Madrugada del domingo. En el lugar de la balacera había 35 casquillos calibre 9 milímetros y 7.62. Aún olía a pólvora. ¿Cuántos balas no se veían, incrustados como estaban en los cuerpos de las víctimas? Cinco hombres y una mujer que fallecieron luego, luego, y otro masculino que expiró en llegando a un hospital de Cuautla. Jóvenes, el mayor de los difuntos tenía 37 años y 20 el menor. Pero también hubo heridos, tres chicos de entre 19 y 34 más un don de 64. Lo que contó algún testigo a la policía se publicó el día siguiente: que un grupo de personas armadas llegó al bar “La Palma” ubicado en el barrio de San Juan de Yautepec. Se dirigieron a la barra, despojaron de dinero a clientes, a empleados y al encargado del negocio, y en seguida comenzaron a disparar contra los parroquianos. Hecho lo cual, los criminales huyeron sin que nadie se los impidiera. Afuera del antro estaban un Jetta gris, una camioneta Ford Lobo y cuatro motocicletas. Eso se dijo, pero no si los vehículos estaban antes, después o durante el ataque. También, que policías hicieron un recorrido en el municipio de Yautepec, pero no localizó a los asesinos. Temprano el lunes, el alcalde Agustín Alonso Gutiérrez escribió en sus redes sociales (la gramática es del columnista): “Buenos días, amigos y amigas. Me voy a Cuernavaca a buscar al señor Gobernador y (al) secretario de Seguridad Pública del Estado. Espero me atiendan para tocar el tema de la ola (de) inseguridad que en últimas fechas azota a Yautepec. Debo decir que así como a todo Yautepec me da miedo la situación que hoy vivimos, pero eso no significa que me detendré para buscar que la paz llegue a nuestro municipio. Desde hace 3 años y meses firmamos un convenio a petición del (Gobierno del) Estado donde se hacían ellos (Graco Ramírez y Alberto Capella) cargo de la seguridad de los yautepequenses y de los morelenses. Eso obliga al Estado a darnos resultados sobre este tema de seguridad.  ¡Dejo muy en claro que no reculo (evado) nunca a mi responsabilidad; al contrario, le entraré con lo que se pueda y hasta donde se pueda para darle solución a estos y otros temas que me preocupan mucho! Amigos y amigas, no estamos solos. ¡Hoy más que nunca debemos y necesitamos ir de la mano y unidos para recomponer el tejido social y recuperar la paz, la tranquilidad y felicidad, la cual nos pertenece a los que hacemos nuestra vida normal y de bien! Dios nos bendiga a todos y nos ayude”… Violentos los fines de semana como ya se está haciendo costumbre, el sábado un comando armado compuesto al menos por quince sujetos arrebató objetos de valor a los asistentes a una fiesta en Jiutepec, se llevaron una docena de vehículos de lujo y, para no variar, escaparon en medio de la impunidad creciente y la proverbial inutilidad de la policía. Las redes sociales protestan: ¿de qué sirven los patrullajes del Ejército? Según van las cosas, la percepción social le dirá al jefe de la Comisión Estatal de Seguridad, José Antonio Ortiz Guarneros: si no puede, que renuncie… Todo lo cual trae a cuento este comentario que no por repetido ha perdido vigencia: Llamadas campañas de despistolización, fueron comunes en los setenta, ochenta y noventa. Eran grupos de policías que de pronto irrumpían en botaneras, cantinas, bares y discotecas de todo el estado, en pueblos del oriente, del centro y la zona cañera, de día y de noche pero sobre todo los fines de semana cuando había –y hay– más actividad en los giros rojos. Los parroquianos se asustaban, entraban en alerta los que tenían cuentas pendientes con la justicia y portaban pistolas o cuchillos. Era común que salieran a relucir los “charolazos” de prensa o influyentes que presumían un pariente funcionario, policía, militar o hasta cura. Separados hombres y mujeres para la revisión, a los que les daba tiempo arrojaban al piso las escuadras, las navajas 0-7, uno que otro cigarrillo de mariguana y todos poníamos caras de inocentes. Transcurrido un rato, los policías se iban, a veces se llevaban uno o más detenidos y pasado el sofocón regresaban la música, el baile y los tragos aderezados con los comentarios, las protestas e incluso bromas por lo que acababa de pasar. No faltaban los vivos que aprovechaban la confusión de los meseros y el “cadenero” para escurrirse sin pagar la cuenta, pero la mayoría concordaba en que las campañas de despistolización eran necesarias para tranquilidad de los pacíficos y que los malos se fueran al diablo. En el Morelos de hoy, con mayor razón deben replicarse las despistolizaciones de antaño. Darían “mala imagen”, pero evitarían hechos criminales como los de cada fin de semana… (Me leen después).

 

Por: José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com

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