La Gran Década Nacional, entraña la jornada más épica del pueblo mexicano, sin menoscabo de otros momentos y actores estelares de nuestra milenaria historia, los días que transcurrieron entre la promulgación de la Constitución de 1857, un cinco de febrero a el triunfo de las armas de la República el 15 de mayo de 1867, consumaron en definitiva nuestra independencia nacional y dieron al joven estado mexicano un lugar de respeto en el concierto de las naciones.

A lo largo de poco más de 3,650 días, México no solo mostró que ya estaba listo para ser una nación prospera e independiente después de medio siglo de guerras civiles, asonadas, cuartelazos, guerras extranjeras y mutilaciones territoriales, sino también desde grandes epopeyas como la entrada triunfal del ejercito liberal a la Ciudad de México cantando “Los Cangrejos” en 1861, o la gran Victoria del 5 de mayo de 1862 en Puebla, a momentos dramáticos como los ajusticiamientos por la draconiana Ley que promulgo Maximiliano el 3 de octubre de 1865, que daba carta blanca a invasores y colaboradores para ejecutar sin formación de causa alguna a quienes ellos quisieran, o bien a tener al Presidente de la República huyendo con la dignidad y el archivo de la patria a cuestas de un carruaje con tan solo una reducida escolta por los inmensos desiertos del norte del país, México se jugó su destino y afortunadamente el final fue feliz.

Las figuras de Maximiliano y Carlota, tal vez por el boato monárquico que los rodeó o tal vez por su trágico destino siempre han estado rodeados por un halo de romanticismo, en lo personal creo que Maximiliano asumió las consecuencias de sus actos, pero no puedo negar que toda aventura imperial, siempre va aparejada a un entorno romántico.

En este entorno romántico, surge la figura del conde, después príncipe, Karl Khevenhuller-Metsch. Si bien es cierto que no fue uno de los actores de primera línea en malogrado Segundo Imperio Mexicano, si fue un protagonista y testigo relevante, así como alguien que gozó de la más alta estima del emperador.

j En 1866 el príncipe Karl Kevenhuller visitó Cuernavaca junto al emperador Maximiliano, dejando testimonio en sus memorias.

Khevenhuller, nació en Viena en 1839, en el seno de una de las familias de la más rancia nobleza Austro-Húngara, desde muy joven destacó como un magnifico jinete y con gran destreza para la esgrima y el manejo de las armas en general, lo cual lo convirtió por su origen y aptitudes en un candidato natural para el ejército imperial, pero en contrapartida también sucumbió a las tentaciones que solían rodear a los jóvenes oficiales y pronto se vio envuelto en francachelas y en un espiral de deudas por juego, compra de caballos y uniformes. Las deudas pronto estuvieron a punto de comprometer el honor familiar, pero sus padres encontraron una salida airosa incorporándolo al cuerpo de 6000 voluntarios austro-húngaros que bajo el mando del General Conde de Thun partieron a México a apoyar a Maximiliano.

Al llegar a México, Khevenhuller se transformó, se convirtió en el prototipo del oficial por excelencia, su conducta dentro y fuera del campo de batalla fue intachable, su valor y arrojo fueron muy destacados y reconocidos por propios y extraños, así como también su indiscutible liderazgo al frente de los húsares húngaros del emperador, quien le tomó una alta estima al otrora irremediable joven vienes. La fama de Khevenhuller se consolidó en los círculos sociales de la Ciudad de México, donde conoció a una bella joven mexicana, Leonor Torres de Adalid, de quien quedó prendado y perdidamente enamorado, Leonor estaba casada con un hombre mayor, ese impedimento le rompió el corazón a ambos jóvenes, pero no fue obstáculo para que ella quedara embarazada del vienes, aunque el niño obviamente fue registrado como hijo del marido de Leonor.

j El Principe Khevenhuller conoció a una bella joven mexicana, Leonor Torres de Adalid, de quien quedó perdidamente enamorado.

En 1866, Khevehuller visitó junto al emperador Cuernavaca, de lo cual dejó testimonio en sus memorias, ahí describió a la entonces ya ciudad como un lugar bello y limpio, particularmente narró un emotivo “picnic” ofrecido por el emperador a los militares en los “Ojos de Agua de Gualupita”, hoy parque Melchor Ocampo, donde Maximiliano dirigió un discurso en húngaro a los húsares que los emocionó y también las peripecias del “Club del Gallo”, una organización local de jóvenes que con la anuencia del emperador llevaba serenata a las muchachas solteras residentes y visitantes. José Luís Blasio, secretario del emperador, también describió la presencia de Khevenhuller en Cuernavaca en sus conocidas memorias “Maximiliano Intimo”. Para la leyenda a su vez quedó, lo que cuenta Don Juventino Pineda Enríquez en su “Morelos Legendario” donde escribió que en las noches del Borda Khevenhuller salió a recorrer los jardines tratando de descubrir a la amante del emperador y que en vez de ello quedó petrificado con los fantasmas de unos monjes franciscanos que salieron del templo de Guadalupe.

En el ocaso del Imperio, Maximiliano partió a Querétaro, anticipándose a su destino, ordenó a Khevenhuller permanecer en la guarnición de México, obedeció a regañadientes y al entrar los vencedores a la ciudad, pudo salvar la vida al ser escondido en una ocasión en casa de Leonor y en definitivo por un salvoconducto de Porfirio Díaz quien reconoció su valor y lealtad, a partir de ahí trabaron una solidad amistad.

Khevenhuller, regreso a Viena como un hombre respetado y reivindicado. Con el paso de los años y a la muerte de su padre se convirtió en el Príncipe Khevenhuller y su amistad con Porfirio Díaz abonó para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y Austria-Hungría. En 1901 regreso a México a la consagración de la capilla a Maximiliano en el Cerro de las Campanas, el Presidente Porfirio Díaz dispuso su tren personal para que fuera a Querétaro a rendir homenaje al extinto emperador, en sus memorias, Khevenhuller narró su tristeza por no poder buscar en México a Leonor ni a su hijo, pues él era un hombre casado. En 1905 murió, y frente a su féretro colocaron un imponente arreglo de flores que envió su amigo el General Porfirio Díaz, Presidente de México.

En la década de los ochentas, la destacada historiadora austriaca Brigitte Hamann, publicó “Con Maximiliano en México, El Diario del Príncipe Carl Khevenhuller 1864-1867” mismo que también ha sido editado por el Fondo de Cultura Económica, abonando no solo a la vasta bibliografía sobre el segundo imperio sino también a la muy nutrida sobre visitantes extranjeros en la eterna primavera.

 En 1866 el príncipe Karl Kevenhuller visitó Cuernavaca junto al emperador Maximiliano, dejando testimonio en sus memorias.

 El Principe Khevenhuller conoció a una bella joven mexicana, Leonor Torres de Adalid, de quien quedó perdidamente enamorado.

j Casco de la Guardia Imperial de Maximiliano.

 Casco de la Guardia Imperial de Maximiliano.

Por: Roberto Abe Camil  / opinion@diariodemorelos.com

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