un perfume que salía de la caja. Doña Agustina y su familia pensaron no decir a nadie sobre tales misterios, pero la música, la luz y el perfume siguieron manifestándose. El secreto no pudo seguir más, por lo que decidieron dar parte a las autoridades tanto civiles como eclesiásticas. Al mismo tiempo resultó que los vecinos se dieron cuenta de lo acontecido en el mesón, porque algún niño de la familia lo divulgó. Para doña Agustina, las emanaciones musicales, luces y perfume, eran presagios celestiales que manifestaban que la caja contenía algo sagrado y por tal motivo decidió acudir a Cuernavaca a denunciar este portento. Entonces fue cuando una mañana se encaminó directo a la parroquia de la Asunción (hoy Catedral), donde pidió hablar con el párroco fray Pedro de Arana, quien en un principio fue incrédulo a lo que le expresaba doña Agustina, quien finalmente convenció al cura para que acudiera a inspeccionar la caja. Fray Pedro le prometió que esa misma noche iría a Tlaltenango. Satisfecha doña Agustina regresó a su casa, donde espero la visita de fray Pedro. Al anochecer, el cura llegó al mesón, la anfitriona lo pasó hasta el cuarto donde estaba la caja. En torno a la caja permanecían el cura, sus acompañantes y la familia de doña Agustina en espera del portento. Cuando se acercaba la media noche, de repente los presentes escucharon la música que efectivamente salía de la caja. Luego vieron las luces y en seguida olieron el perfume. Fray Pedro y sus acompañantes, impresionados por las maravillas que escuchaban, veían y olían, se quedaron un rato en silencio. Después habló el cura para pedir que se abriera la caja; con un cincel la abrieron. Al levantar la tapa, se acercó fray Pedro y vio que en el interior estaba una virgen de tez blanca con las manos juntas, vestida con túnica rosa y recostada en un cojín de seda azul. La virgen irradiaba una sutil luz y fue cuando los presentes se hincaron y se persignaron ante ella. Al poco rato, fray Pedro agradeció a doña Agustina su bondadosa hospitalidad para compartir este sagrado descubrimiento. Finalmente el cura pidió a todos los presentes y a los que se encontraban afuera, que llevaran en procesión a la virgen a la capilla de San José, que se encontraba enfrente del mesón; allí permaneció en resguardo siendo venerada por sus devotos mientras se le construía su santuario junto a la capilla. Así fue el principio de la existencia de la Virgen de Tlaltenango.

La noticia de la aparición de la Virgen de Tlaltenango, se divulgó por todos los poblados del Valle de Cuernavaca y por las comunidades aledañas al camino real, desde la ciudad de México hasta Tlaltenango. Esta Virgen resultó ser muy milagrosa y durante mucho tiempo fue la santa patrona de los cuernavecenses. Cada año se conmemora su aparición con una magna feria. En este 2020 se celebrarán sus tres siglos de existencia. Por tal motivo el párroco del santuario José Luis Rosales y el ayunante municipal José Alfredo Rodríguez San Ciprián, desde ahora ya están organizando el aniversario 300 de la famosa Virgen de los Milagros de Tlaltenango.

Fuente del paraje de Tlaltenango, en donde se detuvieron los jóvenes que dejaron la caja en el mesón de doña Agustina. Postal de 1905.

Representación del momento en que abren la caja donde apareció la virgen de Tlaltenango. Escultura en sobre relieve.

POR: Juan José Landa Ávila / opinion@diariodemorelos.com

Cumple los criterios de The Trust Project

Saber más

Síguenos en Google Noticias para mantenerte siempre informado

Sigue el canal de Diario De Morelos en WhatsApp