Ciudad de México.— Imagínese detenido en un cruce atestado de la Ciudad de México, con el sol del mediodía cegando el parabrisas y el claxon de un taxi resonando como un lamento colectivo. De pronto, una luz blanca parpadea en lo alto del semáforo, serena y futurista, como un faro en la niebla del caos vial. No es rojo para parar, ni verde para avanzar, ni ámbar para vacilar. Es una señal: "Siga al vehículo de adelante".

En ese instante, un convoy invisible de algoritmos toma el control, orquestando el flujo con la precisión de un reloj suizo. Así comienza la era de los semáforos de cuatro colores, una innovación nacida en laboratorios estadounidenses que promete —o amenaza— transformar el tráfico global, desde las avenidas de Raleigh hasta las autopistas de São Paulo.

Esta no es ciencia ficción, sino un experimento en marcha que podría reducir los atascos en un 94% y ahorrar millones en combustible, según simulaciones recientes. Pero detrás de la promesa técnica late una pregunta humana: ¿estamos listos para ceder el volante a las máquinas?

En un mundo donde los vehículos autónomos (AV, por sus siglas en inglés) ya recorren calles de San Francisco y Phoenix, la luz blanca emerge como el puente entre el conductor de carne y hueso y el piloto invisible de silicio.

El nacimiento de una luz "fantasma": De la teoría a las calles

La idea no surgió en un garaje de Silicon Valley, sino en los pasillos académicos de la Universidad Estatal de Carolina del Norte (NC State), en febrero de 2023. Un equipo liderado por el profesor Ali Hajbabaie, ingeniero de transporte, propuso agregar una cuarta luz —blanca, por su neutralidad y visibilidad en condiciones adversas— para resolver un dilema creciente: ¿cómo integran los AV al tráfico mixto sin generar más confusión que eficiencia?

En esencia, el sistema funciona así: cuando un umbral mínimo de vehículos autónomos (digamos, el 40% de los que se acercan a la intersección) detecta la luz roja, estos se comunican entre sí vía redes vehiculares (V2V) y con la infraestructura (V2I). Activan la fase blanca, que dura lo que sea necesario —desde segundos hasta minutos—. Para los humanos: simple, siga al auto de enfrente. Si es un AV al frente, confíe; si no, el convoy se ajusta en tiempo real. "Es como un baile coordinado donde las máquinas lideran, pero los humanos no se pierden el paso", explica Hajbabaie en una entrevista con Popular Mechanics.

Las simulaciones de NC State, publicadas en la revista Transportation Research Part C, arrojaron resultados deslumbrantes: en escenarios con 50% de AV, los tiempos de viaje caen un 24%; con 80%, hasta un 94% menos de demoras en intersecciones complejas.

Además, el consumo de combustible se reduce en un 11%, y las emisiones de CO2 en un 9%, según datos extrapolados a ciudades como Nueva York o Los Ángeles. No es sólo eficiencia: es ecología sobre ruedas.

Pruebas en el terreno: De EE.UU. a un eco global

Lo que empezó como un paper académico ha escalado a pruebas reales. En octubre de 2025, el Departamento de Transporte de Carolina del Norte anunció ensayos piloto en Raleigh y Durham, con semáforos modificados en 20 intersecciones clave.

Empresas como Waymo (Alphabet) y Cruise (GM) participan, integrando sus flotas de AV —más de 1,000 unidades en operación comercial— para validar el protocolo. "La luz blanca no reemplaza las reglas; las evoluciona", dice un portavoz de Waymo. "Es una señal de confianza mutua".

El eco trasciende fronteras. En Europa, donde los AV representan solo el 5% del tráfico proyectado para 2030, la Unión Europea discute su adopción en el marco del "Green Deal", con pruebas planeadas en Ámsterdam y Múnich para 2026. En América Latina, México evalúa pilots en la CDMX y Monterrey, en colaboración con la SCT y Tesla, que ya prueba su Full Self-Driving en avenidas como Insurgentes.

Brasil, con São Paulo como epicentro de congestión (pierde 100 horas por conductor al año, según TomTom), ve en la luz blanca una salvación: simulaciones locales predicen un 30% menos de accidentes en cruces.

En redes como X (antes Twitter), el debate hierve. Un hilo viral de @carrocolombiano resume: "EE.UU. pondría un cuarto color... La luz blanca mejoraría el tráfico" (12 de octubre de 2025), con 198 vistas y comentarios divididos: "¡Revolución!" vs. "¿Y si un humano distraído no ve la blanca?".

Otro usuario, @heraldousa, tuiteó: "Guiar a conductores humanos y coordinar AV... Tráfico más seguro".

En Facebook, grupos de movilidad como "Conductores México" comparten memes: un semáforo con ojos cibernéticos, caption: "¿Ya no manejas tú? ¡Maneja el futuro!".

Voces del asfalto: Expertos, escépticos y una historia humana

No todo es euforia. La Dra. Naghmeh Niaki, coautora del estudio de NC State, advierte: "La luz blanca genera confianza, pero requiere educación masiva. Imagina un chofer de Uber en hora pico: ¿confiará en un Tesla al frente?".

En España, El País reporta preocupaciones similares: "Podría transformar el tráfico urbano, pero ¿a qué costo en confusión inicial?".

Para humanizarlo, hablemos de Rosa López, taxista de 52 años en Bogotá. "Manejo 12 horas diarias, esquivando moteros y baches. Si una luz blanca me dice 'sigue al de adelante', ¿y si es un novato en AV? Mi vida no es un simulacro". Rosa representa a millones: en Latinoamérica, el 70% de los vehículos son manuales, y la brecha digital agrava el temor. Sin embargo, en pruebas de Phoenix, conductores reportan un 85% de aprobación: "Siento que el tráfico respira", dice uno en un foro de Reddit.

Desafíos técnicos abundan. Costo: unos 500 dólares por semáforo (LED blancos son baratos, pero la conectividad 5G eleva la factura a millones por ciudad). Regulación: la ONU discute estándares globales en Ginebra, pero variaciones culturales —como el rojo que significa "casi verde" en algunos países asiáticos— complican el consenso. Y la equidad: ¿quién paga por AV en comunidades pobres? "No queremos semáforos VIP para los ricos", critica un activista en X.

Hacia un horizonte blanco: ¿Utopía o distopía vial?

A dos años del estudio fundacional, la luz blanca ya no es hipótesis: es prototipo en Raleigh, debate en Bruselas y sueño —o pesadilla— en México. Si se adopta masivamente para 2030, como predicen analistas de The Economic Times, podría salvar 1.3 millones de vidas al año (el saldo actual de accidentes globales, per la OMS). Pero su éxito depende de nosotros: ¿aceptaremos que las máquinas guíen nuestro paso, o nos aferraremos al verde ancestral?

En el cruce de Insurgentes y Reforma, donde el tráfico es sinfonía de impaciencia, la primera luz blanca podría encenderse pronto. Cuando lo haga, no será sólo una bombilla: será el pulso de un mundo en transición, donde el humano y la máquina negocian el derecho de paso. ¿Listos para seguir la luz?

 

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