Conocí el Hotel Casino de la Selva desde que era un niño de 5 años, justo desde 1956 cuando reabrió sus servicios al público. En la década de los 50 yo vivía en una vecindad colindante al hotel, conocida como “La Casa Amarilla”, ubicada en la calzada Leandro Valle, a unos pasos de la entrada principal del hotel. Muchas veces mi papá y mamá me llevaron de niño a pasear por los jardines del Casino. Todavía me tocó conocer la fuente que estaba en la entrada del hotel; al centro tenía una gran esfera que representaba al mundo colocada sobre un pedestal formado por cuatro cabezas de leones y una pila de donde caía a chorros el agua que formaba el estanque de la fuente, donde había cuatro esculturas de tortugas que por su boca salía un chorrito de agua y sentado en un punto del rededor de la fuente mi papá me tomó una foto que conservo hasta la fecha. En “La Casa Amarilla” había 15 departamentos y el dueño era el señor Carlos de la Sierra, quien tenía su casa colindante a la vecindad; era una quinta estilo Cuernavaca por el mirador que remataba en el tercer piso.
Cuando en 1971 entrabas al Casino ya no existía la fuente, en su lugar construyeron un obelisco de 20 metros de alto rematado por una estrella y a los cuatro lados del obelisco estaban empotradas las letras del nombre del hotel. Enseguida estaba la discoteca Jano, construida de forma cónica, llamada después El Gato y posteriormente Mambó, lujosamente diseñado en su interior. Enseguida se encontraba la glorieta donde estaba la estatua ecuestre en bronce del conquistador Hernán Cortés, inaugurada en 1964 y que de inmediato tuvieron que colocarla sobre un pedestal de más de 10 metros de alto porque estudiantes universitarios amenazaron con derribarla. Luego al fondo a la derecha estaba una construcción de fachada blanca con ventanales, ocupada por el taller y fábrica de porcelana, a cargo de Florentino Aparicio, donde antes estuvo un golfito. Continuabas por el jardín de las gárgolas, donde estaba la estatua en bronce del pintor Dr. Atl y la estatua de la mujer sedente desnuda. Luego seguía una gran construcción con enormes columnas que siempre estuvo en obra negra porque quedó inconclusa, donde proyectaban construir el Polyforum Cultural Siqueiros y el techo pensaban acondicionarlo para un helipuerto. Continuabas a la derecha y estaba un vivero y la estancia de los caballos de equitación. Luego había una entrada donde descargaban los vehículos proveedores de mercancías y al fondo estaba el almacén donde guardaban todo lo necesario para el funcionamiento del hotel, en ese entonces a cargo de Manuelito Ichiguara. En seguida estaba el teatro escenario de presentaciones culturales, principalmente obras teatrales y proyecciones de películas. Luego seguía una gran terraza panorámica rodeada de jardineras, donde estaba la estatua blanca de Prometeo, figura de un hombre que apuntaba con sus manos al cielo. Frente a esta terraza estaba el gran restaurante de los Relojes; se llamaba de los Relojes porque del techo pendía un mapamundi que señalaba la hora de los cinco continentes; las paredes del restaurante eran transparentes de gruesos vidrios y desde afuera se veían las mesas y a los meseros atendiendo a los comensales. Luego seguía el bar la Cueva, un lugar muy acogedor, donde los clientes bebían escuchando melodías cantadas por algún artista o por sonido de bocina. Seguían los baños para hombres y mujeres siempre luciendo de limpios. Luego subiendo unas escaleras se llegaba a la cafetería El Salón Japonés, un lugar apartado del bullicio, preferido de la actriz Tere Velásquez. Luego estaba el bolerama o boliche, con sus ambiente sonoro al rodar de las bolas y al derribar los bolos con una certera chuza; los sábados y domingos tocaba la orquesta “La Perla del Soconusco”; en la parte alta estaban las mesas del billar casi siempre muy concurridas. Continuando con el recorrido llegabas al lobby del hotel, en cuyo centro estaba una fuente colonial de cantera con sus chorros de agua. En este espacio había dos salas de espera con cómodos sillones y estaba la oficina del gerente que en ese tiempo era Fernando Cobos y la del administrador que era Francisco Salgado. También estaba la Recepción del hotel, donde trabajé siete años como cajero recepcionista, siempre en el tercer turno; entraba a las 11 p.m. y salía a las 7 a.m. Los huéspedes más asiduos al hotel eran las familias o personas chilangas. Atrás de la recepción estaba el conmutador, las cajas de seguridad, la caja de los dineros, el escritorio del contador nocturno y el cuarto de los maleteros o bell boys. Detrás de la
Recepción estaba el gran Salón de las columnas, se llamaba así por 10 enormes columnas que sostenían el techo; en este salón se realizaban convenciones empresariales, asambleas políticas, congresos, conciertos, bailes, tardeadas, las tocadas sabatinas, las fiestas de quince años y bodas, etc. Luego saliendo del lobby enfrente estaba la fuente oval, donde estaban dos esculturas en bronce de una pareja de enamorados, hombre y mujer desnudos, tomados de las manos, bañados por los chorros de agua. En seguida estaba la galería para exposiciones temporales, juntas, ruedas de prensa, etc. Luego estaba el Salón de los Murales, considerado la capilla sixtina mexicana, donde admirabas los murales del pintor español José Renau, dedicado a la cultura de la hispanidad y del pintor mexicano José Reyes Meza, dedicado a la cultura de Anáhuac. Estos murales me motivaron para investigar autodidactamente la historia prehispánica y de la conquista. En el Salón de los Murales además había tienda de artesanía, y se exhibían valiosas colecciones de cerámica, porcelana, alfarería y orfebrería. Había una vitrina llena de piezas arqueológicas autenticas encontradas durante la construcción del Casino. La obra que más llamaba la atención era una escultura monolítica de mármol que representaba el desembarco de Cristóbal Colón en la isla del Caribe. Luego seguía el balneario, donde había cuatro albercas: la olímpica, la mediana, el chapoteadero y la poza de clavados; en medio estaba la playa artificial de arena de mar. A un costado del la alberca olímpica estaba la fuente con cascada de forma piramidal, hecha de piedra volcánica, con figuras de dioses aztecas como Tláloc. Era famoso el bufet de los domingos. Enseguida salías del balneario y pasabas por el Jardín Francés, ubicado entre las dos secciones de los cuartos para huéspedes, donde había varios árboles de tabachín y una fuente que tenía en el centro una pila donde brotaba abundante chorro de agua que rociaba los rosales que adornaban el jardín. Los andadores estaban cubiertos de graba de tezontle. (continuará).
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