Reza un letrero en la intersección de las calles Entre Ríos y Urquiza del centro histórico de la ciudad de Rosario, Argentina: “Casa natal del Che Guevara”. Paso por ahí en automóvil un mediodía de enero de 2017, volteo a mi derecha y alcanzo a ver el edificio de estilo neo francés coronado por la que desde abajo identifico como una de esas pizarras que ya he observado en el barrio Recoleta de Buenos Aires. Fugaz el vistazo, debe serlo porque estamos retrasados, no tenemos tiempo para detenernos. El verano argentino debería estar matándonos de calor que gracias a Dios aligera un chipi-chipi. Sin embargo, pocas horas pasarán para que la radio y la televisión avisen que una sucesión de tormentas torrenciales ha inundado un trecho grande de la autopista que el día anterior me llevó de la capital argentina a la ciudad natal del Che. El señalamiento de la fachada informa que en un departamento de ese edificio nació el niño Ernesto Guevara de la Serna, y la versión entre rosarinos detalla que su mamá Celia De la Serna lo parió en una clínica de esa ciudad y vivió unas semanas en el dicho edificio.
Embarazada de ocho meses, Celia y su marido Ernesto Guevara Lynch viajaban en barco por el río Paraná desde la provincia de Misiones hacia Buenos Aires, pero con lo que no contaban fue que la agarraron los dolores de parto y tuvieron que desembarcar en Rosario. Diez minutos bastan para que Marcelo Turcato, primo de mi mujer Stella, nos ponga en su Renault frente al Monumento Nacional a la Bandera, a orillas del Paraná, en donde el general Manuel Belgrano enarboló por primera vez la bandera albiazul. Librada por los hombres de éste en el llano cercano una batalla crucial de la guerra por la independencia de la Argentina, la asociación de ideas me lleva a pensar en el sitio de Cuautla que en la misma época pero a ocho mil kilómetro de distancia rompieron las huestes del generalísimo José María Morelos, en mayo de 1812.
Por obvias razones llamada esta explanada Parque Nacional de la Bandera, los locales le adjudican al futbolista Lionel Andrés Messi, quien también vio la luz primera en Rosario, la propiedad de un restaurante ubicado a tiro de piedra sobre el lomo de una colina. Capturado El Che por el ejército de Bolivia y ejecutado por una orden de la CIA el 9 de octubre de 1967 en un aula de la escuela de la comunidad serrana La Higuera, fue enterrado de manera clandestina en el aeropuerto de Vallegrande, debiendo transcurrir casi tres décadas para que sus restos fueran encontrados y llevados a la ciudad de Santa Clara, Cuba. Fue ahí, en el último bastión del dictador Fulgencio Batista que al frente de un grupo de no más de trescientos hombres, hace sesenta y tres años, Ernesto Guevara derrotó al ejército del gobierno cubano.
Aun cuando era superado en número de tropas triunfó, se hizo con el tren de pertrechos militares y apenas lo supo Batista huyó como rata hacia la República Dominicana, la noche del 1 de enero. Otra excursión a la Argentina, en enero de 2014 me había llevado a conocer la casa-museo donde de niño vivió El Che, en la pequeña ciudad de Alta Gracia, provincia de Córdoba.
¿Pero qué tiene que ver todo esto con Morelos? Una idea del columnista en el sentido de que Rosario y Ciudad Ayala se conviertan en ciudades hermanas, a partir del hecho de que tanto el argentino Guevara como el mexicano Emiliano Zapata figuran entre los grandes líderes revolucionarios del siglo XX, nacidos en países y fechas distantes pero registrados en la cercanía de la historia universal como símbolos de libertad, justicia e igualdad.
¿Se puede? Habría que preguntarle al presidente Andrés Manuel López Obrador, justo por estos días cuando Estados Unidos aprieta el bloqueo criminal a Cuba… (Me leen después).
Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com
