Aproximadamente 25 millones de perritos viven en las calles de la Ciudad de México, más que en el resto de Latinoamérica. El Estado de México tiene el mayor número de “lomitos” como mascotas, alrededor de 6 millones 424 mil 814. Esto de acuerdo con la Encuesta Nacional de Bienestar Auto Reportado (ENBIARE) 2021 realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). ¿Cuántos perros callejeros hay en Cuernavaca? No existe un registro exacto, pero se calculan más de 13 mil canes sin dueño vagando en la capital, según la Fiscalía Ambiental uno por cada siete familias de las contabilizadas por el Inegi. Otro dato señala que el Instituto de Desarrollo y Fortalecimiento Municipal (Idefomm) estima una población de entre 350 y 500 mil perros en el estado de Morelos, uno por cada cuatro personas.

El tema no es sensiblero, sino muy importante en términos sociales, culturales, de salud pública, solidaridad comunitaria y de responsabilidad de gobierno que no siempre se cumple. Jiutepec puede ser citado como la excepción. Sin ir más lejos, la semana anterior el Ayuntamiento presidido por

Rafael Reyes Reyes continuó con las esterilizaciones de perros y gatos. En la Plaza Centenario, médicos veterinarios de la Secretaría de Desarrollo Humano, Bienestar Social y Educación atendieron a 100 animalitos, entre perros y gatos acompañados de humanos así como algunos en situación de calle. Durante dos días hubo jornadas de esterilización en las colonias Tlahuapan y Lomas de Chapultepec, al tiempo que otras personas agendaron citas para sus mascotas llamando por teléfono. No se trata solamente de tener y perritos y gatitos, sino de atenderlos. No son juguetes, son amigos, aliados, compañeros en las buenas y las malas…

PASADAS las diez de la noche hay poca gente en la plaza comercial que marca los límites de Cuernavaca y Temixco. Hecha la última compra del día en el Oxxo, camino de vuelta al “cajón” donde minutos antes dejé el coche. En ese momento lo alcanzo a ver. Está echado junto a la llanta de una camioneta y puede ser atropellado. “Lleva ahí un buen rato”, me dice el vigilante que se acerca trotando desde la caseta de entrada al fraccionamiento Lomas de Cuernavaca. El perrito de pelo negro y blanco me ve con sus ojos tristes. No se mueve, lo levanto con delicadeza y creo escuchar que emite un quejido, como un “¡ay!” quedito, casi inaudible. Camino unos pasos y lo deposito arriba de la banqueta que bordea la plaza donde hay luz y sea visible, para que no sea arrollado por algún automovilista distraído. El día ha sido en extremo caluroso y seguramente el perrito tiene sed. El vigilante trae agua en un vaso desechable, me lo entrega y me inclino para ofrecérsela al lomito que la apura de un sorbo. Pienso: “debe tener hambre”, y lo primero que se me ocurre es pedirle al guardia privado que traiga del Oxxo un paquete de salchichas. La acerco una al perrito de los ojos tristes, la toma con delicadeza, cuidando no morderme, y la come de un solo bocado. Pobrecito, tenía hambre. Regreso a la tienda mientras el vigilante retorna a la caseta del fraccionamiento. Alcanzo a ver que el perrito se dirige trabajosamente a la calle que baja al fraccionamiento Junto al Río. Me pregunto: “¿ahí vive?”. Creo que nunca lo sabré, no lo he vuelto a ver. De esto ha pasado un año, pero por las noches cuando voy a la plaza me parece ver unos ojos tristes… (Me leen el lunes).

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