De 1959 a 1961, cuando yo cursaba el primero, segundo y tercero de primaria y antes de que comenzaran a construir el mercado ALM en 1962, el Barrio de Gualupita era un paraíso de bellezas naturales donde resaltaba el Rancho Colorado y el parque Melchor Ocampo, bosques que antaño medían unas 8 hectáreas, pletóricos de manantiales, donde abundaba una vegetación y fauna parecida a una selva que nos oxigenaba; era un encanto escuchar las calandrias, las primaveras, los gorriones, los loros, las urracas, las chicharras, los grillos, me imaginaba que sus sonidos eran una sinfonía del reino animal; era maravilloso ver volar a infinidad de colibríes, libélulas, mariposas, moyotes y luciérnagas. En los arroyos, fuentes y estanques se veían cangrejitos, peces, ranitas verdes y prietas; entre la vegetación y las piedras veíamos chintetes, lagartijas, víboras, tlacuaches y cacomixtles. Cortábamos pomarrosas y guayabas para comerlas y bebíamos agua de los ojos de agua. Admiraba los milenarios ahuehuetes, los enormes fresnos y laureles. Me imagino que esta selva fue el motivo para que al hotel de enfrente lo nombraran Casino de la Selva.

El Rancho Colorado y el parque Melchor Ocampo estaban cerca de dónde yo vivía, entonces ya se imaginarán como disfruté ese armonioso bosque. Además, del lado oriente estaba el predio de siete hectáreas del Buen Retiro, aunque era propiedad privada, se podía visitar; era un predio lleno de árboles, plantas y arroyos. En un rincón del Buen Retiro, frente a los establos y potreros del barrio del Pilancón, había una poza natural de tepetate de siete por seis metros, llena de agua cristalina corrediza, donde niños y jóvenes acudíamos a nadar y a echar clavados en medio de la algarabía; era algo así como disfrutar de una fuente de la juventud. Del lado poniente estaba el Casino de la Selva de nueve hectáreas, repleto de jardines, árboles, palmeras, plantas, enredaderas, setos, flores y fuentes, aunque era propiedad privada, se podía visitar. Además, toda la zona de la Estación estaba arbolada con infinidad de eucaliptos o alcanfores.

Los habitantes del barrio llevaban una vida en contacto con la naturaleza y con la dinámica de la ciudad, apegados a tradiciones y costumbres ancestrales. Asimismo, Gualupita era una zona turística por los atractivos que poseía. Teníamos el kínder Simón Bolívar, donde estudié mi preprimaria. También teníamos la escuela primaria matutina Felipe Neri; en el turno vespertino funciona la escuela primaria Melchor Ocampo; yo estudié en la Felipe y en la Melchor, y recuerdo el extenso patio de usos múltiples donde se realizaban los honores a la bandera; alrededor del plantel abundaban las jacarandas y en el patio había un gigantesco eucalipto. La secundaria la estudié en la Froylán Parroquín de la calle Pericón. No obstante, Gualupita era también un barrio bravo donde había seis cantinas: La Barca, El Gavilán Pollero, La Popular, Las Cumbres de Morelos y El Crucero; enfrente de la Estación estaba La Gran Vía. Había dos pulquerías: El Tinacal y Los Gavilanes, donde vendían pulque de Huitzilac. En el barrio había algunas palomillas de jóvenes vinculados a las familias de más arraigo, de vez en cuando se veían pleitos a trompadas contra rijosos de otros lares. En el barrio había jóvenes que les gustaba el deporte del box como a Clemente Cruz, el Huitlacoche, quien enseñó a boxear a varios muchachos y quien años después por andar en malos pasos lo balacearon en el callejón Angélica, quedando invalido para el resto de su vida.

Había dos equipos de futbol: El Felipe Neri y El Santos, que jugaban en las canchas de la Estación y el Miraval; los partidos clásicos eran contra los equipos del Vergel y Amatitlán. En el parque Melchor Ocampo había una cancha de dos mil metros cuadrados de usos múltiples, con gradas de mampostería, por un lado, donde se jugaba volibol, básquetbol, futbol, patinaje y se usaba para eventos culturales y artísticos. Allí se jugaban las famosas cascaritas a retadoras; al terminar de jugar íbamos a los arroyos a mojarnos y a beber agua; como parte de esa cancha estaba la sección de los juegos infantiles hechos de fierro. Todo este espacio desapareció cuando al alcalde David Jiménez González se le ocurrió construir aquí la biblioteca, despojando a la niñez y juventud de un área de recreo que era muy concurrida. La construcción se hizo de forma prepotente sin consultar a los vecinos del barrio. Mejor hubiera hecho la biblioteca frente a la glorieta de la calle Melchor Ocampo, donde ahora está la caseta de policía.

La capilla de Gualupita, fue construida por padres de familia del barrio a finales del siglo XIX. Durante la Revolución fue cuartel y caballeriza tanto de revolucionarios como de federales; pasada la guerra quedó abandonada y el gobierno la ocupó como sede de la Comisión Local Agraria, donde campesinos se reunían para tratar asuntos

del reparto agrario. Después fue escuela durante 17 años, fundada por el maestro Estanislao Rojas y en 1949 volvió a ser templo cuando el cura Nicanor Gómez tomó posesión de la capilla a nombre de la diócesis de Cuernavaca. En 1951 llegó de capellán el padre Alfonso Navarrete, quien restauró y mejoró las condiciones de la capilla hasta que el obispo Sergio Méndez Arceo le otorgó el rango de parroquia. El padre Navarrete construyó las dos torres, colocó las dos campanas, construyó la casa parroquial, la oficina y la capilla del santísimo.

Los atractivos del parque Melchor Ocampo: Me gustaba ver por las tardes cuando el jardinero don José, encendía la bomba de la fuente redonda de la glorieta, para que aparecieran de repente los chorros de aguas saltarinas, con su sonido de cascada y sentíamos la brisa como una llovizna que nos refrescaba. En 1979 el ayuntamiento demolió esta fuente original, para sustituirla por la actual. Los fines de semana doña Martha Aragón, alquilaba bicicletas y triciclos; se sentaba en una silla en la placita María Bonita. Muchos niños se acercaban a ella para pagar la alquilada y pasear por todo el parque, según el tiempo acordado con doña Martha, quien con un fuerte grito avisaba el final del recorrido. Otro atractivo se daba durante la temporada de las torrenciales lluvias nocturnas; los días en que no iba a la escuela salía temprano de la casa para ver en el parque los borbollones, los escurrideros y los ojos de agua que en esos días amanecían brotando más abundantes y con más fuerza. (continuará).

Las opiniones vertidas en este espacio son exclusiva responsabilidad del autor y no representan, necesariamente, la política editorial de Grupo Diario de Morelos.

Cumple los criterios de The Trust Project

Saber más

Síguenos en Google Noticias para mantenerte siempre informado

Sigue el canal de Diario De Morelos en WhatsApp