José Luis Urióstegui se dispone hacer lo que ninguno de los últimos alcaldes ha hecho: quitarle a Cuernavaca el mote de Cuernabaches. El anuncio de que tapará los baches en gran parte de la ciudad lo comunicó el sábado frente a vecinos de la calle Narciso Mendoza de la colonia Acapantzingo.

Otra cosa será la pavimentación total, calculados entre 120 y 140 millones de pesos para poder dejar lisitas como nalgas de bebé trece vialidades importantes por su tremenda carga vehicular. ¿Cuáles? Se supone que Morelos, Obregón, Juárez, López Mateos, Leandro Valle, Matamoros, Galeana, Guerrero, Leyva, Humboldt, Plan de Ayala, Cuauhtémoc, etc., las arterias más transitadas de sur a norte y de poniente a este. ¿Y cómo? ¿Con la típica mezcla de arena y chapopote que no dura nada o concreto hidráulico que permanece años?

La superficie de la capital morelense es de 151 mil kilómetros cuadrados, de modo que, descontada la parte deshabitada, de lo que estamos hablando es de algo así como unos quince millones de baches. Y por ponerle un número, multiplicados por quinientos pesos, tapar todos y cada uno de los hoyos costaría un cerro de billetes. Cosa que el alcalde Urióstegui ha dicho hará desde la colonia Antonio Barona hasta la subida a Chalma, de El Polvorín a la avenida Universidad, del Paseo Cuauhnáhuac a la glorieta de la Paloma de la Paz y así por el estilo. ¿Y con qué dinero? Calculados poco más de 120 millones de pesos, saldrían de ahorros presupuestales y gestiones ante la federación.

Dijo sin decir nada nuevo: “La mayoría de la infraestructura vial se encuentra en abandono desde hace muchos años”. Pero, ¿cuándo se ganó Cuernavaca el mote de “Cuernabaches”? A fines de los setenta el entonces alcalde José Castillo Pombo tapó nos cientos. El método que usó fue novedoso, pero efímero. Una máquina calentaba el asfalto que ya estaba tendido y lo convertía en una pasta que era alisada una vez que se enfriaba. Veinte años más tarde, Sergio Estrada Cajigal, el primer alcalde panista de Cuernavaca se hizo con los recursos del impuesto predial que por primera recibieron los presidentes municipales y pavimentó una buena parte de la ciudad. Eso más la construcción del Pasaje Lido, que hoy se halla punto menos que desierto por motivo de la pandemia del covid, y el tendido del Puente Azul que unió Obregón y H. Preciado, en 2000 llevaron a Estrada a la gubernatura.

Pero luego llegó otra epidemia, la de los baches. Millones, tantos que aquí se conduce zigzagueando. Los hoyancos quiebran suspensiones, truenan amortiguadores, rompen rines y llantas. Pese a que así ha sido años ha en Cuernavaca, cada día la cosa se pone peor. A muchos nos ha pasado. Repentinamente la llanta derecha de tu coche choca contra algo. El golpe es brutal. ¡Pack! Por seguridad, en la noche que hay poco tráfico manejamos rápido, espejeando atrás y a los lados, pasándote el rojo de los semáforos, alerta ante cualquier cosa rara. Reparar la suspensión te costará la quincena o más, pero te conformas mentándole la madre a los políticos. Te estacionas abajo del foco del portón de una casa, revisas el neumático, sacudes el carro, buscas con la lámpara de pilas algo que se haya roto pero por fortuna todo parece estar bien. Así llevas viviendo años por culpa de los baches.

Si eres de Cuernavaca y no has caído en uno, entonces no eres de Cuernavaca. Si Urióstegui acaba con ellos, será un buen desbachizador… y un hueso duro de roer si candidato a gobernador resulta… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com 

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