Una de las leyes del poder dicta que éste nunca se entrega, ni se obtiene por las buenas o al azar. Nada de eso: el poder se arrebata. No sólo en la cultura política de México, sino de todas las latitudes y tiempos el poder político derivado del mando –ya sea obtenido a la fuerza o con el disfraz de la democracia– es, invariablemente, producto de una lucha encarnizada. Primero la mexicanísima “grilla”, luego los magnicidios (Colosio, Kennedy) y después los complots de estado (Cárdenas, López Obrador).

El poder es consustancial a la naturaleza humana, por lo que tiene de egoísmo, narcisismo y megalomanía. Son los extremos de estos rasgos lo que llevan a arrebatarlo de cualquier forma, “haiga sido como haiga sido”. En se ha pasado del asesinato artero a la “ingeniería electoral” para hacerse del poder político. Caso de Felipe Calderón y el INE...

Conclusión que da pie un breve recuento de lo que han sido los fraudes electorales, a partir, por ejemplo, del cuartelazo que en noviembre de 1876 colocó a Porfirio Díaz en la Presidencia de la República. Fallecido Benito Juárez, la ley de entonces mandaba que el presidente de la Suprema Corte de Justicia ocupara interinamente la Presidencia, cargo que tenía don Sebastián Lerdo de Tejada, para después convocar a elecciones constitucionales. Pero el ambicioso caudillo oaxaqueño no se esperó y ocupó el Palacio Nacional, obligado Lerdo a huir a Veracruz. A las dos de la mañana del 21 de noviembre, el defenestrado Presidente salió de la Ciudad de México, perseguido por los leales del futuro dictador; quien, para no dejar riesgos en el camino, envió a su personero asentado en el puerto jarocho el telegrama con la tristemente famosa frase de “mátenlos en caliente…”, deshaciéndose de los lerdistas y más enemigos políticos, y de paso, eliminando mediante un exilio en Nueva York, de por vida, a Lerdo de Tejada. Impuestos a pura horca y cuchillo sus incondicionales en los gobiernos estatales, Díaz se asumió como auténtico cacique al país. No se deja de lado que el porfiriato trajo la estabilidad, pero también una runfla de ingleses, franceses, españoles y estadounidenses que se hicieron multimillonarios a costillas de los recursos naturales y la explotación de las poblaciones. La estabilidad política que le celebraban prácticamente en el mundo entero a don Porfirio, estaba sustentada en asesinatos, atropellos y encarcelamientos de sus detractores.

El botón de muestra de tales prácticas que se dieron durante la friolera de 34 años, de 1876 a 1910, lo tenemos en Morelos con el fraude perpetrado a favor del coronel Pablo Escandón, favorito de don Porfirio y chapado a la usanza militar en las academias de Europa. A la muerte del gobernador morelense Manuel Alarcón (nativo de la hacienda de Buena Vista, al norte de Cuernavaca, lugar que es ocupado hoy por la XXIV Zona Militar), en 1909, los hacendados de la entidad le pidieron a “El Fifí” –llamado así Escandón en el círculo de sus amigos– que “les hiciera el favor de gobernar Morelos”. Renuente al principio, el militar de cartón aceptó, acaso presionado por su padrino militar y mandamás del país. Sin embargo, los hacendados, los porfiristas y Pablo Escandón no contaban con que jóvenes morelenses ya no aguantaban el atraco de tierras y la explotación de la gente. Comenzaron a organizarse y en los albores de 1909 ya tenían candidato para la elección de ese año. Llamaron a Patricio Leyva –hijo del primer gobernador de Morelos, don Francisco Leyva– para que encabezara el club político anti porfirista. Las represalias no se hicieron esperar y, entre otros, apresaron al joven de Anenecuilco, Emiliano Zapata, con el pretexto de que se había robado a una chamaca de Villa de Ayala, cuando en realidad hasta don Porfirio sabía de la influencia de los Zapata entre los desposeídos del Plan de Amilpas. Un tío abuelo de Emiliano había estado entre las huestes independentistas de Mariano Matamoros y otro tío en las batallas contra los conservador es y anti reformistas imperialistas de don Benito Juárez, así que, presurosos, hacendados escandonistas les dieron cárcel a los leyvistas. En octubre de aquel año que se hicieron las elecciones, guardias rurales y pelones del ejército federal se encargaron de intimidar, golpear y en algunos casos liquidar a leyvistas rebeldes. El fraude se consumó y “El Fifí” Escandón se sentó en la silla de gobernador, en aquel entonces, ubicada en el Palacio de Cortés… (Me leen mañana).

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