Al ex director general del Fideicomiso Lago de Tequesquitengo, Dionicio Emanuel Álvarez Anonales, le viene como anillo al dedo el dicho popular de ¡échenle un galgo! Si nadie lo ha visto, es porque hace tiempo que emprendió las de Villa Diego. Pero en silencio, como desapercibidas han pasado las denuncias de los ejidatarios de Puente de Ixtla, Xoxocotla y Jojutla. Una de las querellas explota: se destapó una red de corrupción en el Fideicomiso Lago de Tequesquitengo a cargo de Dionicio Emmanuel, quien de la noche a la mañana cambió su estilo de vida. Se desplazaba en un fuerte dispositivo de seguridad, custodiado por una media docena de guaruras en vehículos blindados, y montaba caballos de hasta un millón de pesos cada uno. Así lo manifiesta una denuncia de los cuatro ejidos que conforman el fideicomiso del lago. Subrayan la presunción de que Álvarez impulsó 191 nuevas escrituras de lotes pertenecientes al Fideicomiso Lago de Tequesquitengo, utilizando para ello una notaría pública de Puente de Ixtla que vendía terrenos de los ejidos de Puente de Ixtla, Xoxocotla y Jojutla, de modo que “un predio con un costo de 3 millones de pesos era vendido en 500 mil mientras Álvarez pedía el resto por fuera”.
Se supone que la Fiscalía de Justicia entró en acción. Esto dado el antecedente que menciona una de las publicaciones, de cuando Jerónimo “N”, director del susodicho fideicomiso en la administración del exgobernador Graco Ramírez, fue detenido por la Fiscalía Anticorrupción y vinculado a proceso por presuntamente gestionar “de manera indebida contrataciones” y obras dentro del Fideicomiso, “para favorecer por más de 124 millones de pesos a empresas propiedad de él y su padre”…
El comentario viene a cuento: De la leyenda a la historia, la vida del lago de Tequesquitengo ha sido azarosa. El punto de partida de una y otra es la deliberada extinción de la comercialización de la arena de tequesquite, a finales del siglo XIX. No por desconocida por las nuevas generaciones deja de ser interesante la leyenda de que los propietarios de la Hacienda Vista Hermosa (al norte del antiguo valle de Jojutla) decidieron inundar las tierras del entonces llamado pueblo de San Juan Bautista Tequesquitengo, como represalia a los pobladores por negarse a trabajar en sus campos de caña de azúcar. Otra versión cuenta que alrededor de 1860 los hermanos Miguel y Leandro Mosso, dueños de la hacienda, propiciaron accidentalmente la formación del lago de Tequesquitengo, al construir un canal que terminó por rebalsarse y sobrepasar la capacidad de desfogue de la pequeña laguna que existía al norte del pueblo que terminó por ser inundado. Si en las postrimerías del siglo XX la construcción de la Autopista del Sol facilitó a los chilangos pasar de largo rumbo a Acapulco, a la gente de Cuernavaca nos quedó a tiro de piedra, por “la pista” o la carretera federal, y hoy a los de la Ciudad de México les bastan noventa minutos para llegar a la Ciudad de la Eterna Primaveral. Tequesquitengo cobra vida en los “puentes largos” y entra en ebullición las semanas santas, usadas o rentadas las casas de descanso, atestados o a medio llenar los hoteles y restaurantes ribereños, surcado el lago por esquiadores y salpicado el cielo de avioncitos ligeros. Agua tibia y sol todo el año, qué más se puede pedir. Compartido su territorio por los municipios de Jojutla y Puente de Ixtla, Tequesquitengo tiene el rostro de la realidad social que suele pasar desapercibido al visitante. Un gran porcentaje de su población vive del turismo: dueños de hospederías y restaurantes, lancheros, meseros, cocineras, músicos, etc., etc. Y a la vez, miles de personas que en los últimos años la han pasado mal, en el mapa peligroso que forman Jojutla, Zacatepec, Tlaquiltenango y Tlaltizapán, donde el crimen organizado lleva años apoltronado… (Me leen mañana).
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