Bulle de gente el Jardín Juárez, nada que sea raro a las diez de la mañana. La concurrencia es variopinta. Están el bolero que no se da abasto para atender a sus clientes y se disculpa por no poderle dar “bola” al burócrata del traje lustroso a fuerza de tanta planchada. Las personas cruzan del edificio Bellavista al Palacio de Gobierno, van hacia Las Plazas, torean los automóviles, los vehículos de todo tipo se cuentan por docenas. “¡Libre!”, ofrecen los taxistas a los clientes potenciales que para no variar escasean. Esquivados los puestos de dulces “típicos” y de elotes por hombres y mujeres que caminan en zigzag, son observados por los viejos pensionados que conversan bajo el árbol cuyas ramas los protegen de los rayos candentes del sol. En la Plaza de Armas el día también transcurre de manera normal.

Gente que entra y sale del Palacio de Gobierno para trabajar o hacer trámites, saludan a los hombres de seguridad, encorbatados, sudando la gota gorda. Sujetos que caminan apresurados no porque tengan prisa, sino calor. Grupos de chicas y chicos cuyos uniformes escolares los delatan como que faltaron a clases. Jubilados tomando café o que ya terminaron de almorzar en los restaurantes del entorno. Señoras que salen de los pasajes comerciales cargando bolsas con las compras del día; amas de casa caminando por Guerrero, Degollado y No Reelección, o bajando al mercado ALM por el Puente del Dragón para avituallar a la familia. Porque los niños están en las escuelas, es por lo que nomás hay personas adultas. Atestados los andenes del centro comercial, el agente de tránsito se desgañita, revienta su silbato pero nadie le hace caso; los pasajeros bajan y suben de las rutas, se dirigen a comunidades remotas y colonias cercanas. No son pocos los mercachifles que llegaron de madrugada manejando camionetas de carga para comprar o vender en el centro de abastos más grande del estado y que ahora van de regreso a sus pueblos. Se escucha a uno decir que él suele llegar a las dos de la madrugada y a las tres ya vendió toda la mercancía que trajo pero por seguridad esperará hasta las once o doce para irse a su casa. Explica: “La maña tiene ojos dondequiera, saben que cargo dinero y me pueden asaltar”.

E igual al norte, al sur, al, oriente y al poniente de la ciudad. Un día normal, rutinario, igual a tantos otros si no fuera porque esta vez la ciudad luce solitaria, silente. El covid-19 cambió el tono de la vida de los cuernavacenses, la pandemia marcó un antes y un después, selló la diferencia, enfatizó el nunca de un mal que no había ocurrido, que era inimaginable. Obligado el tapabocas, es una de las medidas contra la pandemia y acción de gobierno del alcalde Antonio Villalobos a la que seguramente seguirán todas cuantas las circunstancias hagan pertinentes. ¿Toque de queda? Quizá, pese a ser polémico por ilegal, pues atenta contra el derecho al libre tránsito de las personas pero llegado el caso salva vidas y de ahí que desde semanas atrás se aplica en países de Centro y Sudamérica. Siendo en situaciones de crisis cuando la autoridad debe asumir un papel de liderazgo, a Villalobos le ha tocado ejercerlo y a la sociedad acatarlo. No hay opciones, sólo así el mal rato pasará más rápido, y no deberá transcurrir mucho tiempo para que la pesadilla se convierta en un recuerdo, ingrato, sí, pero recuerdo al fin. Regresarán los días en que el cólera virus no sea más el tema dominante, la pesadilla terminará y pronto el zócalo de Cuernavaca volverá a bullir de gente feliz. Ocurrirá, los cuernavacenses oramos porque suceda… (Me leen después).

 

José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com 

 

 

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