Estás con tu esposa en un restaurante, o acompañado de amigos o compañeros de trabajo; para el caso lo mismo da. Prolongada la sobre mesa por dos o tres horas, hace un rato largo que tú y sus amigos llegaron al restaurante que prefieren. Desde la mesa que ocupas al fondo del local dominas el panorama; ves a los que llegan y a los que se van. En tu mesa empezaron por los aperitivos, como debe ser. Ordenaron tequila para los cuatro, aunque tu mesero propuso cierta marca de mezcal, “porque está de moda”, dice, no porque el dueño lo compra más barato y le gana más. Luego las sopas y enseguida los platos fuertes. Diligente, el mesero se está granjeando una buena propina. El amigo que presume comer sano pide una ensalada, pero llegado el momento se relame los bigotes con el postre no apto para diabéticos; por supuesto toman digestivo y café, según dictan los cánones del buen comer. Ya “picados”, comienzan a llegar las rondas de whisky y de ron, según el gusto de cada quien. En el local no hay mucha gente, lógico: por aquello de la pandemia, de modo que dos de cada tres mesas están desocupadas pero de cualquier manera se hallan unos cincuenta comensales. Las conversaciones giran en torno al Covid-19; hace meses que la gente no habla de otra cosa en Cuernavaca, en México y en el mundo. Para colmo, el sujeto de la tele está “disertando” sobre el corona virus, criticando al doctor López Gatell y a la campaña de vacunación en la Ciudad de México, como si no hubiera otros asuntos. Así que le pides al mesero el favor de que sintonice otro canal, “para saber qué onda con la vacunación en Cuernavaca”. Pone el canal del Gobierno del Estado que repite por enésima vez un documental de cuando todavía no había llegado la pandemia. A esas alturas ya son las nueve de la noche, de modo que alguien en tu mesa sugiere “la última y nos vamos”. Tus amigos y tú han estado tan a gusto que no sintieron pasar el tiempo, tú llegarás un poco tarde a casa y tu mujer te volverá a reclamar que “como estabas con tus amigotes, no te acordaste de que tienes casa”. Pero lo bailado, quién te lo quita. Por no dejar, le das un vistazo al salón. Ya hay pocos clientes, calculas unos veinte entre hombres y mujeres, todos en actitud de ir pidiendo “la del estribo”. Pasan unos minutos y ni cuenta te diste de cuándo aparecieron tres sujetos. Uno se encuentra parado junto a la puerta mientras los otros dos ya recorren el salón. Dos amenazan con pistolas y uno blande un arma larga. Los clientes evitan mirarlos a la cara. Amenazan, ordenan que nadie se mueva, repiten palabras altisonantes, recorren las mesas, exigen carteras y efectivo. Los meseros y el encargado del negocio han sido arrinconados cerca de los sanitarios. El más joven de los asaltantes brinca el mostrador donde está la caja, saca los billetes y los echa en la mochila en la que también meterán el resto del botín. Desde el momento en que llegaron los ladrones y hasta que abandonaron el establecimiento no pasaron ni cinco minutos. Son rápidos, deduces que no es la primera vez que cometen un asalto, que son profesionales. E irónicamente, en cierto sentido los calificas de buenas personas. Nomás se llevaron efectivo, relojes y teléfonos celulares, y les dejaron a los asaltados las tarjetas de débito y de crédito, las credenciales del IFE, las licencias de manejar. Recuperarlas a las víctimas habría costado tiempo, trámites, molestias y dinero. Con el susto aún encima, los clientes se empiezan a retirar. ¿Esperar a que llegue la policía? Es inútil, no recuperarán el dinero y las cosas que les robaron. Lo dices tú y lo dicen los demás. Mañana cuando lean en los periódicos que hubo un asalto en el restaurante donde comieron, quién sabe cómo pero ya se habrá sabido por las redes sociales. El marinero que es el jefe de la policía estatal declarará que el caso ya lo está siendo investigando… y a los dos o tres días otro restaurante será asaltado… (Me leen después).

Por José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 

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