En el libro “La historia de un Samurai en Morelos” de Roberto Abe Camil (2017) dice: “Para que la cuña apriete, debe ser del mismo palo y eso fue lo que Venustiano Carranza hizo, cuando envió al general Pablo González a combatir al zapatismo en mayo de 1916. Zapata jamás entendió a Carranza, un abismo los separaba ideológicamente. Carranza dominaba en su totalidad la geografía nacional. Los Abe Domínguez fueron testigos de cómo se derrumbó la utopía zapatista, pronto los dorados días en Cuernavaca llegaron a su fin. Manuel comenzó a notar menos movimiento en el mercado. En mayo amanecieron con la novedad de que los zapatistas evacuaron la ciudad. Manuel temió que le vaciaran su tienda. Mucha gente que simpatizaba con los zapatistas abandonó la ciudad. Pablo González con 30 mil soldados y el apoyo de la naciente aviación militar envolvió el estado de Morelos y en 72 horas ocupó los principales poblados morelenses incluidos Cuernavaca y Cuautla. Los zapatistas comprendieron que ahora se enfrentaban a un enemigo que venía de obtener triunfos en el norte y centro del país, con la moral muy alta; eran los constitucionalistas que entraron a Morelos a sangre y fuego.

Poblaciones enteras fueron concentradas en campos para evitar que prestaran auxilio o pasaran informes a zapatistas. Los fusilamientos de zapatistas o presuntos zapatistas estuvieron a la orden del día. María sintió temor por Manuel, le sugirió que volvieran a Tacubaya, pero Manuel se opuso, dijo que estar al frente de su tienda y no huir era su mejor seguro de vida, ¿Quién iba a desconfiar de un comerciante que estaba a la vista de todos? El temple del samurái salvó una vez más a los suyos. Además del carácter, a Manuel lo salvó su condición de extranjero, los carrancistas jamás imaginaron que un japonés fuese proveedor de Zapata, lo veían como uno de tantos comerciantes extranjeros establecidos en México; los carrancistas respetaron su persona y sus bienes. De esta forma logró salvar a su familia. Sin embargo, se enfrentaba a un problema serio, la gente pronto comenzó a despoblar la apacible y bella Cuernavaca. Unos por simpatizar con los zapatistas, otros para salvarse de los invasores y otros más porque no existían condiciones de vida en la ciudad, por lo que migraron a la capital del país. Cuernavaca quedó abandonada y desolada. Pablo González no sólo expulsó a los zapatistas a las serranías y a las montañas, sino que fomentó el éxodo de morelenses, a los cuales según dijo, sustituiría después con colonos y campesinos de otras entidades. Era en sí una guerra de exterminio.

Los carrancistas llamaban a los zapatistas liebres blancas, porque vestían en su mayoría con calzón de manta y huían veloces al monte. Los fusilamientos se volvieron continuos y sólo bastaba con vestir calzón de manta y sombrero de palma para terminar colgado de un poste de telégrafo o de algún árbol. Con el éxodo de los habitantes de Cuernavaca, llegó el saqueo. Las casas eran abandonadas, unas tapiadas de puertas y ventanas, otras quedaron abiertas de par en par, los carrancistas robaban muebles y objetos de valor que llevaban a mercados de la capital del país. Muchos cuernavacenses ajenos al conflicto vieron con amargura sus muebles y antigüedades malbaratándose en el tianguis de Mixcoac, donde llagaban furgones cargados con el botín de guerra. Las haciendas, fábricas y talleres tampoco se salvaron, fueron desmantelados y su maquinaria vendida como fierro viejo en las ciudades de México y Puebla y mucho enviado por barco a Europa. Pronto una epidemia de paludismo y disentería causó estragos en el castigado Morelos. Zapata, como una fiera arrinconada y herida reaccionó con violencia y fue implacable con los carrancistas que cayeron en sus manos, atacó, dinamitó y descarriló trenes. Cuernavaca estaba desolada y con hierba creciendo en sus calles, como en la de Guerrero, donde Manuel se mantuvo escondido en su casa.

La ciudad abandonada representaba un peligro para Manuel y para su familia, ya no era propicia para el comercio, pero también dejar Cuernavaca implicaba perder todo su patrimonio, además no tenía donde esconder sus ahorros. María con frecuencia atravesaba las calles de un pueblo fantasma y se postraba frente a la virgen de Guadalupe en el Chapitel del Calvario, rogándole por tiempos mejores. Manuel le dijo un día a su mujer: María, ya lo decidí, no puedo abandonar Cuernavaca, aunque esté sola la ciudad, si nos vamos, perderemos lo que tenemos, como le ha ocurrido a los que se marcharon, además es muy peligroso viajar con nuestros ahorros, sin embargo, te puedes ir a México con nuestro hijo a la casa de tus padres, en lo que pasa la tormenta. María le respondió: ¡No viejo! ¿Cómo crees que te voy a dejar solo? Por fin llegó el año de 1917, y con la ventaja de un embarazo de María, Manuel la envió a Tacubaya con sus padres y él se quedó en una ciudad abandonada, cuidando su solar, sus vacas y escondió bien sus ahorros. En febrero de 1917, los carrancistas se lanzaron feroces de nueva cuenta sobre Morelos. La violencia se recrudeció con la nueva ofensiva de las tropas de Pablo González y se llegó a dar el caso de zapatistas que se rebelaron en contra de Zapata, lo que derivó en el enfrentamiento entre zapatistas leales y los que se unían al carrancismo. Pablo González avanzaba decidido para ser una vez más el dueño de Morelos. Llegó 1918, y a finales de este año por órdenes del presidente Carranza, Pablo González hizo esfuerzos por restaurar la normalidad en Morelos. María con sus hijos volvió a Cuernavaca, cuando se incentivó el retorno de civiles. Manuel fue feliz por recobrar a su mujer y a sus hijos, y porque poco a poco renació la vida comercial en la castigada capital de Morelos.”

Como lo dije en un principio, la guerra contra los carrancistas, se debió a que Emiliano Zapata nunca quiso reconocer a Venustiano Carranza investido como presidente legítimo de la República Mexicana, y en lugar de aceptar una alianza con él para adherir a Morelos al orden constitucional, se puso en su contra perjudicando la integridad y patrimonio de los morelenses. Matías Polanco Castro (1902-1991), veterano de la revolución zapatista, fundador y presidente en Morelos del Frente Zapatista y expresidente municipal de Cuernavaca, me dijo esta frase que me pareció muy cierta: “Lo peor que le pasó a Morelos es ser zapatista.”

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