De consumir alimentos preparados con frutos y legumbres recién cosechados a comida procesada e industrializada, de juegos infantiles como “bote botado”, “los encantados”, “avión”, futbolito, canicas y yo-yos, a jugar a las “maquinitas”, nintendo, m-box y redes sociales. De las artesanías de barro, zacate, cerámica y otros materiales autóctonos, a las artesanías chinas “piratas”. Bueno, hasta los cohetes y “palomas” son también de manufactura del país remoto. Pero, ¿qué tienen en común estos factores que abarcan hábitos alimenticios, entretenimiento, identidad de tradiciones ancestrales y elementos de ferias y fiestas locales?

El común denominador se llamó no hace mucho “capitalismo”, después sus críticos y detractores le llamaron “capitalismo salvaje” y luego con el eufemismo de “globalización”.

Junto con la conurbación de las ciudades, es decir, la expansión de las “manchas urbanas”, se unifican a la globalización, lo cual genera una circunstancia determinante en todos los aspectos de la vida. Se trata de fenómenos que determinan drásticos cambios de forma de vida y hasta de pensar y sentir. La metropolización de las ciudades ha convertido a los barrios y pueblos en colonias y a éstas en conurbaciones o megaciudades.

La globalización va de la mano con la influencia en conductas y costumbres de la gente; el de la globalización es un concepto en nuestro entendimiento, pero de amplias repercusiones en la vida cotidiana

De manera que uno y otro son parte de la cotidianeidad y del paisaje urbano o rural (en sentido sociodemográfico eso no importa mucho), pero por eso mismo no somos conscientes –como deberíamos– de la forma en que nos afectan y hasta nos perjudican o nos benefician, según se quiera ver.

De la conversión de las ciudades en zonas metropolitanas, podemos mencionar desventajas como la deficiencia en los servicios públicos. La reutilización de los desperdicios, alumbrado público, agua y transporte son nulos o deficientes, y siempre los habitantes de las zonas periféricas de las áreas metropolitanas quienes las padecen, en una carrera que es ganada por la marginación y la delincuencia. De la inseguridad, ni hablamos. Bastante daño ha hecho a México la corrupción de autoridades y complicidad con “la maña”.

Por citar sólo algunos ejemplos, una de las expresiones cotidianas de la globalización se encuentra en la proliferación de las grandes cadenas de supermercados que se han llevado entre los carritos del “súper” a las pequeñas farmacias, a las tortillerías de la esquina, a las panaderías de colonia y barrio. Otro caso de globalización lo tenemos en la sustitución de tradiciones autóctonas por extranjeras o una mezcla de ambas. Miquixtli o Día de Muertos por el Jalowin, Santa Clós por Reyes Magos, reventón por posadas y un extenso etcétera. Intentado de explicar en este espacio el doble fenómeno, analicemos algunos datos sobre zonas metropolitanas en un contexto de globalización.

Megaciudades. Las zonas metropolitanas de México han sido tradicionalmente descritas como el grupo de municipios que interactúan entre sí, usualmente alrededor de una ciudad principal. Años atrás, el Consejo Nacional de Población (Conapo) definió el concepto de “área metropolitana” como “el grupo de dos o más municipios en los cuales se ubica una ciudad de al menos 50,000 habitantes cuya área se extiende sobre los límites del municipio al cual pertenece originalmente incorporando influencia directa sobre otra u otras poblaciones aledañas regularmente con un alto nivel de integración socioeconómica”. Este sería el caso de la zona metropolitana de Cuernavaca, con los municipios conurbados de Huitzilac, Jiutepec, Temixco, Xochitpec y Tepoztlán. La megalópolis o corona regional del Centro de México está integrada por 173 municipios: 91 del estado de México, 29 de Puebla, 37 de Tlaxcala, 16 de Morelos, 16 de Hidalgo y las 16 delegaciones del Distrito Federal con una población total aproximada de 25 millones de habitantes. En medio de esta megaciudad y ante tales cifras demográficas, sólo resta exclamar como el literatofilósofo de café o de la calle en su angustia existencial pero también globalizada: “no somos nada”… (Me leen mañana).

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