Dicho sin pretender restarle importancia al tema de la seguridad pública y viéndolo con objetividad, al contrario de lo que sucede en otros estados en Morelos la delincuencia no ha aumentado gran cosa. Según una declaración del titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, Miguel Ángel Urrutia Lozano, entre octubre del 2024 y mayo de 2025 la población de las prisiones estatales aumentó 7.5 por ciento. En octubre, cuando arrancó la actual administración estatal, recibió una población de tres mil 812 personas privadas de la libertad; en diciembre eran 31 más, en febrero sumaron tres mil 969 y el 20 de mayo cuatro mil 102. La cárcel distrital de Cuautla registró un crecimiento del 10 por ciento y del 9 la prisión de Jojutla. Mientras en el penal de Atlacholoaya la población femenil es del 14 por ciento, la cárcel distrital de Cuautla registra un crecimiento del 10 por ciento y del 9 la prisión de Jojutla. Además, en diciembre pasado veintidós prisioneros de Atlacholoaya alcanzaron el beneficio de la preliberación.
Treinta años atrás las condiciones en la desaparecida Penitenciaría de Atlacomulco eran abismalmente distintas.
Antes del Parque Ecológico San Miguel Acapantzingo, a lo largo de siete décadas este predio fue ocupado por la desaparecida Penitenciaría de Atlacomulco. Ubicada en la entrada de la colonia Acapantzingo y conocida popularmente como “La Peni”, el portón daba a la avenida Atlacomulco, grande y alto como el muro perimetral que rodeaba a hombres y mujeres, culpables o inocentes, compartidas las ansias de libertad en medio de las cuales un afamado preso consiguió huir.
Trascendió entonces la evasión de un reo llamado Pedro Bello Jaramillo, un guerrerense migrado a Cuernavaca dedicado por años a robar en establecimientos comerciales. Huyó de “la peni” hasta en dos ocasiones, y lo hizo mucho antes de las evasiones fantásticas del “Chapo” Guzmán. Durante meses cavó pacientemente un túnel desde su celda, apuntalando el corredor subterráneo con tablas de treinta centímetros que obtuvo subrepticiamente en el taller de carpintería del penal. Aprovechaba las caminatas que daba en el patio donde los internos circulaban libremente para esparcir puños de tierra en el piso que sacaba de los bolsillos del pantalón. Verdad o mentira, se dijo que ideó un “extractor de aire” usando las aspas de una licuadora con los polos invertidos. Una tarde de fines de los setenta que ya había terminado de cavar aprovechó que llovía a cántaros para escurrirse por el túnel, arrastrándose boca abajo hasta alcanzar la calle. Salió a la ansiada libertad por un “boquete” junto al piso de la barda del lado Este, al cual tuvo la precaución de tapar con una piedra para que no lo vieran los vecinos que solían pasar caminando rumbo a las vecindades de la zona, entre otras la Vecindad de Los Charros. No fue sino hasta el momento del pase de lista de la mañana del día siguiente que los guardias se dieron cuenta de que Pedro no estaba en su celda. Tuvieron que pasar unos meses para que la portada del periódico “La Prensa” diera cuenta del asesinato de un ex comandante de la Policía Judicial de Morelos, de quien Pedro se acababa de vengar por una antigua afrenta. Lo “cazó” llegando a su casa en una población del estado de México, dejándolo irreconocible al rociarle en el rostro una ráfaga de metralleta. Mas como quien mal anda, mal acaba, posteriormente la suerte llevó a Pedro a una ciudad del Bajío donde fue aniquilado por un modesto policía de barrio al que se le hizo sospechoso. Increíblemente el uniformado le ganó el saque de la pistola, disparando antes de que el delincuente irredento pudiera reaccionar. Hoy día, la Penitenciaría de Atlacomulco resultaría un jardín de niños comparada con el penal de Atlacholoya, subsistentes los negocios que caracterizan a todo centro de reclusión… (Me leen mañana).
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