Próximo a cumplir cien años de vida (nació el 17 de enero de 1922), el ex presidente Luis Echeverría Álvarez pasa sus últimos días en su casa de San Jerónimo Lídice de la Ciudad de México. Es el único sobreviviente de los gobernantes involucrados en la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco; los demás ya fallecieron: Gustavo Díaz Ordaz Bolaños, presidente de la República; Alfonso Jesús Corona del Rosal, regente del Departamento del Distrito Federal; Raúl Mendiolea Cerecero, subjefe de la policía del Distrito Federal, 2008; Fernando Gutiérrez Barrios, director de Seguridad Federal, y Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional. El general García Barragán fue el padre de Javier García Paniagua, quien a mediados de los setenta fue el delegado del CEN del PRI en Morelos. García Paniagua era el padre de Javier García Morales, ejecutado en septiembre de 2011 en Guadalajara, y de Omar García Harfuch, el actual secretario de Seguridad y Protección Ciudadana de la Ciudad de México que, atacado por un comando del cártel Jalisco Nueva Generación el 28 de junio de 2020, resultó herido con tres balazos y operado de emergencia se recuperó afortunadamente… La masacre fue un miércoles de hace 53 años. Aquella noche la hermana del columnista subió a su departamento de Tlatelolco, justo en el edificio Chihuahua, en un costado de la Plaza de las Tres Culturas. La noche estaba cayendo, la masacre de estudiantes había sucedido y ella vio sangre en el piso de la escalera. Después contaría, estremecido el cuerpo por el recuerdo atroz: “sentí que olía como a muerte”. Y se preguntaba a sí misma: “¿la muerte huele?”. Las crónicas de la masacre llevaron tiempo en aparecer, medrosas, autocensuradas como ésta: “A las cinco y media del miércoles 2 de octubre de 1968, aproximadamente diez mil personas se congregaron en la explanada de la Plaza de las Tres Culturas para escuchar a los oradores estudiantiles del Consejo Nacional de Huelga (CNH), los que desde el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua se dirigían a la multitud compuesta en su gran mayoría por estudiantes, hombres y mujeres, niños y ancianos sentados en el suelo, vendedores ambulantes, amas de casa con niños en brazos, habitantes de la Unidad, transeúntes que se detuvieron a curiosear, los habituales mirones y muchas personas que vinieron a darse una asomadita...”. A Cuernavaca el 2 de octubre del 68 llegó como un rumor siniestro que traía el aire frío de más allá de Tres Marías. La Universidad Autónoma del Estado de Morelos entró en huelga, duró un año sin clases, el rector Teodoro Lavín González encabezó una manifestación de estudiantes. Dos o tres días después de la represión brutal en la explanada de Tlatelolco, los universitarios morelenses realizaron una marcha de protesta. Caminaron de la glorieta de Buenavista al Zócalo, enarbolaron las mismas banderas que el CNH integrado por representantes de escuelas y facultades del Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Escuela Superior Normal de Maestros, la Universidad Autónoma de Chapingo y la Universidad Iberoamericana y otras instituciones: la derogación del artículo 145 bis del Código Penal (tipificado el delito de “disolución social”, el gobierno represor de Díaz Ordaz tenía el pretexto para encarcelar a las voces disidentes) y la destitución de los jefes policíacos, los generales Luis Cueto Ramírez, Raúl Mendiolea y el teniente coronel Armando Frías… Quizá porque “cayó” en sábado o debido a los protocolos sanitarios por la pandemia, este 2 de octubre pasó desapercibido al Gobierno del Estado y organizaciones sociales. Lo que no había sucedido… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán jmperezduran@hotmail.com 

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