En noviembre de 2017, los habitantes de Xoxocotla, Coatetelco, Hueyapan y Tetelcingo se frotaban las manos. Respectivamente desprendidos de Puente de Ixtla, Miacatlán, Tetela del Volcán y Cuautla, el Congreso del Estado los estaba declarando municipios libres y autónomos, con presupuestos propios. Un año y un mes más tarde, una vez eliminado Tetelcingo como municipio por un amparo de la nueva Legislatura les asignaba “sus” leyes de ingresos para 2019, con dinero que por imaginario hasta el día de hoy no ven claro: 30 millones 357 mil pesos para Coatetelco, Xoxocotla 85 millones 847 mil pesos y Hueyapan 35 millones 618 mil. Incluida la gresca de octubre del año pasado y en abril de este la trifulca en la que habitantes de Xoxocotla tomaron por asalto el Palacio Municipal de Puente de Ixtla, las cosas ya marchaban mal, soslayado por funcionarios que no funcionan el hecho de que los tres municipios indígenas están sentenciados a la pobreza. Cercenados territorios y dineros a las municipalidades de las cuales se desprendieron, la advertencia del alcalde de Puente, Mario Ocampo Ocampo, seguramente coincidió con sus compañeros del mismo dolor: las finanzas de los municipios viejos se agudizarán con la cesión de parte de sus presupuestos a los nuevos. Ejemplificó: “Va a llegar el momento en que se va a decidir qué porcentaje del presupuesto que tenemos actualmente se va a ir. Ese va a ser un problema muy grande, porque solamente de laudos laborales y de tribunal de justicia administrativa (en Puente de Ixtla) debemos 120 millones de pesos, cuando nuestro fondo para poder pagar es de 60 millones”. Y ni para dónde puedan hacerse. De la historia no aprendieron los políticos que mandaban en el sexenio pasado, contada aquí en ocasiones pertinentes para que la sepan los funcionarios foráneos de ahora que piensan que todo empezó en 2018. El último municipio que fue creado es Temoac. 1977. En Cuernavaca se le podía dar vueltas en coche a la Plaza de Armas; aún no era peatonal. Turistas y lugareños atestábamos el centro las noches de viernes y sábados, pero el 17 de marzo no cayó en fin de semana, sino en jueves, así que mucha gente no había. Llegaron pardeando la tarde, sorprendieron, eran cientos, colmaron la Plaza de Armas. Se les veía extenuados luego de caminar unos sesenta kilómetros, hostiles, determinados a no regresar a sus pueblos de Temoac, Amilcingo, Popotlán y Huazulco sino hasta haber conseguido su propósito. Conversaban con reporteros, decían estar hartos de ser marginados, de que los alcaldes siempre salieran de la cabecera municipal, Zacualpan, y no de las ayudantías. (Cualquier parecido con Xoxocotla, Coatetelco, y Hueyapan es mera coincidencia). Qué iba a saber el gobernador Armando León Bejarano sobre cómo se las gastaban los pueblos bravos del oriente. Impuesto desde la Ciudad de México como gobernador de Morelos, llegó con su séquito de la Legión Extranjera a una tierra que desconocía. Sus chamarras de piel de nonato, sus Rolex, su condición de extraño a los sentimientos de los morelenses le nublaban la visión. Aquella tarde debió sacudirlo la rebeldía de los ejidatarios, los peones, los profesores, las señoras del Morelos rural. Eran tantos que no cupieron en el Salón Gobernadores, de modo que sólo ingresó una comisión integrada por unos doscientos. Para que los de afuera pudieran escuchar lo que se iba a decir adentro, pusieron bocinas en los balcones del Palacio. Menudearon las consignas, alcanzadas a oír entre el griterío que explotaba en la explanada de abajo una que otra mentada de madre con dedicatoria directa al Gobernador. (Por cierto, sobrino de Samir Flores, el activista asesinado el 20 de febrero pasado, en 1976 había sido encontrado el cuerpo de Vinh Flores Laureano, un joven profesor vecino de Amilcingo que lideraba causas sociales en comunidades de la zona oriente, de manera que sus seguidores dedujeron que el asesinato había sido ordenado desde alguna oficina del gobierno). Adentro no olía precisamente a rosas, hacía tres días que los andarines no se bañaban, por lo que Bejarano y los funcionarios de su círculo más cercano apretaban las narices haciendo gestos de “fuchi”. En vano el doctor Bejarano recurría a su discurso de campaña, de “la unidad morelense”. Juntos, Temoac y los tres pueblos satisfacían el requisito constitucional de tener un mínimo de diez mil habitantes para poder ser municipio. Sus ingresos directos se reducirían al cobro de piso del mercadito de Temoac, al lado de la entonces ayudantía municipal, ya que el impuesto predial era recaudado por el Gobierno del Estado, pero quedaban las participaciones federales que calculaban les serían suficientes. La discusión continuó, pero los “temoacos” se mantuvieron firmes y aguantaron hasta la madrugada, cuando por fin Bejarano cedió a la fundación del municipio 33. Dicho sea de paso: sucesos del Morelos antiguo ignorados por el sujeto que por estos días se fue de la villa y AMLO sabrá si luego le quita la silla… (Me leen mañana).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com

Cumple los criterios de The Trust Project

Saber más

Síguenos en Google Noticias para mantenerte siempre informado

Sigue el canal de Diario De Morelos en WhatsApp