LAS OLAS DE CALOR suelen ocurrir durante los días del verano que llegará en julio, pero en Morelos hace semanas que se siente. Por lo general, los climas secos sufren mayor cantidad e intensidad de olas de calor que los climas húmedos, debido a que en los climas más húmedos la mayor cantidad de agua atmosférica ayuda a regular las temperaturas atmosféricas. Pero si la ola de calor se produce durante una sequía, la vegetación muerta contribuye a los incendios forestales

No es sólo el calor, son también las consecuencias globales del cambio climático: altas temperaturas, huracanes cada vez más grandes y poderosos, deshielos en los polos, el aumento del nivel del mar, el inusual calor en Morelos –específicamente en Cuernavaca, a veces más intenso que en Acapulco–, la depredación de los bosques por los incendios, contingencias ambientales en el Valle de México, inundaciones de ríos. Un escenario de alcances apocalípticos que se presenta todos los años por estas semanas. En medio del bochorno de la canícula, hay que revisar las consecuencias de años por maltratar a la Naturaleza y desperdiciar sus recursos. No es que la gente se ponga catastrofistas, sabida y reconocida una realidad ominosa que mueve a la reflexión y al actuar para no heredarles un páramo ominoso, contaminado, a quienes habitarán el planeta en los próximos años.

Para ejemplo local, tenemos que Tlaquiltenango suele registrar las temperaturas más altas. Es en este municipio, que es el de mayor extensión territorial de Morelos, donde la comunidad de Xicatlacotla registra temperaturas de más de 41 grados. En abril de 2016, la temperatura en el pueblo también llamado Xicatlán quedó registrada como la séptima más alta desde 1981, cuando por los mismos días el pueblo de Huajintlán, municipio de Amacuzac, padeció la sorprendente y desmesurada temperatura de 46.5. Un infierno agobiante, abrazador.

Y lo que falta, los huracanes. El apelativo se lo da el agujero en una roca de unos treinta metros de altura: la playa de La Ventanilla, en donde una cooperativa de ejidatarios ofrece al turismo el espectáculo de cocodrilos viviendo en su hábitat natural. Es un estero, pintada de verde el agua por la vegetación, visibles los cocodrilos desde las lanchas de remo (no usan motores fuera de borda para no contaminar) en el recorrido que culmina en una pequeña isla la cual alberga un criadero de dichos reptiles. Mientras rema, el ejidatario de la costa oaxaqueña tranquiliza a sus pasajeros. “no hay peligro; los animales se sumergen cuando se acerca la embarcación”. Y luego de la aventura que durará pocos minutos recordará a los turistas que van en la lancha de madera: “el estero era más grande, pero lo tapó el Paulina”. Eso sucedió en octubre de 1997, cuando el huracán de este nombre devastó las costas de Guerrero y Oaxaca, causó la muerte de cientos de personas y pérdidas económicas por unos once mil millones de dólares. Cerca de La Ventanilla entró la tormenta tropical Beatriz, una noche de junio de 2017, entre la playa Zipolite y Puerto Ángel, en medio de Puerto Escondido y Huatulco. Inmisericordes, la lluvia y el viento se abatieron hasta Salina Cruz, avanzaron tierra adentro por el istmo de Tehuantepec, generaron afectaciones materiales en pueblos y carreteras, pero por fortuna nada comparables al Paulina… (Me leen mañana).

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