Al circular por el Paso Exprés –la obra odiada por los cuernavacenses a la que no por nada le viene como anillo al dedo el alias de Paso de la Muerte–, el automovilista advierte el drástico cambio del paisaje. El piso de concreto hidráulico satura la mirada, hay una explanada pelona y sin vida. Capufe y las empresas concesionarias de la ampliación de carriles del entonces libramiento de la autopista no plantaron árboles y arbustos en los costados y los alrededores. El asunto viene al caso cuando las lluvias han exhibido las consecuencias de la deforestación, con inundaciones urbanas y suburbanas donde antes fluía el agua por sus cauces naturales. Así, además de la alteración del paisaje están los efectos sobre los asentamientos urbanos y los recursos naturales, entre otros, el socavón del 12 de julio de 2017 que engulló las vidas de dos personas, padre e hijo, y evidenció omisiones criminales de autoridades.

A propósito del cambio de fisonomía del ex libramiento, en el cual desaparecieron los pocos espacios verdes que conservaba, si volteamos la mirada unos veinticinco años atrás y hacemos un recorrido mental por calles y avenidas de Cuernavaca, caeremos en la cuenta de la depredación de los árboles del paisaje urbano capitalino. De 1997 a 2009, cuatro administraciones municipales fueron suficientes para dejar casi a rape a la ciudad y en su lugar un reguero de plazas comerciales, negocios y restaurantes transgresores de la ley de uso de suelo.

Algo no menos condenable ocurrió en parques y jardines, en ámbitos verdes públicos y privados. Las autoridades se llenaron la boca difundiendo “políticas sustentables”, pero lo cierto es que aquí y allá, de día y de noche hasta el día de hoy sigue la tala de árboles al por mayor, y hasta ahora no hay quién ni cuándo detenga el ecocidio de una ciudad cuyo antiguo nombre en náhuatl castellanizado, según las interpretaciones más aceptadas, son “cerca de la arboleda” o “lugar de los árboles muy juntos”.

Haciendo un poco de historia, en materia de talas en Cuernavaca recordamos un caso emblemático de destrucción de los “árboles muy juntos”. Entre otros, fue uno muy sonado en 2009 en San Miguel Acapantzingo, donde fue eliminado un número no determinado de árboles nativos para construir una universidad privada. En otro predio localizado sobre el boulevard Díaz Ordaz talaron especies arbóreas mixtas, es decir introducidas y nativas, para dar lugar al armatoste de un supermercado.

En noviembre de 2009, fueron echados abajo dos laureles de la India, atrás del jardín Borda en la avenida Álvaro Obregón. El permiso de tala fue autorizado por la administración panista de entonces.

Un caso más ocurrió en noviembre de 2010, cuando ambientalistas denunciaron la “tala criminal” en lo que fuera el estacionamiento de Superama ubicado sobre la calle Pericón de la colonia Lomas de la Selva, donde todos los árboles fueron talados subrepticiamente, durante la noche, a pesar de que estaban sanos y existía el compromiso de respetarlos.

Por esas fechas, el recién designado alcalde Manuel Martínez dispuso que un predio en pugna de Tlaltenango fuera adquirido por el Ayuntamiento para un parque, en lugar de una megatienda que ya estaba proyectada.

Biólogos, ambientalistas, investigadores y uno que otro ciudadano cuestionado para esta entrega confirmaron que el

punto más alto de la “veintena trágica” panista en materia de talas de árboles sucedió entre el trienio de José Raúl Hernández (2000-2003) y el de Adrián Rivera (2003-2006). Esto, sin olvidar que Cuernavaca le estará “agradecida” por los siglos de los siglos a Sergio Estrada, por haber consentido la invasión de cemento, tabiques y acero en lo que fuera el hotel Casino de la Selva que destruyó no sólo un espacio cultural, también un sitio relacionado con la identidad de Cuernavaca.

Enseguida vino el sospechosísimo otorgamiento de la licencia de construcción de los edificios Atitud a cargo del luego frustrado aspirante a gobernar, Adrián Rivera. Ahí, sumado a la destrucción de una zona arbolada, hay otro daño irreversible: el de la sobre explotación irracional de los mantos de agua que antaño abundaban en ese pedazo de la ciudad. Si a los manantiales del barrio de Gualupita, dentro del parque Melchor Ocampo, se los acabó la mancha urbana, el conjunto vertical de condominios engulle el agua del rumbo… (Me leen mañana).

Las opiniones vertidas en este espacio son exclusiva responsabilidad del autor y no representan, necesariamente, la política editorial de Grupo Diario de Morelos.

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