A la costumbre de ir al campo a cortar el pericón se le llama “periconeada” y el lugar más cercano a donde los tlahuicas de Cuauhnáhuac iban a cortar el pericón era a las lomas donde actualmente existe la calle Pericón.

Una de las leyendas enseñadas por los frailes españoles, fusionada en el pensamiento de los tlahuicas, es la que se refiere a la lucha entre el bien y el mal protagonizada por San Miguel Arcángel y el diablo, quienes se enfrentaron en la atmósfera celestial. Ambos personajes alados lucharon con el afán de expulsar del cielo al perdedor. Después de su estrepitoso combate en el que sus aletazos provocaron violentos vientos en la tierra, San Miguel, con los destellos de su espada venció al diablo y lo expulsó del paraíso celestial. Al ser derrotado, el diablo queda condenado a vivir en el infierno. Pero como el infierno está debajo de la tierra, a su paso por la corteza terrestre, el diablo realiza diversas maldades a los seres terrenales, dañando sus almas y sus bienes materiales. Finalmente, los ángeles confinan al demonio a permanecer en el inframundo. Esta lucha se repite cada año durante la noche del 28 y madrugada del 29 de septiembre.

Fray Toribio de Benavente, llamado por los tlahuicas Motolinía (humilde), observó que los nativos de Cuauhnáhuac le tenían una gran devoción al yauhtli y comenzó a investigar entre ellos el significado de su culto para integrarlo al sincretismo religioso. Logró fusionar la leyenda de San Miguel con el culto al yauhtli, flor que el fraile bautizó con el nombre castellano de pericón, en alusión a San Pedro, quien según la creencia cristiana es el que manda las lluvias a la tierra, y sólo con las aguas que caen del cielo crecen las flores de pericón, las cuales culminan su floración precisamente en el mes de septiembre, víspera de la lucha de San Miguel contra el diablo. Motolinía descubrió que el 28 y 29 de septiembre coincidía con el ochpaniztli, mes prehispánico en que los tlahuicas lo dedicaban a la diosa Xilonen.

Motolinía, además de misionero se convirtió en cronista. Con motivo de la evangelización conoció a un honorable tecutli de la antigua nobleza tlahuica llamado Axayacatli, quien cuatro años antes había ayudado a los conquistadores para que los tlahuicas reconocieran la religión cristiana. Motolinía y Axayacatli compartieron sus conocimientos para adaptar la leyenda del yauhtli al mestizaje cultural y ya fusionadas ambas leyendas en la tercera década del siglo XVI, la difundieron como la leyenda del pericón. Primero convencieron a los tlahuicas para que el día 28 de septiembre hicieran cruces de pericón en lugar de los tradicionales ramos, porque Motolinía afirmó que las cruces serían más efectivas para proteger el patrimonio de los cristianos de las maldades del diablo y deberían colocarlas en puntos estratégicos para ahuyentarlo. 

Axayacatli aseguró que el perfume del pericón es lo que en realidad desagrada y ahuyenta al diablo, a su paso por la tierra. Por consiguiente, al aparecer el crepúsculo del nuevo día baja San Miguel del cielo para bendecir todos los lugares donde colocaron cruces de pericón, las que localiza por el perfume que emanan, porque a él si le agrada su olor. Cuando aparece el sol, San Miguel regresa al cielo dejando bendecidos los lugares donde encontró las cruces doradas. Por esta razón se volvió tan importante para los tlahuicas conversos, colocar las cruces en víspera del día de San Miguel, para protegerse de las maldades del diablo y recibir la bendición de San Miguel.

Motolinía fortaleció esta nueva leyenda mestiza aseverando a los tlahuicas que la cruz de pericón representa la espada de San Miguel y que por tener un significado dual: flor sagrada y arma divina, en cualquier lugar donde la coloquen el ambiente queda a salvo del diablo. A partir de 1525 se extendió esta tradición por todo el territorio ocupado por los tlahuicas. Por este motivo, a la costumbre de ir al campo a cortar el pericón se le llama “periconeada” y al acto de formar la cruz se le llama “enflorada”. El lugar más cercano a donde los tlahuicas de Cuauhnáhuac iban a cortar el pericón eran a las lomas donde actualmente existe la calle Pericón.

Motolinía y Axayacatli acordaron que el 29 por la tarde lo dedicaran a celebrar la victoria de San Miguel sobre el diablo, organizando la tradicional elotada para degustar los elotes asados y hervidos. Los lugares donde se acostumbra colocar las cruces son: milpas, arrozales, cañaverales, huertas, huertos, cuexcomates, en los cruceros y esquinas de los caminos, en las puertas y ventanas, en las capillas y parroquias, en los panteones, en los tecorrales. En cualquier patrimonio que la gente desee proteger.

San Miguel Arcángel pasó a formar parte de la nueva religión de los tlahuicas, entonces fue cuando de acuerdo con los franciscanos se decidió construir templos dedicados a este santo. Motolinía le aconsejó a Axayacatli que construyeran en el corazón de Cuernavaca un templo dedicado a San Miguel, el cual se construyó y fue demolido en 1910 para construir el mercado de ladrillos de la calle Guerrero. Además en el poblado de Acapantzingo construyeron otro. Afortunadamente la legendaria tradición de la flor sagrada del pericón sigue vigente en el siglo XXI. Y una muestra de la vigencia de esta tradición son las señoras que cada año el 27 y 28 de septiembre venden pericón en los mercados, iglesias y aceras de la ciudad. Y en el pueblo de Buena Vista del Monte, cada año conmemoran con un festival el combate de San Miguel contra el diablo; y puede verse en la parroquia, las escuelas y las casas del poblado infinidad de adornos hechos con flor de pericón.

Una cita de la cronista Adriana Estrada Cajigal con respecto al pericón: “La fiesta del pericón era una de las que más arraigo tenía nuestra ciudad. El 28 de septiembre casi todos los habitantes de Cuernavaca subían a las lomas vecinas a cortar estas flores amarillas para hacer ramos y cruces. Había concursos de papalotes y bailables, se elegía una reina de la fiesta y se pasaba un precioso día de campo en las lomas, que ahora son la colonia Miraval y la calle de Pericón. El origen de esta fiesta es antiquísimo, era la flor de la diosa Xilonen, la diosa de los elotes tiernos, y se ponían ramos de estas flores en las milpas para ahuyentar al diablo. Con la llegada de los españoles la fe ancestral de nuestra tierra se une a la nueva fe, la fiesta sigue y se transforma”.

Por: Juan José Landa Ávila / opinion@diariodemorelos.com

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