Es el monumento más alto del país, incluyendo la base mide 66 metros y está en las afueras de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. El segundo lugar lo ocupa el monumento a José María Morelos y Pavón, en la isla de Janitzio que alberga al pueblo mágico de Pátzcuaro, Michoacán. Con una altura de entre 33 y 35, el tercero es el Cristo Redentor de Tihuatlán, Veracruz, similar al Cristo Redentor de Río de Janeiro, Brasil, que abre sus brazos en señal de bendición. En una isla de la presa Calles, en Aguascalientes, el Cristo Roto con 28 metros de alto es una atracción turística del centro de México.

El Niño Dios más grande del mundo, de 6.48 metros de largo, llegó para quedarse en Guadalupe, Zacatecas, para más señas en la Parroquia de la Epifanía del Señor de la comunidad de Zoquite. Y en esta suerte de competencia de a ver quién tiene las estatuas más altas, Morelos plantea uno de los proyectos turísticos más ambiciosos de los últimos años, “El Cristo del Mirador” en el municipio de Jonacatepec. Se construirá para una altura de 48 metros, adelantó el alcalde Israel Andrade Zavala. Declaró: “Todavía no tenemos fecha para el inicio de la construcción, hasta que los empresarios nos digan, pero yo creo que será el próximo mes”. Bien, si no fuera porque el anuncio lo hizo el 28 de septiembre pasado, Día de los Santos Inocentes…

DE los comentarios que los imponderables mandan al tintero pero siguen vigentes: aquella noche de hace 52 años la hermana del columnista subió a su departamento de Tlatelolco, justo en el edificio Chihuahua que se ubica en un costado de la Plaza de las Tres Culturas. Hacía minutos que la balacera había terminado en esa zona de la ciudad. Ella, que vio sangre en el piso de la escalera por donde subía, contaría después, estremecido el cuerpo por el recuerdo atroz: “sentí que olía a muerte”. Las crónicas de la masacre tardaron tiempo, algunas medrosas e incompletas como ésta: “A las cinco y media del miércoles 2 de octubre de 1968, aproximadamente diez mil personas se congregaron en la explanada de la Plaza de las Tres Culturas para escuchar a los oradores estudiantiles del Consejo Nacional de Huelga (CNH), los que desde el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua se dirigían a la multitud compuesta en su gran mayoría por estudiantes, hombres y mujeres, niños y ancianos sentados en el suelo, vendedores ambulantes, amas de casa con niños en brazos, habitantes de la Unidad, transeúntes que se detuvieron a curiosear, los habituales mirones y muchas personas que vinieron a darse una asomadita…”.

A Cuernavaca el suceso infausto llegó como un rumor siniestro que flotaba en el aire más allá del bosque de Tres Marías. El columnista trabajaba en la imprenta “América”, a tiro de piedra del puente de Amanalco. La Universidad Autónoma del Estado de Morelos entró en huelga, duró un año sin clases y el rector Teodoro Lavín González encabezó una manifestación de estudiantes. Dos o tres días después de la represión brutal en la explanada al sur de Garibaldi, los universitarios morelenses realizaron una marcha de protesta. Caminaron de la glorieta de Buenavista al Zócalo, enarbolaron las mismas banderas que el CNDH integrado por representantes de escuelas y facultades del Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Escuela Superior Normal de Maestros, la Universidad Autónoma de Chapingo y la Universidad Iberoamericana y otras instituciones: la derogación del artículo 145 bis del Código Penal (tipificado el delito de “disolución social”, el gobierno represor de Gustavo Díaz Ordaz tenía el pretexto para encarcelar a las voces disidentes) y la destitución de los jefes policíacos, generales Luis Cueto Ramírez, Raúl Mendiolea y teniente coronel Armando Frías… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 

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