Aunque en Puebla es ampliamente recordado, pocas veces en el aniversario del inicio del movimiento de 1910 se rememora a detalle la convicción rebelde que propició el asesinato de integrantes de la familia Serdán, activistas civiles de la clase media poblana y representativa de ese sector ayer y hoy, harta de los abusos del poder. Tal como ahora que los “memes” son fundamentales en el desahogo del sentir de los jóvenes, en aquel entonces la imprenta de Gilberto Carrillo, al mando de Aquiles Serdán Alatriste, publicó el semanario “La No Reelección”, con un tiraje mínimo pero de espectaculares golpes propagandísticos antiporfiristas. En uno de sus números se decía que la República sería salvada no por los hombres acostumbrados a gobernarla en forma despótica, sino “por los hombres que no hayan manchado su conciencia cometiendo atentados contra la ley”, algo que vendría a ser como la candidatura ciudadana que, dicho sea de paso, no ha tenido una amplia base social de mexicanos y mexicanas. Cuando se efectuaron las elecciones de 1910, “Pancho” Madero fue encarcelado y Porfirio Díaz declarado vencedor (igualito que Calderón y Peña); luego aquél liberó a Madero y éste emigró a Texas. Poco después, Aquiles Serdán se reunió con Francisco I. Madero y regresó a Puebla a finales de octubre, con la encomienda de liderar la rebelión anti reeleccionista en su ciudad natal. El 17 de noviembre, el gobernador poblano recibió informes de que Madero había llamado a sus seguidores para que iniciaran la revuelta, el día 20, así que ordenó que a la mañana siguiente se realizara un nuevo cateo para detener a los Serdán. Avisado de que el levantamiento corría peligro, ese mismo día Serdán reunió a sus seguidores y propuso adelantarse a la fecha establecida. En la mañana del 18 de noviembre, cuatro policías al mando del coronel Miguel Cabrera efectuaron un cateo en la casa de los Serdán. Durante esta acción Aquiles, al abrir la puerta de la casa y ver que era Miguel Cabera con la policía, le disparó matándolo; los rebeldes ocultos en la casa liquidaron al sargento Vicente Murrieta y capturaron al mayor Modesto Fregoso. Los demás policías presentes en el cateo, Blas López y Manuel Barroso, lograron salir con vida y dieron aviso al cuartel. Mientras llegaba el resto de la policía, los rebeldes se organizaron en el interior de la casa. Al mando de Máximo Serdán se apostaron en la azotea de la casa, mientras que las mujeres de la familia Serdán y Aquiles se apertrecharon en la planta baja. La batalla entre los policías y los rebeldes conspiradores duró cuatro horas y media, al término de la cual habían muerto Máximo Serdán y todos los conjurados que estaban en la azotea. Alrededor de las doce de ese 18 de noviembre y antes de que la tropa entrara a la planta baja para buscar a Aquiles Serdán, éste se escondió en un agujero del piso de su recámara que, formado por la remoción de las tablas, habían usado para ocultar armas. Su esposa, Filomena del Valle le ayudó a ocultarse colocando las tablas del piso en su lugar. Ahí estuvo catorce horas, en tanto las mujeres eran aprehendidas. Como en el cateo y la búsqueda no había sido hallado Aquiles, unos veinte soldados se quedaron en la vivienda. Al dar las diez escucharon unos ruidos cerca del comedor que los alertaron. Estando al mando de la tropa, Porfirio Gómez y Francisco Lozano relataron la muerte de Aquiles. Contaron que alrededor de las dos de la mañana escucharon varios disparos provenientes del comedor, y que al llegar a ese sitio había nueve policías contemplando a un hombre muerto en la entrada de la estancia. Había intentado escapar a escondidas. Una vez encendidas las luces, se dieron cuenta que el muerto era Aquiles Serdán, de manera que dieron aviso a Joaquín Pita, el jefe político de la ciudad, quien ordenó que el cadáver fuera llevado a la penitenciaría de la ciudad… (Me leen después).

Por José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 

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